Viaje al fin de la prostitución

La Vanguardia, 13-04-2006

Considerar la prostitución como una práctica de riesgo para la sexualidad y la misma integridad de las personas es una postura que no es hoy políticamente correcta. Al contrario, es muy discutida por círculos autobautizados como de nuevas feministas – incluidas algunas jueces y letradas españolas – que abogan por diferenciar entre la prostitución forzada y la que se ejerce en libertad, ambas mayoritariamente femeninas. Prefieren ver a las que se inscriben en este segundo grupo como sujetos de derecho injustamente estigmatizadas o victimizadas por una sociedad que creen puritana, antes que como parte explotada de un consumismo a espuertas que lleva a sacar fácilmente la cartera – la zanahoria de nuestros tiempos – a cambio de una satisfacción sexual o un ejercicio de poder. Es precisamente ese hábito, eminente e históricamente masculino, el que la ley sueca cree inaceptable desde una perspectiva de derechos humanos e igualdad. Nadie tiene derecho a comprar el cuerpo de otra persona, esgrime.
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Desde 1999, todo cliente de prostitución es en Suecia – símbolo de igualdad y libertad sexual – susceptible de ser multado o incluso de tener que pasar hasta seis meses en la cárcel. La persona prostituida es libre de seguir ejerciendo. Se la considera explotada tanto por sus proxenetas como por los que compran el servicio sexual, y cuenta con notables servicios sociales. Si es extranjera se aplica, eso sí, la implacable ley de inmigración sueca: tras declarar deberá volver a su país. ¿Es ésta una ley moralista que se inmiscuye en la vida privada de los ciudadanos? El 80% de la sociedad sueca la aplaude y en el Parlamento todos los grupos, incluidos conservadores y liberales, que se mostraron reticentes a aprobarla, dicen sentirse “orgullosos de tenerla”.
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Jens Orbacks, flamante ministro de Igualdad e Inmigración del Gobierno sueco – un raro caso en el que un hombre lleva esta cartera de género – explica a La Vanguardia que es el modo cómo los suecos observan la prostitución lo que les ha llevado a ilegalizar sólo la compra. “Comprar el cuerpo de otra persona es una forma de violencia, pues no es un negocio entre iguales, sino una venta desde una posición de inferioridad”.
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El Gobierno sueco no hace distingos entre la lucha contra el tráfico de personas para el negocio sexual y la lucha contra la prostitución. “Es que sin ésta – dice Orbaks – no habría tráfico, pues sin demanda para prostitución no la habría para tráfico. Me cuesta comprender cómo es posible no entender eso: en Holanda, donde el negocio es legal, hay muchas personas prostituidas de otros países, y nuestros vecinos noruegos y finlandeses tienen mucha más prostitución y tráfico que nosotros”.
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Suecia podría, a simple vista, estar logrando sus propósitos abolicionistas. Pasó de contar 2.500 nativas prostituidas en 1998 a te –
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ner 1.500 en el 2003. Un tercio de ellas, en la calle. Las estonias y lituanas eran un nuevo fenómeno por las facilidades de visado. La policía de Estocolmo estima que antes de aprobarse la ley tenía a 40 de ellas. Hoy, Malmskillnad, la histórica calle de las prostitutas, la de las felaciones de pago al salir de la oficina, no está muy activa. Internet es la nueva vía, pero no pasan de cien mujeres las que se anuncian, aunque sea en 25 webs.
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“¿Puritanos nosotros? A los suecos nos encanta el sexo”, dice Orbacks. Este ex periodista con éxito en la política gracias, según malas lenguas, a su atractivo afirma que Suecia fue el país de la libertad y el sexo y debe seguir siéndolo, pero advierte que eso no tiene nada que ver con la prostitución.
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“En la Europa del 2006 hay miles de mujeres transportadas y explotadas; es nuestro mayor problema. Si hubiera vivido en el XVIII, habría luchado contra la esclavitud, y eso es peor. Deberíamos avergonzarnos”, dice sin exaltarse.
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Comprar o no comprar sexo on razones moralistas o más bien éticas las que impulsan S esta ley? De hecho, no ilegaliza la prostitución; sólo la compra, y no sin antes sostener largas discusiones con mujeres contrarias a la medida. El debate es más o menos el mismo en todas partes: los detractores consideran que hay que dar derechos laborales a las personas prostituidas para que ganen poder y hacer su práctica más visible y, así, más segura. Criminalizar, enfatizan, es moralista e implica estigmatizar y perder la ocasión de dignificar la prostitución… Todo un atraso en las libertades sexuales.
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“Perdone, pero ese discurso es obsoleto”, dice la ex europarlamentaria izquierdista Marianne Eriksson, autora del informe La industria del sexo en Europa.“A ustedes tal vez les pese la Iglesia – señala frente a un plato de pasta en un restaurante de Estocolmo – o les dure la fiebre del destape en su corta democracia, pero aquí la religión está muy alejada de la sociedad y ya nos liberamos sexualmente en los 60. Y en los 80 teníamos 500 burdeles. ¿Que no puedo estar a favor de los derechos humanos y contra la prostitución? ¡Si se trata de defender la libertad sexual de las prostituidas, su derecho a la integridad!”. Eriksson muestra un pin contra la prostitución en el Mundial: “No puedes hacer un juego limpio”, se lee. “Comprar o no comprar, ésa es la cuestión; el comprador es el que decide”.
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El asunto del torneo, mal ventilado por el Gobierno alemán, que no exigirá visado durante el Mundial antes que pedirlo sólo a mujeres, preocupa al ministro de Justicia sueco: Thomas Bodström, ex futbolista profesional en los ochenta – también con fama de guapo – , sabe que “con mucha gente fuera de casa tiende a aumentar la prostitución y el tráfico”. Según el Gobierno, la nueva ley cala entre los jóvenes. Delante del club de striptease Privé, en la capital, algunos se unen para impedir que desciendan de sus taxis potenciales clientes de sexo. La misma policía que persigue al comprador se persona para dispersales. “La ley – dice Orbacks – cambia las normas de relación: sucedió en 1979, con la prohibición de pegar a los niños. También hubo protestas, se decía que era por su bien. Y ahora nadie justifica ese maltrato”.
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Noruega ha estudiado – sin éxito – seguir el ejemplo sueco y Finlandia lo debate ante la profusión de estonias y rusas en el negocio sexual. Podría ser el inicio de una plataforma nórdica abolicionista. Suecia, no obstante, tiene ventajas: consenso político, dinero para políticas sociales, poca prostitución traficada y una cantidad moderada de clientes habituales entres sus ocho millones de habitantes. Uno de cada ocho hombres ha comprado sexo al menos una vez en la vida. En España, se estima que uno de cada tres.
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“Más importantes que la ley en sí son los principios que la inspiran”, afirma Gunilla Ekberg, asesora del Gobierno sueco. “Uno debe saber si quiere cambiar las cosas o dejarlas como están: podemos resignarnos a pensar que siempre habrá prostitución, que es el oficio más viejo del mundo, que el hombre siempre comprará, lo necesita, su sexualidad es distinta… Tópicos erróneos. Puedo coincidir con quienes han decidido legalizarla en que la prostitución clandestina es un peligro para las mujeres, pero es que la prostitución es un peligro para ellas”. El abolicionismo no es nuevo en Europa. Iniciado en el siglo XX, el feminismo clamó contra el tráfico de europeas a Sudamérica. Argentina era el destino por excelencia. Los países advertían que legalizar o regularizar la prostitución aumentaba el tráfico y por primera vez se focalizó el problema sobre el cliente. Pero la Segunda Guerra Mundial eclipsó la idea de penalizar la compra.
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“Ninguna relación sexual tiene lugar sin un tercero: los patrones sociales sobre lo que es natural o no que, por ejemplo, han discriminado siempre a los homosexuales”, señala la líder de Iniciativa Feminista, Gudrum Schyman. “Pero hablar de libertad sexual en la prostitución – añade – es traer un problema estructural al terreno individual, pues nadie puede hablar de mujeres libres en una sociedad que las discrimina en su salario y las obliga a escoger sectores peor pagados y menos regulados. Tiene que ver con cómo se ha infravalorado a las mujeres como individuos: ellos han tenido el control y ellas han estado para servir. Como no se les supone una sexualidad propia, ven sus servicios como los del dentista o el abogado”. La estadística dice que la mayoría de quienes se prostituyen surgen de la pobreza, de etnias oprimidas, de la drogadicción, de abusos. “Si no se entiende que hay una diferencia de poder entre hombre que compra y mujer comprada es que no entendemos ningún otro poder del hombre”, insiste Ekberg. “¿Queremos un mundo que usa los clásicos argumentos liberales para decir que en una sociedad igualitaria tenemos un trato de sexo a cambio de dinero? El feminismo no es un estilo de vida, es entender la diferencia de poder. Si quieres una sociedad democrática y moderna, has de equiparar ambos sexos; no puedes aislar a un grupo para dar placer sexual. Eso no tiene nada que ver con el sexo, sino con la invasión sexual, con masturbarse en una vagina”, añade. “Un día me preguntaron en una conferencia sobre la abolición: ´¿Y qué harán los hombres?´. Y contesté: ´Dejémoslo en sus propias manos´”.
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