Burbuja solidaria en la Casa Batlló con Mishima, La Casa Azul y Sílvia Pérez Cruz

El colectivo Sofar Sounds recauda 6.000 euros para la acogida de refugiados en una velada benéfica descontextualizada por el despliegue policial en Catalunya

La Vanguardia, Meritxell M. Pauné, 22-09-2017

Un triple concierto en petit comité, en un escenario de excepción y por una buena causa… en un mal día, en el que había estallado otra causa mucho más inmediata y cercana. La red mundial Sofar Sounds organizaba este miércoles la iniciativa internacional
Give a Home, en alianza con Amnistía Internacional y en más de 300 ciudades simultáneas. Una de ellas era Barcelona, en la que la comunidad local de Sofar –que promueven conciertos sorpresa en casas particulares– logró reunir a Mishima, La Casa Azul y Sílvia Pérez Cruz en la azotea gaudiniana de la Casa Batlló.

Solo cien personas podían asistir al evento, elegidas por sorteo. El objetivo era que los interesados aprovecharan el trámite para aportar un donativo a la oenegé internacional, lo que quedó sobradamente conseguido noches antes del concierto: casi 3.000 solicitantes permitieron recaudar 6.000 euros para el programa I Welcome de Amnistía, destinado a ayudar a migrantes y refugiados y presionar a los gobiernos para implicarse en la crisis de desplazados. La red mundial, a través de los eventos simultáneos organizados en más de 60 países, reunió nada menos que 250.000 dólares.

Sin embargo, el exclusivo concierto barcelonés quedó notablemente descontextualizado ante la gravedad de la actualidad local. Los artistas invitados actuaron bajo los helicópteros que sobrevolaban el centro del Eixample y sus voces quedaron rodeadas por una sonora cacerolada aliñada con esporádicas sirenas y cláxones de fondo. Y es que a solo tres manzanas, en la Rambla Catalunya, miles de personas rodeaban la sede de la conselleria de Vicepresidència i Economia en protesta por los registros policiales y las detenciones de altos cargos implicados en los preparativos del referéndum del 1 de octubre.

Los propios artistas reconocieron al público el surrealismo de la coincidencia, que sin ser culpa de la organización, tampoco intentó reconducir el acto ampliando el foco de denuncia. “Queremos concienciar a la gente sobre la crisis de los refugiados y presionar a los gobiernos para que busquen una solución”, insistió Sofar Sound Barcelona en la presentación inicial. “Es una de nuestras campañas prioritarias y España no ha cumplido su compromiso de acoger a 13.337 refugiados antes de este 26 de septiembre, ¡no ha llegado ni a 2.000!”, aseveró la portavoz de Amnistía, mucho más elocuente.

La música, eso sí, fue excelente. Mishima interpretó dos temas de su disco L’ànsia que cura especialmente referidas a los refugiados: El paradís y Mentre floreixen les flors. “Esta noche Mariano Rajoy no dormirá muy bien… ¡Vaya día en el que nos ha tocado actuar!”, exclamó el cantante del grupo, David Carabén. “Todos buscamos nuestro paraíso, ya sea un futuro mejor o un país mejor”, añadió aunando reivindicaciones. Completaron el concierto cuatro canciones más, estas sí de su último disco Ara i res.

La Casa Azul mostró su faceta más acústica, con una puesta en escena sencilla y franca: Guille Milkyway a solas con su piano desgranó el repertorio en versión romántica e intimista, sin los ritmos electropop y rumberos de un concierto al uso de la banda. Así, expuso a los asistentes el contexto en el que escribió cada una de las canciones que interpretó, su “vergüenza” por las letras de amores pasados y su reivindicación de las canciones “infantiles” y ñoñas que no buscan complacer a la crítica ni a las masas. Incluso interrumpió tres temas para afinar mejor voz y teclado.

Al concluir el repertorio, advirtió al público –mayoritariamente jóvenes hipster– que “lo que ha pasado hoy es muy grave, independientemente de la ideología de cada uno”. “Que un Estado muestre esta virulencia tan bestia es muy desagradable e incómodo”, sostuvo, comedido, antes de despedirse.

Con todo, la reina de la noche fue indiscutiblemente Sílvia Pérez Cruz. La personalidad de su cante y su voz magnética arrancaron ovaciones entre los asistentes. Acompañada de violonchelo y violín, sorprendió maridando los temas con una improvisación coreográfica de la bailarina Rocío Molina. Alternó flamenco, corrandes catalanas y canción denuncia y logró hacer olvidar por unos instantes las paradojas de la velada.

Sus letras, en catalán y en castellano, evocaron una suerte de transversalidad en las luchas contra la injusticia. El exilio de Pere Quart –“Una esperança desfeta, una recança infinita, i una pàtria tan petita que la somio completa”– compartió escenario sin chirriar con la crítica actual a los desahucios –“No hay tanto pan, tanto pan, tanto pan… Casas sin gente y gente sin casa”– y con la antifranquista Los dos gallos. Eso sí, el micro lo dejó solo para la música, sin reivindicación alguna. Ni siquiera sobre los refugiados. Una burbuja de belleza entre helicópteros, manifestaciones y sirenas de policía.

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