Políticas migratorias que matan

Estamos en un momento histórico donde lo que hagamos va a definir el mundo que vamos a dejar

El País, Lucila Rodríguez-Alarcón, 20-09-2017

Si realmente les interesa este tema, les suplico que antes de leer este artículo se tomen el tiempo de ver este magnífico documental de 30 minutos. Philoxenia. 30 minutos. Y lo entenderán todo mucho mejor.
https://www.youtube.com/watch?v=Ho4Si7jRqFo&feature=youtu.be
Dentro de 8 días se acaba el plazo para que el gobierno cumpla su compromiso de acogida de refugiados. Tenía que haber acogido a 17.337 y, a día de hoy, faltan por llegar 15.354. Esta es la historia que van a oír en los próximos días y menos mal que por lo menos se habla de ella. Pero es muy probable que no sepan lo que significa. En porCausa llevamos un año a tope con este tema, sin parar. Desde esta perspectiva voy a intentar hacerles un resumen simplificado, pero no tanto, de lo que ha pasado.

En primer lugar, estamos viviendo una situación que ha sido creada por los gobiernos europeos, por la Unión Europea concretamente, a través de una serie de nefastas decisiones que el Consejo de la Unión ha ido tomando en los últimos 7 años. La decisión de cerrar las fronteras incumpliendo una miríada de acuerdos internacionales que, a estas alturas, ya han sido adaptados en la mayoría de los casos, ha generado enormes concentraciones de personas en espacios que no estaban preparados para acogerlas.

Asustados por los resultados del cierre de fronteras y ante el crecimiento dramático de los asentamientos, los gobiernos europeos empezaron a volcarse en controlar, por un lado, las llegadas al continente y, por otro lado, a las personas que estaban bloqueadas en los países de llegada a Europa. En ambos casos los gobiernos de la Unión Europea han optado por la militarización de las situaciones. Siguiendo el ejemplo de España con Marruecos, han decidido cerrar acuerdos que incluyen la muerte como sistema de control migratorio con el apoyo países como Turquía o Libia, o la construcción de vallas llenas de concertinas. Han construido campos de refugiados controlados por los militares y asistidos por grandes oenegés, cuya pesada estructura impide hacer el trabajo que realmente es necesario para dar a las personas que están estos espacios la asistencia que necesitan. Muy a su pesar, las personas que llevan en asentamientos y campos muchos meses e incluso años, están retenidas, sin libertad y dependen de la caridad para vivir. La gente empieza a enloquecer y a deprimirse. Miles de pequeñas estructuras formadas por voluntarios independientes humanizan el proceso, con recursos en la mayoría de los casos personales, sin apoyos externos, su precariedad es máxima. Pero son las únicas que denuncian lo que está pasando y siguen luchando por dar salida inmediata a las necesidades urgentes de los extranjeros.

La situación es casi irreversible, las cifras ya son demasiado grandes. Los asentamientos son grandes. Los reasentamientos son grandes. Los volúmenes de movimientos concentrados son grandes. Las cifras asustan, porque son de cientos de miles. Aunque se nos olvida pensar que en Europa somos más de 500 millones; cientos de miles son una gota en un océano. Pero también son enormes las cifras que manejan los intereses económicos creados. Cientos de miles de millones en juego entre dinero invertido en estados terceros, acuerdos bilaterales complementarios, construcciones de vallas, control de fronteras, control de campos, asistencia en los campos y negocios ilícitos derivados.

En esta situación de tantos intereses creados, los discursos empiezan a intoxicarse. Las demagogias empiezan a justificar lo injustificable, se empieza a normalizar el desprecio por los derechos humanos de “los otros”, “los de fuera”, “los que no son de aquí”. Parece que Europa está dando un salto de un siglo hacia atrás, sin recordar que todo acabó en holocaustos y masacres, en un “todos pierden”.

Nada de lo que ha pasado es casual. Nada de lo que está pasando es irremediable. Esto es como si Europa se hubiera clavado el pie al suelo con un clavo oxidado y ahora estuviera quejándose de la gangrena sin hacer nada por quitarse el clavo y desinfectar la herida.

Como ciudadanos nuestra responsabilidad es exigir a aquellos que nos representan que paren esta locura. Lo podemos hacer de muchas formas, incluyendo protestas, firmas de peticiones, expresiones públicas de rechazo y desacuerdo, desobediencia civil. Tenemos también la opción de ir a ayudar in situ como lo hacen los miles de voluntarios independientes. Lo que no podemos hacer es quedarnos quietos, esperando a que pase algo o derivar nuestra responsabilidad un tercero, pagando por limpiar nuestra conciencia. Estamos en un momento histórico, donde lo que hagamos va a definir el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos. Y siento avisarles de que por el momento, pinta mal.

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