Diversidad con sabor a azúcar

Los alumnos del Instituto Bidebieta, en el que se concentra un alto número de inmigrantes, prepararon una degustación de postres de diferentes países

Diario Vasco, 13-04-2006

La cita era a las doce del mediodía en el salón de actos de este centro público de enseñanza de San Sebastián. Sobre las mesas adornadas con manteles blancos y flores de colores se repartían los cerca de setenta postres, todos ellos debidamente identificados con su nombre, lugar de origen y autor, preparados para la ocasión. Desde las tartas de Austria a los cornulos de Rumanía, pasando por los bizcochos de Marruecos, los turutos de Portugal y los postres propios de una veintena de regiones españolas, como las torrijas o las orejas gallegas. La selección gastronómica era una representación de las diferentes nacionalidades que concurren a diario en las aulas del Instituto Bidebieta. Los alumnos mostraban cada uno de los manjares con los que se han familiarizado desde su infancia, aunque en la mayor parte de los casos habían sido las amatxos las que horas antes se habían lanzado a recuperar las recetas aprendidas en tierras ahora lejanas.

Así lo reconocía Aymar. Este simpático marroquí, que desde hace ocho meses vive en el País Vasco, sorprendía a sus compañeros de clase con unas breguas. «Se trata de una comida con forma de triángulo que dentro lleva pescado», comentaba. Pero no era ésta su única contribución a la fiesta celebrada con motivo del inicio de las vacaciones de Semana Santa. «También he traído cuscús», señalaba Aymar, quien comprobaba con una mezcla a partes iguales de satisfacción y orgullo cómo estudiantes y docentes daban buena cuenta de ambos platos. «Se lo han acabado todo», confesaba. Milena, una adolescente ecuatoriana que en la actualidad cursa cuarto de ESO, se sumaba a la iniciativa, invitando a cuantos la rodeaban a probar las denominadas cocadas. «Es un dulce típico de Ecuador. Está hecho de coco y panela, otro dulce de mi país», indicaba la chica, para a continuación añadir que, tal y como había podido observar, su aportación había «gustado mucho».

El shortbreak era el postre escocés elegido por Beatriz Urresti. Según explicaba esta donostiarra, «literalmente, significa panecillos pequeños. Son como galletas, que desde hace tiempo se venden ya en las tiendas de aquí. La receta me la pasó la profesora de inglés. La probé en casa y, como vi que era rica, decidí hacerla hoy, para que de esa forma estuviera presente un país más». Pocos eran los que se resistían a las tentaciones elaboradas a base de azúcar, nata, frutas o harina, entre otros ingredientes más o menos exóticos. «¿Menudo empacho tenemos!», admitía la propia Beatriz.

Profesores como José Irizar se felicitaban por el «gran éxito» de la idea, en cuya puesta en marcha se habían implicado más de un centenar de chavales con edades entre los 12 y los 17 años. «Nunca habíamos visto tal grado de interés y colaboración – reconocía Irizar – , incluso entre los que normalmente no ayudan. Esta vez se han implicado todos y también sus familias, que les han echado una mano en la cocina». «¿Qué rico está esto!». «Ummm, buenísimo». Entre expresiones de aprobación, los distintos sabores se fundían en los paladares de aquellos que no dudaban en dejarse seducir por el gusto de la diversidad, un gusto a veces agridulce, cuando se ve salpicado por la nostalgia que sienten los que se han visto obligados a abandonar su hogar. Sin embargo, ayer los sentimientos más tristes quedaban borrados por la comida y la música traída de otros países. Y al final, en las mesas, sólo quedaban las migas.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)