Deseo de ser piel roja

Sandra Gamarra reflexiona sobre el inconsciente colonial desde la invención de un museo lleno de otras lecturas de la Historia

El País, BEA ESPEJO, 13-03-2018

Hay una larga cadena de palabras con las que el occidental ha llamado históricamente al “otro”, a las personas indígenas o mestizas y a los migrantes. Indio, indígena, amerindio, andino, inferior, cobrizo, bárbaro, arcaico, tribal, salvaje, aborigen, primitivo, autóctono, nativo, provinciano, serrano, atrasado, igualado, mestizo, cholo, prehispánico, inculto, hereje, precolombino, ingrato, comunista, campesino, comunero, sudaca, sudamericano, inmigrante, holgazán, antisocial, terrorista, terruco, rojo… Sandra Gamarra (Lima, 1972) las escribe con letra redonda tras una extensa colección de pinturas de huacos, ceramios de las culturas preincas e incas existentes en su Perú natal antes de la conquista española y que hoy habitan en colecciones de museos europeos. A simple vista parecen fotografías, como las que utiliza cualquier museo para informar sobre la retirada temporal de determinadas piezas de su colección. Tendría gracia cuando hay una evidente denuncia en un trabajo que de por sí reflexiona sobre la condición de destierro que atraviesan las piezas apropiadas por los colonizadores y sobre el modo en que los sistemas eurocéntricos de enunciación contribuyen a la racialización de esas comunidades indígenas y migrantes contemporáneas. Sobre cómo se escribe la historia, desde dónde y para quién.

La artista opta por pintar los huacos, un medio que llegó a Perú en época virreinal y que buscaba, precisamente, una materialidad distinta a la de la imagen reproducida

Sandra Gamarra siempre va más allá, de ahí que sea una de las artistas por las que rápidamente sientes fascinación. A esa idea dedicó Kafka su Deseo de ser piel roja. Aquí, la artista opta por pintar los huacos, un medio que llegó a Perú en época virreinal y que buscaba, precisamente, una materialidad distinta a la de la imagen reproducida, es decir, la diferencia. Colocadas en vitrinas, nos trasladan a un museo de arqueología.

Componen el Museo del ostracismo, una versión expandida de la instalación que hace unos meses veíamos en Mil bestias que rugen, en el CAAC, y que hoy componen una de las mejores exposiciones que podemos ver en Madrid. No es la primera vez que la artista recrea un museo. Lleva tiempo hablando del inconsciente colonial y de cómo los discursos se materializan en las instituciones museísticas. Limac es, al respecto, su obra más paradigmática: un museo portátil, al estilo del de Broodthaers, cuyas obras aparecen atribuidas a otros artistas pero que ha hecho la propia artista. La idea no sólo es desterritorializar la institución museística, sino también encarnar el deseo de museo. Mensaje latente en Museo de los objetos encontrados, una colección de pinturas de bodegones, retratos y paisajes que remiten a ese clásico género de objetualizar personas y sus culturas, sus recursos y los espacios que habitan. Una clase de antropología de otra historia de América.

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