“En los principios de la UE solo está el beneficio económico”

El sacerdote eritreo Mussie Zerai es, para unos, el candidato al premio Nobel de la Paz en 2015, y para otros, el acusado de tráfico ilegal de personas. Hay incluso quien lo llama Don Barcone (señor Patera) porque lleva dos décadas defendiendo los derechos de los migrantes

El País, ALBERTO G. PALOMO, 14-02-2018

En su biografía hay dos grandes titulares. Por un lado, la nominación en 2015 al premio Nobel de la Paz. Por otro, las acusaciones en agosto del año pasado de un tribunal de Sicilia de tráfico ilegal de personas. Hechos en apariencia contradictorios que, quizás, reflejan las diferentes ópticas desde las que se juzgan los trabajos humanitarios: alabanzas y persecuciones. Con este gremio se siente identificado el sacerdote eritreo Mussie Zerai, que resuelve sin titubeos ambas alusiones. “Me llamaron de la Fiscalía de Trapani y presenté todo lo relativo a mis actividades registradas minuciosamente”, dice en relación con los cargos que se le achacan en Italia. “Cualquier premio es un gran escenario para seguir dando voz a los sin voz”, sentencia sobre el galardón internacional.

El primer día de febrero recibió otra distinción en Madrid. Junto a la activista Helena Maleno —fundadora de la ONG Caminando Fronteras y también procesada por supuesto favorecimiento de tráfico de personas—, Zerai obtuvo el premio Mundo Negro 2017 a la Fraternidad. Lo hizo con un aplomo ejemplar y una amabilidad sin estridencias, a pesar de que su discurso es una feroz diatriba contra la Unión Europea y contra las políticas antimigración. Con camisa y pantalón de color suave, a tono con el neutro fondo de la sala, es solo un crucifijo brillante lo que identifica su labor religiosa. Un papel que no saldrá a relucir en toda la conversación: aunque en la actualidad compagine su trabajo pastoral en comunidades católicas de Suiza e Italia, su función principal es la de ayudar a seres humanos.

“Tengo la sensación de que estamos perdiendo el valor de la solidaridad”, esgrime nada más comenzar la conversación. Nacido en 1975 en Asmara, la capital de Eritrea, Zerai sufrió hasta los 16 años las atrocidades de una dictadura y una guerra por la independencia. Entonces marchó a Roma, a respirar “libertad” e iniciar su carrera eclesiástica. Allí recibió asilo y conoció el problema de los migrantes que llegaban desamparados al continente. Pronto se volcó en ellos.

Su número de teléfono empezó a circular entre los necesitados de cualquier parte del mundo, desde aquellos que tientan la suerte en el Mediterráneo hasta los que esperan en una cárcel libia. Y hoy —a través de la Agencia Habeshia, que fundó en 2006— presta ayuda legal y da formación a los refugiados. “Se nos olvida que la gente que intenta alcanzar Europa son seres humanos, no números ni objetos. Y tienen los mismos derechos, la misma dignidad y el mismo sueño de tener una vida en paz que nosotros”, insiste quien es conocido como Don Barcone (señor Patera): curioso apodo para alguien cuyo nombre en castellano es Moisés, personaje bíblico que separó las aguas para permitir el paso de un pueblo.

Algunos políticos han utilizado la crisis para crear una nueva narrativa, la suya, que estigmatiza a los migrantes

“Algunos políticos han utilizado la crisis para crear una nueva narrativa, la suya, que estigmatiza a los migrantes”, comenta, refiriéndose al cambio de perfil que ha notado a lo largo de su labor humanitaria. “Se está perdiendo la solidaridad dentro de la Unión Europea. No se da una respuesta colectiva a esta gran tragedia. Y el continente se niega a darles protección, a pesar de los acuerdos. No es culpa de la recesión, es una crisis interna de la Unión Europea: en sus principios solo está el euro, la economía, el beneficio. No los seres humanos”, arguye quien cree que la mayoría de las personas que huyen de sus países cargan con el horror de conflictos armados y solo buscan un lugar donde sobrevivir. “Además, ¿qué significa ser un inmigrante ilegal?”, se pregunta. “En Europa no solo están bloqueando la entrada, sino que están pagando a otros Estados para que violen los derechos humanos”, agrega, explicando que muchos de los que llegan a las fronteras del territorio europeo son encarcelados o retenido sin haber cometido ningún delito.

Impedir o bloquear el tránsito de cualquier persona, apunta Zerai, “es una creación artificial”. “Todos somos libres y tenemos el derecho de movernos de un sitio a otro”, arranca, antes de desviar la conversación hacia los usos que hacen los políticos de estos indocumentados. “Utilizan el miedo como herramienta de control. Ya lo hacían los nazis. El miedo a lo desconocido es un gran negocio. Algunos gobernantes invierten en hacer creer que el enemigo es el que viene de fuera. El desconocimiento provoca este temor. Así se culpa a un grupo concreto y se evitan ciertas responsabilidades propias. Pero el siguiente paso, cuando los otros ya no sean extraños, es asumir que el enemigo somos nosotros mismos”, afirma.

Tengo la sensación de que estamos perdiendo el valor de la solidaridad

Semejante mecanismo de distracción, opina, le sirve al poder para mantener una serie de beneficios. “En Italia hacen falta 150.000 trabajadores cada año para mantener la economía”, ilustra, “pero no se dan permisos. Así se favorecen el mercado negro, los pagos más bajos y, en definitiva, una nueva esclavitud. Utilizan el problema para su propio provecho. Prefieren siervos que comunidades con una identidad social fuerte. Y esta desigualdad les ayuda a mantener para el resto de habitantes un salario menor”, sostiene. “Los sindicatos deben trabajar con todos, no hacer separaciones entre ellos y nosotros. Y el papel de los políticos no es mirar por ellos mismos, sino por el bien común”.

La migración humana, zanja, es “un gran negocio” para “algunos lobbies y políticos”. Se puede comprobar en las arengas de partidos extremistas en Francia, Polonia, Austria o Estados Unidos. La protección de lo nacional frente a lo extranjero se ha convertido en parte medular de su programa. Y, sin embargo, la resistencia de algunas personalidades —como Zerai o Maleno— continúa. “No tenemos otra opción. La gente escapa de la corrupción, de las dictaduras, de lugares donde no se respetan las libertades básicas”, razona el sacerdote, que reconoce tener algunas amenazas de la ultraderecha o de mandatarios de Eritrea por la imagen que da del país. “Cuando salió lo del tráfico ilegal de personas, lo airearon para degradarme”, relata con parsimonia, sin alimentar las descalificaciones que recibe y aprovechando para abogar por la educación (“Es lo más necesario. A ello voy a destinar los 10.000 euros del galardón”) o echar flores a su congregación: “La iglesia lo está haciendo muy bien. Especialmente con el papa Francisco, que ha denunciado continuamente la situación”.

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