De Honduras a Barcelona: "Llegas aquí y tus sueños se paran, tu vida se reduce a trabajar y trabajar"

Tras semanas laborales de 60 horas dedican el sábado a aprender catalán para poder regularizar sus papeles

El Periodico, , 02-12-2017

Empiezan la clase a las cuatro y diez, dando diez minutos de margen para las no pocas que salen a las tres del trabajo. Isabel Bargalló, la profesora, tiene ese tipo de detalles para con sus alumnas (es también por eso que la adoran). Comienzan cantando, pese a estar aquí para aprender; es sábado y la semana laboral ha sido larga y dura. Entonan tímidas, pero sonrientes un ’ai Dolors, porta’m al ball…’. “Nos gustan mucho las canciones que nos descubre Isabel. Después, entre semana, siempre hay alguien que encuentra alguna otra canción de la misma banda y la comparte en el grupo de Whatsapp”, cuenta Johana Torres, una de las alumnas, hondureña de 28 años, en Barcelona desde el 2009. Además de para aprender catalán – trámite imprescindible para obtener el certificado de arraigo, necesario para obtener los papeles – , las clases les sirven para relacionarse entre ellas. Para cuidarse entre ellas. Ellas, que pasan una media de 60 horas semanales cuidando de otros. Ellas, integrantes del colectivo inmigrante que más ha crecido en Barcelona en los años de la crisis tras el italiano.

Johana llegó a las clases que organiza la Asociación Cultural Social Arte Culinario de Honduras los sábados por la tarde – el único momento en el que estas mujeres, la mayoría trabajadoras del hogar, cuidadoras o canguros, tienen disponibilidad –  a través de Facebook, como la mayoría de sus compañeras de aula, ahora amigas. Como Kathia.

Kathia Díaz llegó a Barcelona en el 2014, con 21 años recién cumplidos. En Honduras, antes de migrar, estudiaba Enfermería. "Tuve que dejarlo porque la situación económica de mi familia decayó. Pasé de tener a una chica en casa que nos lo hacía todo, a ser yo la chica que tenía que hacérselo todo a terceros…“, explica la joven, recordando la primera vez que tuvo que limpiar un baño. ”Aprendes a valorarlo todo. Llegas aquí y ves cómo todos tus sueños se paran. Se congelan. Aquí tienes solo responsabilidades", prosigue. Este es su segundo curso de catalán. Antes había hecho otro de asistencia geriátrica, aunque a ella lo que le gustaría es hacer un curso de auxiliar en pediatría, pero con sus horarios es difícil. Prácticamente imposible. Trabaja con una familia con tres hijos, llevándolo todo, los niños y la casa, de ocho de la mañana a ocho, ocho y media de la tarde.

Pese a lo extenso de su jornada, Kathia está contenta con su actual trabajo: "En la primera casa en la que estuve sí lo pasé mal de verdad. Le hacía la limpieza a una señora que me hacía sentir como una esclava. Era una mujer joven que me hablaba fatal. Me lo pedía todo chillando y hacía cosas como hacerme venir de la otra punta de la casa llamándome de malas maneras para que le acercara el vaso de agua que tenía al lado. Al lado". “Se me saltaban las lágrimas de la impotencia. Eso te destruye la moral”, prosigue la joven.

Johana, sentada a su lado en un banco del centro cívico durante el descanso de la clase, asiente y le sonríe cómplice. Empática. No puede entenderla más.  

“Mi problema es que para hacer los papeles necesitas tres años de padrón, y perdí un año y medio. Algunos te ofrecen una habitación, pero sin derecho a padrón, porque ya tienen empadronados a familiares. Y es lo que hay, o lo aceptas o te buscas otra cosa, y encontrar habitación a un precio asumible en Barcelona es muy difícil, todo está muy caro”, lamenta Kathia.

Kelin Portillo, 30 años, aterrizó en la capital catalana en enero, todavía no hace un año. Vive, o es más preciso decir trabaja, en la Barceloneta. “No hay día en el que no llore”, se sincera arropada por Kathia y Johana. "Vine por la delincuencia. Por las pandillas, las ‘maras’. Yo vivía en la capital. Soy profesora. Licenciada en Ciencias Sociales. En Honduras impartía clases y estaba estudiando un máster. Dirección comercial y mercadeo", relata valiente. Pero un día tuvo que decidir: "Era marcharme o quedarme allí y perder la vida". “Llegas aquí y empiezas una nueva vida, totalmente distinta a la que tenías allí y totalmente distinta a la que esperabas encontrar en Europa. Aquí hacemos cosas que jamás nos imaginamos que haríamos”, narra. Cuida a dos señoras mayores, una por la noche, de cinco de la tarde a nueve de la mañana, y otra de día, de diez a dos. 

“Aquí no tienes vida propia. Te olvidas de ti misma. La prioridad es el trabajo, y es muy difícil. No cualquiera aguanta un encierro”, coinciden las tres. Coinciden también en que aprender catalán – “¡aprender!” –  es una motivación.  Por eso tienen claro que se apuntarán también al segundo nivel, el próximo trimestre. “Todos los días aprendemos algo. Venimos aquí buscando un aprendizaje. Yo no he dejado de estudiar en toda mi vida. Necesitaba sentir que, pese a todo, podía seguir aprendiendo”, concluye Kelin.

Johana es la única de las tres que duda si podrá seguir el próximo trimestre. Vive en Piera y tiene que salir de casa poco después de la una del mediodía para estar a las cuatro en el Poble Sec. "Tengo que coger bus, ferrocarril y metro. Y después, para volver, a las ocho de la noche, igual", lamenta la joven, madre de un niño de 13 años, quien, tozuda, llegó a Barcelona en el segundo intento. "La primera vez tenía 18 años y me regresaron en Francia, pero lo volví a intentar. Vienes con una idea equivocada. Y llegas y te topas con la realidad, que es que te tienes que poner a trabajar de una manera bestial". En su caso, su primer trabajo fue de interna en una casa con cinco niños. “Ahora estoy mucho mejor”. Sigue trabajando de canguro, de ocho a ocho en Sant Cugat, viviendo en Piera, pero puede dormir en su casa.

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