Richard Spencer, el racista que explota la libertad de expresión

La ciudad de Gainesville recibe en estado de emergencia policial la visita de un líder del supremacismo blanco

El País, Pablo de Llano, 19-10-2017

El agitador de ultraderecha Richard Spencer plantea un pulso este jueves en Florida a los límites de la libertad de expresión. Habla en un auditorio de la Universidad de Florida (Gainesville), el mayor centro público de educación superior de este Estado. Spencer pagó 10.500 dólares por dos horas de uso del teatro y la universidad, cuyo presidente Kent Fuchs manifestó su “repugnancia” ante las ideas del visitante, decidió permitir el evento por respeto al derecho a la libre opinión garantizado por la Primera Enmienda de la Constitución de EE UU.

Spencer ha salido al estrado a las 2.45 hora local entre gritos de “¡Fuck you Spencer! ¡Fuck you Spencer!”. Vestido de traje y chaleco, como un artistócrata del pensamiento reaccionario, ha comenzado su discurso ensalzando la libertad de expresión. Los opositores, al menos la mitad del público, se han puesto en pie voceando: “¡Vete a casa Spencer!”. Él ha ido subiendo la voz, contenido pero crispándose poco a poco, pidiendo que le dejasen a hablar. “¿Qué queréis lograr con esto? La libertad de expresión solo tiene sentido cuando alguien dice algo controvertido”.

Pero los contramanifestantes han seguido coreando consignas contra él y contra “los nazis”. Spencer se ha mantenido sobre el escenario, caminando de un lado al otro como un actor, mano relajada en el bolsillo pero tono de voz cada vez más agresivo al micrófono. En los pasillos policías armados han vigilado la situación y también desde los anfiteatros. Puño en alto los opositores no han cejado en su empeño por impedir que se escuchen las palabras de Spencer, el bardo del neorracismo americano.

Michael Pitts, empresario de 27 años, ha venido a escuchar a Spencer para aclarar, dice, sus ideas sobre lo que defiende: “Hay mucha gente que dice tonterías que no me interesan y no me opongo a que hablen en público. Yo no tengo muy claro cuál es el pensamiento de Spencer: unos dicen que es un nazi absoluto y otros que quiere los blancos nos sintamos orgulloso con lo que somos”. Pitts también afirma que no es racista pero piensa que “también existen extremismo contra los blancos en EE UU”.

El entorno del teatro sobre la una de la tarde estaba muy asegurado por las fuerzas de seguridad. Dos helicópteros sobrevuelan el lugar y una avioneta surca el cielo con una pancarta atada a la cola que dice: “¡El amor vence al odio!”. Cientos de contramanifestantes ocupaban las calles con pancartas. “El odio no tiene lugar en América”, dice Cynthia Rivera, 26 años, miembro del movimiento de extrema izquierda Antifa. “Estamos dando plataforma a una voz que no representa los valores de la universidad”, protesta Percey Peralta, 44 años, doctorando en Ecología. Por ahora solo se ven grupos poco numerosos de simpatizantes de Spencer.

Kimberly Brown, 27 años, del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) considera a Spencer “un pedazo de basura” y aunque acepta que la ley protege su derecho a la libertad de expresión expresa que le gustaría “que no se le dejase hablar en un solo sitio en todo el país”. Brown, afroamericana, luce dos grandes pendientes con la forma de África. Cerca de donde hablaba ella, los antidisturbios han abierto un paso para que empezase a entrar público al teatro donde hablará Spencer. Se empezaron a oír fuertes abucheos y cánticos de “¡No a los nazis, no al KKK, no a los fascistas en EEUU!”. Una contramanifestante que no veía lo que pasaba preguntó a un amigo: “¿Quiénes son?”. El amigo le respondió: “Los fascistas”.

Al interior del teatro los asientos se van ocupando, tanto de simpatizantes de Spencer como de críticos, y sobre todo mucha prensa. Dos amigos de Florida, Nick y Jeremiah, estudiantes, ambos de 19 años, blancos, comentan sin dar su apellido por qué les interesa Spencer: “Entiende la desafección de los blancos”, dice Nick. “No nos sentimos en casa en nuestro propio país”. Jeremiah se siente “frustrado porque hemos perdido la cultura blanca”.

- ¿Y qué es la cultura blanca?

Piensa unos segundos y contesta entre divertido y extrañado por no hallar qué decir:

- ¡Pues no sé qué es la cultura blanca, precisamente ese es nuestro problema!

Él precisa que considera a Spencer “un racista” y que no se siente “cómodo” con ese aspecto, central, de su discurso. Nick está de acuerdo con su colega. “La destrucción de la cultura blanca no es culpa de negros ni de latinos, es culpa de nosotros mismos”. En el público había de todo. Mayoría blanca pero también —opositores— latinos, negros, asiáticos y hasta algún judío ortodoxo, otra de las comunidades rechazadas por el filonazi Spencer. “Spencer lo único que quiere es volver a los tiempos del racismo. Tener reservado los primeros asiento del autobús”, opina Raynelle Chapman, 49, artista negra de abundantes tirabuzones.

Las primeras filas de butacas están reservadas para adeptos al orador y se ve a un grupo de una docena de jóvenes blancos con pulcras y uniformes camisas blancas. El hilo musical sorprende. Muy moderno, con sonidos techno y clásicos como ‘Personal Jesus’, de Depeche Mode; una expresión del gusto de Spencer por la mezcla del racismo tradicional con la cultura pop contemporánea.

Spencer lleva años cultivando su perfil como figura mediática de la extrema derecha. Saltó a la fama tras la victoria presidencial de Donald Trump en 2016 al gritar en un salón de actos al final de un discurso “¡Hail Trump!” y verse entre el público brazos alzándose al estilo nazi. Spencer, de 39 años y licenciado en Literatura Inglesa y Música, es un hábil retórico y niega ser un neonazi o un supremacista blanco, al tiempo que coquetea con el recuerdo del alzamiento hitleriano y defiende la necesidad en EE UU de un “etno – estado en el que nuestra gente y nuestras familias puedan volver a vivir seguras”.

Él se define como un “identitarista blanco” –un reivindicador de la raíz anglosajona de su país, que considera amenazada por identidades emergentes como la negra, la latina, la feminista o la gay–.

Acuñó el concepto alt – right (derecha alternativa) que agrupa los nuevos extremismos reaccionarios y que se ha visto energizado por la llegada a la presidencia de Trump con sus discursos xenófobos y su clara preferencia por la América blanca. El mandatario tuvo como principal estratega hasta agosto a Stephen Bannon, otro de los más connotados propagandistas vinculados al movimiento alt – right. El punto crítico de este fenómeno se produjo en agosto con los violentos incidentes en Charlottesville (Virgina) en un choque con una víctima mortal entre ultraderechistas y contramanifestantes.

En esa ocasión los racistas pretendían manifestarse contra la retirada de una estatua de un general confederado y uno de los impulsores de la horda extremista –que portó símbolos nazis y del Ku Klux Klan– era Spencer, que fue detenido, saltando a los medios su imagen agarrado por policías gritando indignado con look idéntico al de su admirado cantante Morrissey: peinado con calculado tupé y elegantes gafas de sol negra. Presumido en su aspecto, Richard Spencer, acomodado hijo de un oftalmólogo y de una heredera de una plantación de algodón del sur de EE UU –hoy propiedad de su hijo y valorada en millones de dólares–, ha sido definido por el Southern Poverty Law Center, grupo de referencia en observación de los discursos del odio, como “la versión de traje y cobata del viejo supremacismo blanco, una especie de racista profesional en pantalón de pinzas”.

El miedo a un nuevo episodio como aquel hizo que el lunes el Gobernador de Florida, el republicano Rick Scott, declarase el estado de emergencia en el condado de Alachua (Florida Central), cuya ciudad principal es Gainesville (130.000 habitantes), una urbe universitaria y de talante liberal –lo contrario a las ideas de Spencer y los suyos pero también lo que les dio permiso a celebrar la polémica alocución; grupos estudiantiles y voces de la sociedad civil han reprochado a la universidad su tolerancia–. La orden de Scott incrementaba los poderes de intervención policial en caso de disturbios y ponía a disposición del ayuntamiento a soldados de la Guardia Nacional. Se esperaba que acudiesen al teatro hasta 800 simpatizantes de Spencer y que afuera hubiese unos 2.000 contramanifestantes.

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