Un conflicto que puede hacerse crónico

La Voz de Galicia, , 15-04-2018

Mientras escribo estas líneas está reunido el Consejo de Seguridad de la ONU, a petición de Rusia, para valorar la intervención militar de EE.UU, Reino Unido y Francia, ayer, en Siria. Me atrevo a adelantar que, dado que estos cuatro países tienen derecho de veto, la reunión va a servir para muy poco. La intervención militar es una operación de cirugía para avisar a Rusia e Irán de que las potencias occidentales no están dispuestas a que el régimen de Bachar al Assad traspase la «línea roja» con la utilización de armas químicas contra la población. No es la primera vez que lo hace.

El conflicto sirio es poliédrico en cuanto a las claves, por eso es tan complejo de entender y de solucionar. Comenzó en marzo de 2011 cuando al Assad reprimió con dureza las manifestaciones en la ciudad de Deraa con motivo del estallido de la Primavera Árabe. A partir de aquí se militarizó. Se estima que hoy existen en Siria más de 1200 grupos de combatientes: sirios a favor de al Assad y en contra, kurdos (pro y anti Turquía), fuerzas de Irán, Turquía, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Catar, Estado Islámico, Al Qaida, milicias iraquíes, Rusia, EE.UU., Reino Unido y Francia. Cada actor tiene sus intereses. Lo que caracteriza al régimen de Al Assad es que es una dictadura dominada por una familia de minoría étnica y religiosa (alauíes, de credo chií) que son menos del 15 % de la población, que mayoritariamente pertenece al credo suní. Ya tenemos una primera clave: Arabia Saudí, guardián de las esencias suníes, frente a Irán, guardián de las esencias chiíes; en el fondo subyace el control del Islam. Si Irán quiere la nuclearización, Arabia Saudí también.

Otra clave es el papel de Rusia. A largo plazo quiere convertirse en árbitro de las luchas tribales, religiosas y militares de la región y también favorecer la hegemonía de Irán. Putin no cree ni en la democracia liberal ni en las recetas occidentales de democratización para la zona. Pero hay más: quiere que Occidente se distraiga en Siria para alejarlo del conflicto de Ucrania, y mantener su base naval (en Tartus) para tener mayor presencia en el Mediterráneo.

Del desinterés de Obama por la región, del que claramente se ha beneficiado Rusia, hemos pasado a una política de EE.UU. más agresiva. Donald Trump es un halcón que se ha rodeado de halcones. La última intervención en Siria es un aviso a Rusia e Irán para frenar sus intenciones en Oriente Medio. El apoyo de Gran Bretaña es obvio, más cuando mantiene con Rusia el grave enfrentamiento por el envenenamiento del espía Sergei Skripal. Francia tiene sus intereses políticos, militares, económicos, en la zona, por ser potencia colonizadora tras la caída del Imperio Otomano después de la I GM.

En resumen, la UE y EE.UU. sostienen que no hay solución militar en Siria. Rusia, Irán y también Turquía mantienen que no hay solución política, ni diplomática posible sin fuerza militar. No habrá solución al conflicto sirio en el corto plazo y es probable que acabe enquistándose convirtiéndolo en crónico. Como siempre quien más sale perdiendo es la población civil. La guerra se ha cobrado más de 500.000 muertos, 5 millones de refugiados en otros países, y 6 millones de desplazados en el interior del país. A veces, la política internacional no es inmoral sino amoral.

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