Tijuana, sala de espera del sueño americano

Canarias 7, 12-04-2006


Tijuana B.C., México

Chinos, rusos, balcánicos, iraquíes, armenios y millones de centro y suramericanos llegan a la frontera mexicana para intentar burlar a la Patrulla Fronteriza y cumplir el sueño de trabajar en Estados Unidos. Algunos lo consiguen y otros se quedan en el camino para sumarse a la lista de los 3.600 migrantes muertos desde 1994.

Al caer la última noche del año 2005, mientras miles de familias enfriaban champaña y colocaban en la mesa los racimos de uvas, dos fogonazos retumbaron en el Cañón Zapata a un costado de la Colonia Libertad en Tijuana Baja California.

Guillermo Martínez, un joven de 20 años de edad, caía abatido por los tiros a unos metros de la barda de lámina oxidada que divide a México de Estados Unidos. Agonizante, el joven migrante alcanzó a arrastrase a territorio mexicano en donde expiró minutos después. Del otro lado de la frontera, un agente de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos enfundaba su pistola aún humeante. Horas más tarde, las luces artificiales iluminaban el cielo de Tijuana y San Diego dándole la bienvenida al 2006. Sobre el cuerpo de Guillermo había una sábana blanca y alrededor unas veladoras. Un año nuevo iniciaba con los más negros presagios. El asesinato de Guillermo ponía fin a un 2005 caracterizado por el recrudecimiento de la intolerancia del Gobierno de los Estados Unidos en torno al fenómeno migratorio. Bajo el argumento de que todo migrante es susceptible de ser un terrorista en potencia, la Casa Blanca ha hecho de la frontera México – Estados Unidos un infierno en la Tierra.

Fuego. El uniformado de la Patrulla Fronteriza que abrió fuego contra Guillermo lo hizo bajo el argumento de que el migrante trató de resistirse al arresto arrojando una piedra contra la patrulla. El joven no llevaba arma alguna, ni siquiera una navaja o un palo que representara un riesgo para los agentes que lo ultimaron, pero para el Tío Sam la Patrulla Fronteriza cumplió con su deber.

Cinco días después, Michael Chertoff, secretario de Seguridad Interna de los Estados Unidos, hizo una visita a la Garita de San Ysidro, el puerto fronterizo más transitado del mundo. El funcionario federal citó a una conferencia de prensa en la línea divisoria y, como si quisiera poner la amarga cereza en el pastel de la intolerancia, ofreció todo su apoyo al agente asesino. Sus palabras textuales fueron que una agresión contra la Patrulla Fronteriza, sea con una piedra o con una bala, es igualmente una agresión y debe ser repelida con todo el peso de la ley. No conforme con ello, lanzó la advertencia de que los agentes actuarían igual siempre que se sintieran agredidos. Las palabras de Chertoff, uno de los halcones más radicales del clan de George Bush, resumen a la perfección la política de la Casa Blanca en torno a la migración.

El asesinato de Guillermo Martínez fue la chispa que despertó a los grupos civiles defensores de los migrantes en ambos lados de la frontera, pero Washington no ha cedido un ápice. El crimen se suma a una lista de 3.600 migrantes muertos en la frontera México – Estados Unidos desde 1994, fecha en que se puso en marcha el Operativo Guardián. En aquel año, el Gobierno de Bill Clinton decidió reforzar la vigilancia en los 3.000 kilómetros que conforman la frontera México – Estados Unidos. Una plataforma metálica utilizada en labores de aterrizaje durante la Guerra del Golfo en 1991 fue habilitada como barda y el número de agentes de la Patrulla Fronteriza fue triplicado. A partir de ese año, los migrantes indocumentados se vieron obligados a intentar sus cruces por zonas cada vez más peligrosas. Las frías e inhóspitas montañas de la Rumorosa, los infernales desiertos de Sonora y Arizona, las traicioneras aguas del Río Bravo fueron la única puerta abierta para miles de familias y acabaron por transformarse en la tumba de más de 3.600 personas que han muerto en los últimos once años en su intento por llegar a Estados Unidos. A ello hay que sumar las acciones de los grupos racistas cazamigrantes, ejércitos de civiles armados hasta los dientes que hacen justicia por su propia mano bajo el argumento de que los migrantes cruzan por sus ranchos.

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