La libertad de expresión magreada

Los sectores más cercanos al fascismo suelen utilizar la libertad de expresión como escudo para adoctrinar en el odio y romper la convivencia.

El Diario, , 14-02-2018

Vivimos tiempos paradójicos, en los que los lobos se visten de ovejas para presentarse como víctimas aunque sean los victimarios. Vivimos tiempos en los que las palabras han perdido valor y los conceptos fundacionales de las sociedades libres son magreados por aquellos que quieren que no lo seamos.

Y esto, esta perversión conceptual, ocurre a menudo con la “libertad de expresión”, o expresado por los directivos del Ateneo de Santander: “la exposición libre de ideas”. Este miércoles, el Ateneo, la vetusta y pétrea institución santanderina, ha debido recular una vez más con la programación de actos que rozan la apología del odio y del fascismo. Si ya lo tuvo que hacer con charlas de una de las asociaciones fascistas de la ciudad, ahora ha tocado el turno a la conferencia ‘La dictadura de la ideología de género’, que ya en su enunciado contenía el germen del desastre del que han alertado 37 organizaciones sociales, políticas y sindicales de Cantabria.

De no haber sido por la alerta emitida por estas organizaciones, y por la respuesta de algunas autoridades que han forzado la cancelación, el Ateneo hubiera seguido adelante con la supuesta conferencia. Cancelan el evento, no porque consideren que es nocivo para esta sociedad, sino por la presión y por “la ausencia de posicionamiento en contra de la petición [de las organizaciones que solicitaron la cancelación] por parte de ningún partido político o asociación”.

Dice el Ateneo que la cancelación es una lástima porque supone una “reducción de los espacios para la exposición libre de ideas resulta perjudicial para la libertad de pensamiento” y justifica el hecho de acoger la charla porque la autora, Alicia Rubio, es una persona de “suficiente prestigio y currículum”: exjefa de estudios de un instituto, cargo de un partido político de ultraderecha y autora de un libro infame que solo se vende en redes.

La libertad de expresión no cobija a quien opina que hay un complot para que todos nuestros hijos sean homosexuales o quien grita a los cuatro vientos que las feministas son una mano de locas que no son capaces de amar (y por lo tanto no quieren cuidar gratis a hijos, maridos, abuelos y demás personas con necesidad de ayuda –femenina, se entiende–).

La libertad de expresión en el siglo XXI permite que estas personas inunden las redes y los espacios privados de discursos de odio homofóbicos, pero no puede traducirse en que un espacio financiado generosamente con dinero público sea el escenario de un aquelarre contra la igualdad de género, en la que Rubio ve el inicio de la corrupción generalizada y el fin de la familia (de su modelo de familia).

Ya se dio el mismo debate con el artículo islamofóbico de Enrique Álvarez, el aún jefe de servicio de Cultura de Santander, y la justificación del medio que lo publicó en aras de la libertad de expresión. ¿Dónde está el límite? ¿Por qué aplican la libertad de expresión para estos dinosaurios filosóficos y políticos y no para los tuiteros o para los chicos que hacen montajes de su cara con una imagen de Jesucristo? ¿Por qué la ley protege la sensibilidad a flor de piel de los católicos de este país y no hace lo mismo con la sensibilidad de los que nos vemos bombardeados todos los días con mensajes religiosos excluyentes?

La libertad de expresión, como todos los conceptos, es pasada por el tamiz del discurso hegemónico que naturaliza como normal lo que al sistema dominante así le parece y convierte en amenaza todo aquello que le molesta. No se consideraría, entonces, adoctrinamiento el discurso de la conferencista frustrada de VOX –aunque hubieran invitado a todos los colegios de la ciudad a escuchar tremendos delirios– pero sí se consideraría adoctrinamiento una cartilla sobre la libertad sexual y la elección de género destinada a niñas y niños; es razonable que cada acto público cuente con obispo y bendición, pero sería un ultraje que se levantara un altar a Marx frente a una iglesia… utilizo caricaturas para mostrar los dos raseros y como la libertad de expresión –al igual que la libertad de pensamiento, de asociación o de manifestación– es magreada por el sector hegemónico de la sociedad a su antojo.

Me alegra que tantas y tan dispares organizaciones y colectivos hayan reaccionado para evitar que Santander acumule una capa más de rancio discurso político fascista. Me alegra que haya resistencias, pero me parece que deberían ser innecesarias. Instituciones como el Ateneo, que sobreviven gracias a los cientos de miles de euros que el Gobierno de Cantabria y el Ayuntamiento de Santander le dan sin concurso público, deberían ser fiscalizadas y monitoreadas para que, al menos, su programación no choque de frente con las políticas públicas de fomento de la convivencia, la igualdad, la memoria o el laicismo.

Me alegra que los abanderados del medievo saquen a la libertad de expresión en procesión, pero la realidad es que habitamos un país donde la libertad de expresión está penalizada si cuestiona el statu quo. Los ejemplos sobran y la justicia los hace crecer sin límite. Seguimos chupando del mito de que vivimos en un país democrático y de libertades, pero no es así.

De no ser por la reacción de todos los colectivos que se movilizaron desde el lunes para evitar este peligroso esperpento, Santander habría acogido un encuentro fascista, porque no hay otro calificativo para aquellos discurso que pretenden imponer a toda una sociedad un modelo totalitario de moralismo prehistórico y que excluye a la mayoría de la sociedad (en el caso de la señora Rubio a toda la comunidad LGBTI y a todas las mujeres que no acepten un rol de inferioridad).

Algunos amigos me plantean sus dudas y aseguran que censurar los discursos de personajes como este es abonar que censuren los nuestros; se olvidan de que los nuestros ya reciben suficiente censura y que el proyecto a largo plazo de asociaciones como las organizadoras del acto (Enraizados y ADVCE) es cerrar el sistema al disenso y a los discursos de igualdad. Ya lo están logrando en algunos países de Latinoamérica, donde con el poder de sus feligreses están estableciendo una especie de teocracia criolla que resulta asfixiante y que se traduce en agresiones y estigmatización a todo el que no coincida con sus teorías paranoicas. Los discursos de odio a la diferencia y de aplastamiento del contrario no caben –o no deberían caber– en la libertad de expresión. Claro, que para eso la libertad de expresión debería dejar de ser magreada por los que no creen en ella realmente.

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