Kenia, hija de Lucrecia Carvajal, asesinada por un racista hace 25 años: "He convertido mi dolor en una lucha"

Kenia Carvajal tenía 6 años cuando recibió la noticia de que su madre, Lucrecia Pérez, había sido asesinada en España. Llevaba en el país algo menos de mes y medio cuando en su camino se cruzó un joven neonazi que resultó ser guardia civil y que acompañado de tres menores de edad, abrió fuego contra ella y otro compatriota dominicano con quien estaba cenando aquella noche en un local de Aravaca (Madrid). Fue la primera víctima mortal reconocida de un delito de odio en España. "He convertido mi dolor en una lucha contra el racismo", explica.

La Vanguardia, Europa Press, 14-11-2017

Kenia Carvajal tenía 6 años cuando recibió la noticia de que su madre, Lucrecia Pérez, había sido asesinada en España. Llevaba en el país algo menos de mes y medio cuando en su camino se cruzó un joven neonazi que resultó ser guardia civil y que acompañado de tres menores de edad, abrió fuego contra ella y otro compatriota dominicano con quien estaba cenando aquella noche en un local de Aravaca (Madrid). Fue la primera víctima mortal reconocida de un delito de odio en España. “He convertido mi dolor en una lucha contra el racismo”, explica.

Cuando tenía 26 años recorrió el camino que había hecho su madre y se trasladó a España en busca de una vida mejor. Ahora, con 31, trabaja en Movimiento contra la Intolerancia y aunque reconoce tener “mucho dolor, mucha rabia y mucha impotencia dentro”, insiste en que trata de no pensar en ello, ni en el crimen ni mucho menos en los criminales, que tras cumplir condena quedaron en libertad.

“No pienso en ellos (los criminales) porque es amargarme y echar mi vida abajo y bastante daño me hicieron. Pienso en cosas que me alegran más la vida, como el futuro de mi hijo. Quiero sacarle adelante y no quiero inculcarle odio”, añade. En declaraciones a Europa Press, afirma que “las secuelas de algo así quedan siempre” y “un vacío que nadie puede llenar”, pero hay que transformar esas emociones “en algo positivo”.

Dice que al planificar la emigración desde Puerto Rico no se planteó que pudiera pasarle en España lo mismo que a su madre e insiste en que pese a lo vivido, no puede afirmar que este sea un país racista “porque cada persona es diferente” y afirma que se ha sentido bien aceptada, aunque cuenta que un día caminando por la calle con su prima recibió un alto de la policía “sin razón”. “No nos trataron de la forma que es debida, pero es lo único que me ha pasado y espero que no me pase nunca más”, comenta.

En su opinión, el racismo tiene mucho que ver con “la forma en que los padres crían a sus hijos” y por eso, una de las tareas en las que está involucrada en la organización son las charlas a escolares, que “saben que cada uno es diferente”, pero aún no saben apreciar “el valor de la diversidad”. Con todo, incide en que la educación debe empezar en las propias casas.

“Matar a alguien solo por ser negro no es válido. Es algo que me ha marcado para siempre. Superarlo no creo que lo supere y desde luego, olvidarlo, jamás, pero no puedo dejarme llevar por el odio. Nunca tuve alguien que me ayudara psicológicamente pero sí a mi padre, que me guió para que estudiara y siguiera adelante. Ahora estoy en Movimiento contra la Intolerancia luchando para que las demás víctimas no sientan este odio y ese dolor tan grande que llevas siempre”, explica.

Según los datos recopilados por Movimiento contra la Intolerancia, en la actualidad se registran más de 5.000 delitos de odio de diverso tipo “tanto por su origen nacional, territorial, color de piel, convicción religiosa, orientación sexual u otras características que son significadas en estos delitos que se expanden por Europa”.

“A esto hay que añadir los discursos de odio que inflaman e intoxican las redes sociales, así como la intolerancia política con actitudes de fuerte enfrentamiento junto a la presencia de partidos extremistas en las instituciones, construyéndose un escenario inquietante en toda Europa”, señala la entidad que dirige Esteban Ibarra y que incide en la importancia de la “educación en la tolerancia” desde las aulas para impedir que arraiguen este tipo de conductas.

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