El cambio digital

La libertad de expresión en la era de las redes sociales

Deia, Alex Rayón, 10-12-2017

En los últimos meses, estamos viviendo numerosos casos alrededor de comentarios en redes sociales que están comenzando a tener consecuencias penales. Textos escritos con claras intenciones racistas o de apología al terrorismo, ya son constitutivos de delito. Incluso la difusión de noticias falsas que han provocado desórdenes públicos (inseguridad en la sociedad cuando los tristes sucesos en agosto en Barcelona o de movilización de recursos policiales supuestas amenazas de bomba), están siendo tipificadas ya como delito.

Los jueces entienden ya las redes sociales como lo que son: espacios públicos donde uno no puede hacer o colgar cualquier contenido. Su uso por una amplia mayoría de la sociedad hace que su relevancia sea considerable. Su marcada naturaleza pública hace que uno no se pueda escudar en el derecho a la intimidad únicamente. Si incitan al odio o ponen en peligro la integridad física de las personas, pueden ser constitutivos de delito.

En el resto de casos, podemos pensar que pudieran entrar dentro de la libertad de expresión. Un concepto, que en la era de las redes sociales, cada vez plantea nuevos retos. Como norma general, parece que empieza a asentarse la idea de que, al igual que en el mundo físico, la libertad de expresión no incluye la posibilidad de difundir mensajes ofensivos ni amenazas. Sentido común, en definitiva. Pero que hasta la fecha no lo teníamos tan claro.

En esta línea, hace pocas semanas, conocíamos como el Tribunal Supremo confirmaba la condena de un año y medio de cárcel a un acusado por publicar en Twitter, entre 2014 y 2015, imágenes de ETA y sus miembros. Cuando digo “publicar”, me refiero simplemente a retuitear. Argumentaba el tribunal que esto es dar publicidad, expandiendo el mensaje a una gran cantidad de personas. Así que pese a no ser contenido original creado por la persona que difundía ese mensaje, hacerlo más viral y conocido aún, es también delito. Todo esto, siempre según el Tribunal Supremo.

En los últimos días hemos tenido un caso en la sociedad algo diferente. ¿Qué pasa cuando se trata de conversaciones por WhatsApp? A diferencia de las redes sociales, que tienen una naturaleza marcadamente pública, esta es una herramienta de mensajería instantánea. Y, habitualmente, de conversaciones privadas, donde por lo tanto “choca” con el derecho a la intimidad de las personas.

No obstante, el debate está ahí porque cada vez más personas están intentando utilizar estas comunicaciones como pruebas en diferentes juicios. La dificultad radica en saber si no ha habido manipulación en el camino. En esta era de la posverdad, donde semana tras semana, vemos multitud de mensajes de comunicaciones por WhatsApp manipulados (tengan cuidado con ello), la detección de la veracidad de un mensaje es cada vez una tarea más complicada.

Estas interpretaciones de los jueces son las que en definitiva están impulsando al ordenamiento jurídico a entender nuestra convivencia con estas herramientas de comunicación. La proyección pública de algunas de ellas (Facebook, Twitter e Instagram) convive con las conversaciones privadas que tenemos en WhatsApp. Algunas están siendo aceptadas como pruebas (las que se acredita no han sido manipuladas, cuestión harto difícil), y otras no. Algunas constituyen delitos y otras no.

Pero lo que está claro es que comenzamos a ser conscientes todos y todas de la responsabilidad que tenemos y asumimos haciendo uso de unas herramientas extremadamente potentes a nivel de comunicación. Pero, que han coincidido en el tiempo, con una baja madurez y conocimiento en su utilización por parte de una amplia mayoría de la sociedad. Son numerosos los casos de acusados que han argumentado que desconocían el alcance de sus retuits o comentarios en Facebook. O que lo escribieron con otra intención.

El problema de utilizar estas herramientas sociales es que fueron creadas con una intención claramente orientada a la difusión masiva. Que es, dicho sea de paso, de lo que viven las multinacionales que crearon estas herramientas. Por lo tanto, tengamos claro que por detrás de nuestras conversaciones y comentarios digitales, nunca podremos escudarnos en “Lo escribí solo para mis amigos”.

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