Las africanas que plantan cara a la ablación desde Madrid

Las inmigrantes subsaharianas ponen en común sus preocupaciones sobre cómo acabar con la mutilación genital en sus países de origen. En España hay unas 18.400 niñas en riesgo de ser mutiladas

El País, , 01-12-2017

Provienen de Nigeria, de Guinea, Gambia, de Camerún… Alguna de Etiopía y de Somalia, pero las menos. Las rutas migratorias que salen de estos dos últimos países no suelen dirigirse hacia España. Aunque sus orígenes y edades son variables, la mayoría comparten un episodio común en sus vidas: haber convivido con la mutilación genital femenina (MGF). Tanto con la amenaza como, en muchos casos, con la práctica infligida sobre sus cuerpos cuando eran niñas.
Son mujeres africanas, migrantes que hoy viven en Madrid y procedentes de países donde se practica la MGF, también llamada ablación, es decir, la mutilación total o parcial de los órganos genitales femeninos de manera intencionada y, en la mayoría de casos, debido a tradiciones ancestrales arraigadas en muchas comunidades. En España existen unas 70.000 féminas con este perfil, según las últimas estimaciones de la Fundación Wassu-UAB, una organización científica que trabaja desde hace 30 años por la erradicación de esta costumbre. Entre ellas, unas 18.400 niñas menores de 14 años que ahora viven en España corren el riesgo de ser llevadas de vuelta a sus países de origen para ser mutiladas.

Se estima que unos 200 millones de mujeres han sido mutiladas en el mundo pese a que la práctica está prohibida en la mayoría de los países en los que se realiza y la ONU la ha reconocido como una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Se produce en al menos 29 países de Asia, Oriente Medio, América Latina (Colombia) y África, continente donde existe una mayor prevalencia a pesar de que casi todos los Estados la han prohibido. La MGF no produce ningún beneficio para la salud, sino más bien al contrario: causa hemorragias graves, problemas a la hora del parto, complicaciones urinarias, infecciones y aumento del riesgo de muerte del recién nacido.

En la mañana de un miércoles de otoño, estas mujeres africanas, 15 en total, se apresuran para coger sitio en una de las aulas de la sede de la ONG Médicos del Mundo en Madrid. Se han decidido a acudir a un curso de dos semanas sobre salud sexual ofrecido por esta organización sanitaria. La última sesión se dedica a la ablación, un tema que no resulta fácil de abordar porque existe un gran tabú. Y pese a ello, ahí están. Joan, Rachel, Mama —la mayor de todas— y hasta Aysha, que acude con su segundo hijo, Ibrahim, de apenas cuatro meses.

La primera parte de la clase, que dura en total cinco horas, se dedica a la salud sexual. Prácticas de higiene, de prevención de enfermedades y, por supuesto, de los órganos genitales masculinos y femeninos. ¿Alguien sabe qué es el himen? pregunta Teresa García de Herreros, vicepresidenta y vocal de género y derechos humanos de esta ONG, y profesora del taller. Ninguna parece conocer la respuesta, o quizá es que no han entendido la palabra en castellano. Ellas son anglohablantes o francoparlantes, y la diferencia idiomática, a veces, complica un poco el diálogo. “¡Aaaaaah!”, exclaman cuando Teresa lo explica. El hímen lleva a hablar de la pérdida de la virginidad, y esta al clítoris, otro órgano sexual que estudiar. ¿Y para qué sirve? Pues es el único de todo el cuerpo que solamente sirve para hacernos disfrutar", dice Teresa. Ellas ríen y comentan que unas necesitan más tiempo que otras para lograrlo.

Durante la explicación, Teresa proyecta en una pantalla varias imágenes de distintos clítoris. Están alterados porque han sufrido algún tipo de ablación. Y esta es la base que sirve para explicar en qué consiste la práctica, por qué es perjudicial, cuántos tipos de MGF hay… Cuando escuchan que 200 millones de mujeres en el mundo han sido mutiladas, se escuchan resoplidos y expresiones de asombro, de igual manera que cuando se enteran de que uno de los países con mayor prevalencia es Egipto, con un 87% de afectadas. Las nigerianas saltan cuando se menciona su país. “¡En Nigeria el cien por cien!”, exclama Rachel. Sus compañeras lo apoyan: “En mi pueblo lo hacen”, “En el mío también…” cuentan al unísono. No dan crédito al saber que en realidad afecta al 25% de las niñas.

La conversación prosigue y, cuando se aborda la manera en que se realiza la MGF, todas parecen estar enteradas de este asunto. Por ejemplo, en lo relativo a los materiales empleados. “No son estériles, es peligroso”, asevera la Mama. “Se hace con cuchillas viejas o trozos de vidrio y si no está bien afilado cortan a veces lo que no quieren”, advierte otra. Como africanas, nosotras sabemos los motivos, sabemos qué pasa y por qué pasa

Teresa pregunta por qué se hace a niñas tan pequeñas, y rápido contesta una joven: “Por el dolor. Cuando eres más pequeña no sientes. Se lo hicieron a las niñas de mi hermana, solo les cortaron un poco y, al hacer pis, se les cierra la herida”. Otra compañera añade que si se lo intentan hacer a una chica mayor, puede escaparse. “Si yo supiera que me lo van a hacer, me escaparía”, asegura.

Teresa detalla la extensa lista de consecuencias físicas y psicológicas para las que han sufrido la ablación. Las inmediatas y las que ocurren a largo plazo, desde las infecciones, el dolor y el sangrado hasta las dificultades para parir y orinar, las fístulas, la pérdida de libido… Sobre esto, una joven madre dice que ella solo mantiene relaciones cuando su marido tiene ganas, que ella le quiere mucho, pero el sexo le es indiferente. También se aborda la desconfianza en los padres, la depresión, la muerte… “Solo por el miedo a que el pis toque la herida, las niñas se pueden pasar horas sin orinar”, advierte una mujer.

“Yo no lo entiendo. De donde yo vengo a todas se lo hacen. Mi hermana tiene marido y dos hijos y no tuvo problemas para dar a luz”, dice otra chica. Teresa le explica que no siempre se dan los mismos problemas de salud, pero le aclara que dos de cada cien niños mueren en el parto por consecuencias de la MGF y que a quienes se les ha practicado la infibulación (extracción total del clítoris y cierre vaginal mediante sutura en el que solo se deja una pequeña apertura para orinar y descargar la menstruación) tienen que volver a abrirlas para que puedan dar a luz o tienen que practicarles una cesárea.

La segunda parte del taller consiste en reflexionar sobre las razones por las que se realiza la MGF. Para ello, la clase se divide en varios grupos de cuatro o cinco alumnas. Rachel no puede escribir nada, se siente descorazonada. “¿Qué podemos hacer? No podemos hacer nada”, lamenta. Hodan, activista contra la MGF en Médicos del Mundo, le levanta el ánimo rápidamente. “¡Tú puedes hacer mucho. Las africanas, precisamente, somos las que más podemos hacer! Como africanas, nosotras sabemos los motivos, sabemos qué pasa y por qué pasa”, exclama.

A lo largo del taller se estrechan los lazos y la confianza, y varias mujeres deciden ponerse en pie, situarse en el centro del corro de compañeras y contar su caso. Una cuenta que ella a su hija no se lo hará jamás, y que si alguna vez que viaje con sus hijas a su país de origen, encuentra que su suegra o su madre se lo quieren hacer, se escapará con ella. Otra relata que un día le preguntó a su madre que por qué la mutiló. “Por tradición”, obtuvo como respuesta. “Yo le he advertido de que a mi hija no se lo harán, no me gusta”, dice en voz muy alta, y despierta los aplausos espontáneos de toda la clase.

Joan, que también es nigeriana, opina que el problema está en la ignorancia de quienes defienden la práctica. “Son personas no educadas, solo piensan en la tradición y nada más. Si a mí me pasa, si mi familia me dice que quieren hacerla, yo les explicaría sus consecuencias. Y si insisten, entonces cojo mi niña y me voy”. Rachel añade que en su pueblo la MGF es obligatoria y no puedes elegir. “Estás tú sola con cinco personas sujetándote. ¿Qué puedes hacer? ¡Nada!”, protesta.

Joan, nigeriana, opina que el problema está en la ignorancia de quienes defienden la práctica

Otra mujer nigeriana explica que lleva desde 2001 en España pero no tiene papeles y su marido ha sido deportado recientemente. Teme que ella también le manden de vuelta a su pueblo porque tiene dos niñas y sabe que las querrían mutilar. “Mis hijas nacieron aquí”, aclara. En este caso, le explican, es posible que pueda pedir asilo por esta razón.

Una chica con velo y aspecto de ser muy joven reconoce que ella nunca supo lo peligroso que era hasta que vio el documental Flor del Desierto el último 6 de febrero, fecha en que se celebra el Día de la Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. “Volví a casa y no podía dormir, lloré mucho esa noche. Esto me ha pasado a mí, y pensaba en cómo fue. Te levantan temprano y vas con muchas chicas, cada una tiene su turno para que le corten. Cuando me toca, me coge mi tía, me cierran los ojos y, entonces, siento un dolor que aún tengo aquí”, dice señalándose el corazón. “De niña no sabes que es malo, sino al revés: te van a dar ropa nueva, dinero… Pero yo no puedo olvidar esto. Hoy tengo dos hijos, pero sé que, si tengo una hija en el futuro, no podré llevarla a África hasta que cumpla los 15 años porque en mi pueblo la mutilación es obligatoria”.

El resto escucha con emoción contenida y respetuosa; el silencio se ha impuesto de manera impensable después de la algarabía que reinaba minutos antes. “Tú estás dormida y se llevan a tu hija, y tú ni te enteras”, dice otra mujer. “Te dicen que la niña va a estar muy feliz. Si te niegas, la acusarán de ser sucia. Y a mí no me gusta que hablen mal de ella”, lamenta.

Al final, las cinco horas dedicadas a hablar de la mutilación genital femenina pasan volando y en ellas se escuchan muchas ideas, se sabe de muchos obstáculos a los que hacer frente pero, por encima de todo, se palpa una voluntad común de acabar con esta práctica para que las hijas y nietas de las alumnas presentes no tengan que pasar por ella. Acaba la clase, reciben sus diplomas y se hacen fotos juntas. Surgen planes, como la futura creación de una asociación de activistas africanas contra la ablación. Solo necesitan un poco de su tiempo y todas sus ganas, porque, como dice Hodan, ellas, las africanas, son precisamente las que más y mejor pueden librar esta guerra por sus derechos y su dignidad.
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