Sin techo

Crecen las barracas en Barcelona

El número de personas que duermen en la calle o en albergues aumenta más del 50% en nueve años

La Vanguardia, Domingo Marchena, 17-02-2018

Según Vicente Ferrer, “la pobreza no se ha de comprender, se ha de erradicar”. Lo dijo en India, pero podría haberlo dicho en Catalunya. El quinto –y por ahora último– recuento oficial realizado por entidades sociales y el Ayuntamiento radiografió en mayo del 2017 la realidad del sinhogarismo en Barcelona. En aquellas fechas, 1.026 personas dormían en las calles de la capital catalana, 1.954 en equipamientos municipales o de entidades sociales y 415 en barracas (hoy ya son al menos cuatro más: 419).

En los últimos nueve años, las personas sin techo se han incrementado un 56% y las que duermen en recursos residenciales, un 64%. Los asentamientos irregulares también han experimentado un crecimiento sostenido, aunque las estadísticas son más recientes. En el 2015, la ciudad tenía 42 focos de barracas con 384 ocupantes. Hoy son 62, con 419 personas. La cifra de asentamientos ha crecido un 47,6%; y la de los barraquistas, un 9,11%. Pero si un asentamiento irregular es una infravivienda o conjunto de infraviviendas de autoconstrucción – cualquier tipo de infravivienda– la cifra aumenta.

Esos 62 enclaves, por ejemplo, incluyen campamentos estables y en crecimiento como el que alberga en la Vila Olímpica a un grupo de rumanos, pero no la casa de Francisco Javier Fernández, Javi, de 64 años y natural de l’Hospitalet de Llobregat.

Los rumanos han construido barracas de madera en el puente cubierto de la calle Jaume Vicens Vives que cruza la ronda Litoral, junto al McDonald’s abierto las 24 horas del día en la Vila Olímpica. Javi vive entre cartones que protege con plásticos, en el hueco que queda entre un ascensor del metro y la carpa provisional del mercado de Sant Antoni.

Las barracas ya no son como las de Tiempo de silencio, de Luis Martín – Santos, en arrabales y descampados alejados del núcleo histórico. Las hay en Collserola y en la frontera entre Barcelona y Sant Adrià de Besòs, junto a las vías del tren de la costa en el barrio de la Mina o entre la B – 10 y el parque fluvial del Besòs. Pero también en Sant Martí, Sants – Montjuïc, Gràcia y Sarrià – Sant Gervasi. Y en los barrios de la Vila Olímpica y Sant Antoni, en el centro de la ciudad.

Frágiles estructuras de cartón, pero con voluntad de permanencia, se han convertido en los hogares de personas en el puerto, cerca del World Trade Center del muelle Barcelona. O bajo el puente de la escuela de los jesuitas del Clot. En el paseo Marítim. En la plaza Tetuan. En los alrededores de la plaza de las Glòries. En el paseo Picasso. En el parque de la Ciutadella. En las Drassanes. En la calle Fontanella. En los jardines de la Espanya Industrial o de Sant Pau del Camp, donde a veces aparecen tiendas de campaña…

El puente junto al McDonald’s de la Vila Olímpica parece un decorado de Milagro en Milán, de Vittorio De Sica. Esta zona es un asentamiento irregular desde hace años. Antes había un grupo de rumanos, originarios de la ciudad de Constanza, a orillas del mar Negro, con graves problemas y politoxicomanías. En la actualidad hay siete adultos del Este sin drogodependencias y que malviven de la venta de chatarra y de la mendicidad, aunque el propio Ayuntamiento reconoce que la cifra “es aproximada y puede fluctuar de un día para otro”.

Los barraquistas han construido seis pequeños habitáculos de madera, algunos con ventanas y puertas con candados y cerraduras. La última barraca, con listones de madera regulares, como todas, se levantó el pasado miércoles. En el interior de la más grande apenas hay espacio para un colchón de matrimonio, mantas, dos maletas y algunas palanganas. En el exterior, en un rincón a cubierto, además de carros de supermercados que utilizan para rebuscar en los contenedores, hay un armario con platos y enseres de cocina.

Decenas de transeúntes pasan a diario por este lugar para ir de la avenida del Litoral a la calle Salvador Espriu, o viceversa. Lo que ocurre aquí es un buen reflejo, dice el Ayuntamiento, del aumento que han experimentado los asentamientos irregulares en Barcelona, sobre todo a raíz de la presencia “de personas de etnia rom de Europa del Este que llegan por procesos de reagrupamiento familiar y después de vivir los procesos de expulsión en países como Francia o Italia”.

Proceden, sobre todo, de Rumanía y Bulgaria. El Ayuntamiento cuenta con un servicio de inserción social conocido como SISFA – rom, que se dedica a “mejorar las condiciones de vida de las familias gitanas de cualquier origen que vivan en asentamientos o infraviviendas”. Pero no es fácil ayudar a alguien que a veces no quiere ayuda. Fuentes municipales explican que se les ha tramitado la tarjeta sanitaria, pero “sólo aceptan ropa y comida”.

Las causas del aumento de los sintecho son múltiples y complejas. Voluntarios que trabajan con entidades sociales han detectado la presencia en Barcelona de beneficiarios de recursos sociales que proceden de otros municipios catalanes, que les pagan el billete de tren para que viajen a Barcelona. El Ayuntamiento prefiere no pronunciarse sobre esta cuestión, pero recuerda que la capital catalana “es una de las pocas con servicios específicos de atención a personas sin hogar”.

El plan de lucha contra el sinhogarismo en Barcelona 2016 – 2020 prevé una inversión superior a los cinco millones de euros hasta el 2020 en equipamientos y un incremento anual de más de diez millones de euros en la atención a estos usuarios, que pasará de 26,8 millones a 37,4.

¿Es suficiente? Fuentes municipales admiten “la complejidad , dificultad e impotencia” ante ciertos casos. ¿Qué se puede hacer? A menudo hay más interrogantes que respuestas, pero conviene recordar lo que pasó hace un año, cuando la parroquia de Santa Anna abrió un hospital de campaña para obedecer al Papa: “Una iglesia pobre y de los pobres”.

La iniciativa coincidió con una exposición sobre la madre Teresa de Calcuta en el claustro. Una mañana, los voluntarios descubrieron en el colchón del montaje que recreaba la celda de la santa a un sintecho durmiendo. Y, de nuevo, la pregunta: “¿Qué se puede hacer?”. Las Hermanas de la Caridad, responsables de la instalación, respondieron: “Nada, ella estaría encantada”.

El drama del sinhogarismo puede resumirse en apenas 168 metros de la ronda Sant Antoni, los que separan las esquinas de las calles Villarroel y Urgell. En un extremo de esta línea roja está la casa de Francisco Javier Fernández, Javi, de 64 años. En el otro, la librería de Jesús Cuesta Prieto, de 55.

Casa y librería, con todas las cursivas que quieran, pero eso es lo que son. Javi vive en una frágil construcción que la Guardia Urbana y operarios municipales han destruido en varias ocasiones. La última, el día 1, aunque su morador los zarandeó, los insultó y amenazó con arrojarse bajo las ruedas del camión de limpieza.

Otros policías con menos tablas lo hubieran detenido por resistencia a agentes de la autoridad, pero no cuesta imaginar qué deberían pensar mientras se veían obligados a hacer su trabajo y a llevárselo todo. Javi perdió incluso su dentadura postiza y sus gafas. “Pero siempre hay gente buena: un vecino me ha comprado otras”. Y lo dice él, que días después, cuando volvió al rincón que ha convertido en su hogar, compartió su manta mojada y los plásticos y cartones que lo protegían de la lluvia con una prostituta aterida.

No lejos de allí, en la otra esquina, Jesús vende los libros que le regalan o que encuentra. Cuando anochece y guarda los volúmenes, extiende unos cartones y trata de dormir. El día del reportaje llevaba varias noches en que apenas había pegado ojo porque no sabe cómo podrá pagar una multa por venta ambulante ilegal de más de 200 euros.

Cuando se llevaban sus cartones, Javi gritaba: “Si hasta esto me quitáis y no hay pisos para mí, ¿dónde puedo dormir?”. Cuando enseña la sanción, Jesús dice: “Hace falta vender muchos libros para reunir esta cantidad, pero si logro el dinero y la pago, qué comeré”. Arriba, una placa recuerda que la calle del Comte Urgell homenajea a Jaume II, también llamado el Dissortat.

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