Entre las torturas y la violencia sexual: 21 años de guerra en el Congo

Miembros de la ONG Médicos Sin Fronteras explican a ABC la situación por la que pasa la población congoleña, castigada por hambrunas y epidemias de cólera

ABC, MARÍA JESÚS GUZMÁN , 13-12-2017

A la República Democrática del Congo (RDC) le crecen tumores por las distintas partes de su fisonomía. Los conflictos y las batallas surgen, se apagan y se reabren por diferentes puntos de su geografía, que se pudren y se necrosan: mueren lentamente, arrastrando consigo la vida de sus moradores. El pasado 26 de octubre la guerra que asola el país cumplió 21 años.

Décadas de odio y rivalidad se unen al malestar político creciente y a los intereses económicos y de explotación de recursos. Zonas golpeadas por la violencia se mezclan con otras que permanecen aisladas, casi ajenas a lo que pasa a su alrededor. No se trata de un conflicto que se extienda por todo el país a la vez, es más bien una bomba de relojería que se desplaza silenciosa por todo el territorio y que puede estallar en cualquier parte, en cualquier momento. Hay zonas que hasta ahora no conocían la violencia. Muestra de ello es Kasai, en el centro del país, convertida ahora en el palpitante corazón del horror. Pablo Álvarez es pediatra de Médicos Sin Fronteras (MSF) y coordinador del equipo móvil en la provincia. En los tres meses que lleva allí, se ha encontrado con «niños que han visto cómo asesinaban a sus padres o que, incluso, estaban en sus brazos cuando los mataban». Por ello, la organización presta especial atención a actividades relacionadas con la salud mental.

Violaciones con cuchillos y machetes
El apoyo psicológico también va dirigido a las víctimas de la violencia sexual, convertida en un arma de guerra que a veces se usa contra menores. «El caso más impactante que recuerdo es el de una niña de dos años; aparte de la agresividad con que se hizo, por la edad», relata el médico, quien explica que «contra los hombres se suele usar la tortura o el asesinato, mientras a las mujeres se las viola, casi siempre con el afán de demostrar la dominación. No se tiene tan en cuenta la edad, no hay una atracción sexual; es el hecho de demostrar que se puede. Por eso ha habido casos de ancianas y niños violados». En el caso de los más pequeños «puede ser mucho más dañino por la desproporción entre el tamaño del pene del violador y el de la vagina de una niña de dos años. Se hace por afán de demostrar superioridad, muchas veces ni siquiera es violación directa y se utilizan instrumentos: machetes, cuchillos, bayonetas… las lesiones físicas que encontramos son muy importantes y a veces impactantes».

«Contra los hombres se suele usar la tortura o el asesinato, mientras a las mujeres se las viola», Pablo Álvarez, de MSF
A pesar de la crudeza de las violaciones infantiles, los niños son muchas veces los que antes se recuperan a nivel psicológico. «Hay niños muy pequeños que no memorizan lo que les ha ocurrido, entonces no les crea un trauma», expone Álvarez, quien también habla del estigma social que acompaña a la violencia sexual. «Hay muchas personas que la han sufrido, sobre todo en los límites de la frontera con Angola, pero al principio costaba encontrarlas», cuenta el pediatra, quien añade: «Ser violada está muy estigmatizado en Congo; se culpa a la víctima, es una presión social hacia ella y no hacia el agresor. Muchas víctimas prefieren no decirlo, sus maridos las rechazan si lo saben o su familia les dicen que lo oculten porque es mejor que no se sepa… Es una cosa que se suele esconder». Viendo que poco puede hacer a nivel de concienciación, MSF se ha decantado por brindar confidencialidad a sus pacientes, una estrategia que «empieza a dar sus frutos»: cada vez tienen más pacientes que acuden de forma voluntaria para que les curen las posibles infecciones, para que controlen si se han quedado embarazadas o han contraído alguna enfermedad. También para recibir apoyo psicológico.

Más desplazados que en Siria
Pero el sufrimiento de la guerra no queda solo en la violencia. Hay muchas personas que se ven obligadas a marcharse de su hogar y dejar su vida atrás. El número de desplazados ha hecho que salten las alarmas y que se alcance el nivel tres –el máximo–, el mismo que hay en Siria. Aunque, en el caso de RDC, la mayoría son desplazamientos internos o a países limítrofes. «Un millón y medio de personas han sido desplazadas de sus hogares, 700.000 han vuelto pero otras 700.000 están o viviendo en el bosque o en núcleos urbanos mayores, donde se sienten más seguros», señala Álvarez. Además, quienes deciden volver a casa encuentran sus poblados destrozados. «Cuando empezamos a ir hacia el sur y a alejarnos de la Tshikapa [capital de Kasai] –por un camino de tierra que ni siquiera es plano y que está moldeado por el agua– una de las cosas que más me impresionó fue que empezamos a atravesar poblados, hechos de adobe y madera, que estaban completamente abandonados. Pueblos fantasma con todas las casas destruidas y con el centro de salud destrozado… porque algunas milicias lo vieron como un elemento de gobierno».

Niños desplazados en RDC
Niños desplazados en RDC-REUTERS
Quienes regresan encuentran que el material médico de los hospitales de segundo nivel ha sido robado y que los campos en los que habían cosechado antes de los conflictos están devastados. Tampoco tienen semillas ni instrumentos como un arado o una pala; a ojos del enemigo, armas que debían ser eliminadas. A pesar de ello, hay quienes han logrado cosechar, sobre todo, mandioca y maíz; unos cultivos de los que no obtendrán frutos hasta dentro de tres meses. La espera se transforma en agonía cuando muchas de estas personas no han tenido qué llevarse a la boca durante mucho tiempo. «Nos han contado que han estado durante meses viviendo en el bosque, comiendo hojas», explica Álvarez.

Hambruna y epidemias
El médico ya ha estado trabajando para la organización en la India, Níger, Guinea Bissau, Yemen y Croacia, con los refugiados que venían de Siria, y nunca se había encontrado con una situación parecida, ni en cuanto malnutrición ni a la violencia sexual. «La mayoría de las veces, ya solo tratamos a pacientes con malnutrición aguda severa. Se les intenta sacar de ese estado en que están a punto de fallecer porque lo que estamos viendo aquí son casos mucho más severos», cuenta Álvarez. Aunque los casos de desnutrición se encuentran casi siempre en niños menores de cinco años, que crecen y consumen más energía de lo normal, en el Congo hay adultos malnutridos, muy débiles, al borde de la muerte; a pesar de ser más resistentes a la carencia de alimentos, no logran esquivar ni la hambruna ni la muerte.

Los campos están devastados. La gente no tiene ni semillas ni aperos de cultivo; a ojos del enemigo, armas que debían ser eliminadas
Tampoco pueden rehuir de las epidemias que asolan el país. Petra García es coordinadora médica de MSF en la provincia oriental de Kivu del Sur y tiene que lidiar con enfermedades como el cólera, una dolencia intestinal aguda, contagiosa, que mata a quien la padece deshidratándolo. La primera vez que se enfrentó a él fue en Sudán del Sur, en 2014. Recuerda que no fue una epidemia tan elevada, pero sí inesperada. «Nos pilló de sorpresa. Tuvimos que montar una estructura para atender a los pacientes, tuvimos que reaccionar muy rápido porque en principio estábamos allí para hacer una campaña de vacunación y un programa de nutrición. Pero era una epidemia más pequeña que la que tenemos ahora aquí en Kivu del Sur, que no es muy típica. Normalmente, una epidemia crece hasta alcanzar un pico y luego baja; aquí hay un estancamiento», desvela García. Más de 38.000 personas se han visto afectadas por la enfermedad (que se ha extendido por 21 de las 26 provincias del país); 709 de ellas han muerto, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Erradicar el brote de cólera
La doctora piensa que el problema radica de la falta de prevención, también de higiene. «Se trata de zonas donde es repetitivo [la última gran epidemia se produjo en 2014] porque no se tiene acceso a agua potable; no hay un sistema de saneamiento ni baños. Cuando empieza la época de las lluvias sube el nivel del agua en los pozos y aparecen excrementos (…) Cuesta mucho de introducir cambios para prevenir y mejorar la higiene» con premisas como «lavarse las manos, cuidar los pozos o no beber el agua del lago». La situación se complica si no se dispone de los medios necesarios. En las zonas rurales, alejadas de las grandes ciudades, el trabajo se convierte en una misión casi imposible. Allí, «es muy difícil hacer llegar el material médico, desde una gasas hasta camas. Las infraestructuras son muy malas, hay muchos sitios que son carreteras de montaña y se puede ir solo con moto o, a veces, andando», informa García.

Un niño siendo tratado de cólera
Un niño siendo tratado de cólera – MSF
Enfermos de cólera se mezclaban con pacientes que tenían otras dolencias. Las camas no tenían agujeros para evacuar los fluidos (vómitos y la diarrea) de los afectados. Era el panorama desolador de los hospitales congoleños; la razón por la que surgieron los centros de tratamiento de cólera (CTC), salas de aislamiento para evitar que la enfermedad se extienda y curar a los que ya la han contraído. «Cuando el paciente entra, se ve en qué estado se encuentra. Si está muy grave, tienen que ponerle un tratamiento intravenoso», explica García, que hace hincapié en el cuidado de la higiene y en que el trabajo no está solo en el centro médico, también en la comunidad. «Cuando llega un paciente con cólera, se mandan higienistas a su casa para desinfectarla. También se limpian las viviendas de alrededor», explica.

En medio de este clima de miseria humana, aflora la peor cara de las personas. Casos como el que conoce la médica son ejemplo de ello. «Teníamos el caso de un hombre mayor de 60 años, que es bastante mayor en el Congo. Se infectó del cólera y su familia lo abandonó en el centro de tratamiento. No vino nadie ni a cuidarlo ni a buscarlo. Tuvimos que poner en marcha el equipo de sensibilizadores para buscar a la familia y encontrar una solución».

Más ayuda humaniaria
Aunque con ellos trabajan onegés como UNICEF o Cruz Roja ONG, además de pequeñas organizaciones locales que se encargan de sensibilizar a la población, hacen falta más manos, denuncia Álvarez desde Tchikapa. «Al principio no se podía salir a la periferia por motivos de seguridad. En septiembre, empezó a haber áreas aseguradas, sobre todo, en el eje sur, en dirección a Angola. MSF comenzó a lanzar actividades móviles (…) Pero el resto de actores humanitarios no salieron y la gente que está volviendo a la periferia está totalmente abandonada a su suerte. En otros conflictos o catástrofes naturales, a estas alturas, la cantidad de gente trabajando en la zona sería mucho mayor. La razón la desconocemos, solo reclamamos que cambie la situación», sentencia el médico.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
El conflicto comenzó en 1996, cuando los Ejércitos de Uganda y Ruanda, en connivencia con los rebeldes –liderados por el general Laurent Kabila–, entraron en las provincias congoleñas del Norte y Sur de Kivu, al este del país (entonces, llamado Zaire). Su objetivo era desmantelar los campos de refugiados hutus, que habían huido del país tras aniquilar al 80% de la población tutsi de Ruanda. Un genocidio que sus históricos enemigos no quisieron que quedase impune. El resultado fueron siete meses de guerra que acabaron con el mandato del mariscal Mobutu y el ascenso al poder de Kabila; apoyado por buena parte de la población, desde intelectuales hasta campesinos, que confiaba en que con él llegaría la democracia.

Sin embargo, este enfrentamiento desató una serie de conflictos entre los que se cuenta la Guerra Mundial Africana. La inestabilidad política, los conflictos étnicos y la injerencia de agentes internacionales se han entreverado y han formado un peligroso cóctel, aderezado con la codicia. RDC posee el 80% de las reservas de coltán –un material que se usa para hacer dispositivos electrónicos– mundiales conocidas. Además, el país africano también alberga yacimientos de cobalto, oro, diamante, estaño, manganeso, plomo y zinc, petróleo, uranio y carbón.

La guerra continúa a día de hoy, estallando en diferentes zonas de la geografía congoleña. La tensión crece cada vez que el actual dirigente, Joseph Kabila –hijo de Laurent–, retrasa las elecciones. La ley congoleña establece que un presidente no puede ostentar el poder por más de diez años (dos mandatos). Kabila debería haber abandonado su cargo el 20 de diciembre de 2016, pero, al estar posponiendo los comicios de manera constante, el político sigue al frente de un país en el que la semana pasada 14 cascos azules murieron en un ataque lanzado por los rebeldes ugandeses a una de las bases de la ONU en el territorio de Beni, en el este de RDC.

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