Populismo norte, populismo sur

La Vanguardia, Enric Juliana ,, 06-03-2018

Italia, bien mirado, se ha situado a medio camino entre Gran Bretaña y Francia, en la onda del malestar europeo. Ni Brexit, ni simulacro bonapartista. La Italia de los dos populismos –el del norte y del sur– le acaba de pegar una patada al tablero, sin romperlo. El estrépito es enorme, pero nada de lo ocurrido es tan irreparable como la decisión británica de abandonar la Unión Europea. Nada se ha roto para siempre en un país gatuno que tiene la costumbre de caer de pie.


Ningún partido o coalición dispone de mayoría absoluta para imponer su programa, puesto que nadie ha alcanzado el 40% de los votos. La ley electoral –la cuarta en veinte años, una ley complicadísima– está especialmente pensada para impedir que un tribuno de la plebe acumule demasiado poder. En el supuesto de que Luigi Di Maio (Movimiento Cinco Estrellas) o Matteo Salvini (Liga) consiguiesen formar gobierno, estarían sujetos a un control parlamentario sin parangón en la Europa democrática.


Italia se adentra en terreno desconocido con una Constitución que impide cualquier deriva autoritaria


Hay que recordarlo: el sistema constitucional italiano sigue siendo el más democrático de Europa gracias al pacto antifascista de 1948. El centro de gravedad de la política italiana se halla en el Parlamento, donde rige un sistema bicameral perfecto: la Cámara de los Diputados y el Senado tienen las mismas atribuciones. Si el primer ministro pierde la confianza de una de las dos cámaras, debe subir a la colina del Quirinal para presentar la dimisión al presidente de la República, que tiene la facultad de renovarle el encargo, buscar a otro candidato, o convocar nuevas elecciones. La Constitución antifascista impide la entronización de un “hombre fuerte”, sea populista o delegado del Banco Central Europeo.


El presidente de la República –a su vez elegido cada siete años por un cónclave de más de mil parlamentarios y delegados regionales– es el propietario del tiempo político en Italia. Conviene recordarlo. Frase del día ayer en Roma: “Perdere tempo per prendere tempo”. Ahora veremos en acción al presidente Sergio Mattarella, siciliano grave, hijo de uno de los fundadores de la Democracia Cristiana, hermano de un diputado democristiano que se enfrentó a la mafia (no todos los del partido católico estaban conchabados con Salvatore Totò Riina) y lo pagó con la vida.


Dos torbellinos que compiten: la Liga promete menos impuestos; el M5E, la renta universal básica


Italia tampoco ha optado por la escenografía bonapartista que tanto éxito está teniendo en Francia. Matteo Renzi lo intentó. La reforma constitucional del desdichado Renzi buscaba un ejecutivo fuerte con menos controles parlamentarios. El Senado se convertía en una cámara territorial de bolsillo. Renzi soñaba con un cesarismo florentino. “O César o nada”, el lema de César Borgia, sobre el que tanto se ha escrito en Italia y al que Manuel Vázquez Montalbán dedicó el título de una novela. Los italianos votaron contra ese cesarismo en el referéndum de diciembre del 2016. Con la reforma Renzi aprobada, hoy Luigi Di Maio, un joven de 31 años que no ha acabado la carrera de Derecho, con dificultades para construir correctamente las oraciones subordinadas, sería un tipo potencialmente peligroso. Más peligro entrañaría el desvergonzado Matteo Salvini, un demagogo instintivo que empezó su carrera como dirigente juvenil de la Liga Norte, bajo la insólita filiación de “comunista padano”. No hay bonapartismo posible en Italia, porque los propios italianos lo rechazaron en las urnas.


Dicho esto, no vayamos a minimizar lo ocurrido, porque es muy serio y va a tener consecuencias en toda Europa, incluida España. Maurizio Molinari, director del diario turinés La Stampa, el viejo periódico de los Agnelli, me lo resumía anoche con precisión quirúrgica: “Hemos entrado de golpe en una nueva fase. Nada será igual a partir de ahora. Las dos fuerzas tradicionales –el Partido Democrático y Forza Italia– han quedado casi destruidas. El poder se lo disputan dos fuerzas populistas de distinto signo, obligadas a la competición, que difícilmente van a pactar entre ellas. El populismo del norte y el populismo del sur. Un populismo de raíz septentrional que quiere menos impuestos (Liga) y un populismo de base meridional que exige la renta universal básica (Movimiento 5 Estrellas). Un populismo muy agresivo con los inmigrantes y otro que lo es menos. Ambos sólo tienen tres puntos en común: la desconfianza en la Unión Europea, una cierta hostilidad al euro y fobia al Banco Central Europeo. Creo que estos dos populismos italianos suponen en realidad una exasperación de la vieja lucha entre la derecha y la izquierda”.


Las luchas del Novecento regresan, digitales y descarnadas.

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