Se van nuestros (otros) hijos

Hemos bailado Bollywood, reído con sus ocurrencias y recibido sus sonrisas y abrazos... pero hay que saber dejar que se vayan, porque a los saharauis les espera un país y su familia

La Vanguardia, RAQUEL ANDRÉS DURÀ, 05-09-2017

O hermanas. O primos. En cualquier caso, se hace extraño no entender como familiares, aunque sea lejanos, a cada uno de los 4.793 niños y niñas saharauis que han pasado los dos meses de verano en todo el estado español con el programa ‘Vacaciones en Paz’. Este lunes 4 se han marchado los que estaban repartidos por las comarcas de Valencia gracias al incansable trabajo altruista de varias ONG’s. Las lágrimas se juntan con las risas ante unos niños siempre enérgicos y dispuestos a gritar ‘¡Viva el Sáhara libre!’ hasta el último minuto.

En esos instantes en los que arranca el autobús, se amontonan varias imágenes y pensamientos en la cabeza. Si le servirá de algo en su vida lo que ha visto, vivido y aprendido aquí; si valorará algún día el tiempo y esfuerzo invertido; y, sobre todo, si no se resignará a vivir de la ayuda internacional y luchará y verá algún día su país libre.

Han sido dos meses extraños, de muchas luchas internas. De tener que aceptar otra cultura, con un machismo y también con un feminismo diferente al que concebimos nosotros. De dejar que con 12 años fuera más maquillada que yo y de vestir como si tuviera 20 porque en su tierra no le dejarán volver a hacerlo; de que preguntara constantemente si estaba guapa y de soportar cómo el resto del mundo solo apreciaba su belleza física; de que solo pensara en tener novios; de que no valorase las cosas y que las rompiera aun sin estrenarlas; de que quisiera tirar la comida y no entendiera por qué guardábamos los platos en la nevera; de que rechazara el deporte, en general (excepto la bici), por ser “de chicos”, de la misma manera que tenía interiorizado que el rosa es para ellas y el azul, para ellos; de que no me saludara por la mañana y esperara a que fuera detrás de ella para prepararle el desayuno; de que nunca haya colaborado con la limpieza de la casa porque “estaba de vacaciones” y lo dejara todo hecho un asco; de que se llevara mi móvil y me consumiera toda la batería en cuestión de minutos; de que cambiara bruscamente de humor en cuestión de segundos.

Maletas de los niños y niñas saharauis del programa ‘Vacaciones en Paz’
Maletas de los niños y niñas saharauis del programa ‘Vacaciones en Paz’ (Raquel Andrés Durà)
Pero también han sido dos meses en los que he llorado con ella, porque no debe ser fácil estar tan lejos de tu madre y de tu padre, con solo 12 años, y sin enterarte muy bien de lo que pasa a tu alrededor (no tienen un dominio perfecto del castellano); en los que hemos bailado música saharaui y de Bollywood; en los que he visto su sensibilidad a la hora de apreciar la belleza interior de las personas y cómo repetía que todos son guapos o guapas “para alguien”; en los que ha acabado aceptando los abrazos de los hombres que la han querido, pese a sus reticencias iniciales; en los que pedía todo “por favor” y “gracias”, palabras que al principio no existían en su vocabulario; en los que valoró cosas que nunca antes había hecho, como dormir con sus amigos en la misma habitación o sentirse “libre” por ser la única niña a la que nadie le regañaba por correr bajo la lluvia (le encantaba); en los que no he podido parar de reír con sus ocurrencias, como que no podía comer olivas verdes (pero sí negras) porque le hacían daño en los oídos; en los que me ha asesorado en el vestir; en los que entendió (creo) la importancia de que estudiase para que su país, y ella misma, sean libres; en los que intenté asustarla con una cucaracha y decía que “no pasa nada”, que a ella le han picado escorpiones; en los que, tras los atentados de Barcelona, decía eran “malos” porque “Alá no deja matar”; en los que, a fin de cuentas, nos aceptó como a su “segunda familia de acogida” porque nos vino de rebote de otra que no supo lidiar con ella.

Antes de tomar la decisión de acoger una niña saharaui, me venía a la cabeza si no sería una simple obra de caridad. Pero ahora soy consciente de que no. La diferencia entre caridad y solidaridad es la dignidad de saber por qué hacemos las cosas, como dijo Loles Ripoll, una de las fundadoras de la ONG Sàhara Lliure de Paterna, en la cena de despedida.

Y para que esa dignidad se materialice con aún más fuerza, creo que es responsabilidad de todos destacar aquellas cosas mejorables del programa, admitiendo que yo también podía haberlo hecho mejor. Primero, la poca o nula información que se da sobre los niños antes de que vengan, especialmente en lo relativo a su salud: nos enteramos de que la niña tenía un soplo en el corazón a menos de una semana de que marchara.

Segundo, la escasa visibilidad del conflicto político en algunos actos institucionales, cuando la solución al problema del Sáhara es puramente política. Brillan por su ausencia, por ejemplo, las banderas de la RASD. Esto se hace extensible a la nula explicación del conflicto que se da a las familias. Se da por sentado que están concienciadas, pero todavía habrá las que piensen que son “niños pobres”, sin más, a los que dar de comer durante dos meses.

Tercero, que haya habido instituciones políticas valencianas que, después de haber concertado una recepción con los niños, la anularan “por motivos de agenda”. Y nunca más la volvieron a programar, contribuyendo a ahondar en el olvido de este defenestrado pueblo. Así ocurrió en el Palau de la Generalitat y en la Delegación del Gobierno. Es de justicia reconocer que sí los recibieron en Les Corts Valencianes y en el Ayuntamiento de València y en los consistorios donde las ONG’s tienen sede.

Cuarto, que los niños vengan ‘tan listos’ pidiendo tanto y rechacen la ropa de segunda mano solo hace que debilitar el programa y limitarlo a las personas con más recursos. Cualquier persona debería poder acoger un saharaui durante dos meses, si eso consiste básicamente en poner un plato más en la mesa, dedicarle tiempo y comprarle algún detalle. Intentar saciar la sed de libertad de un pueblo con el consumismo, es sonrisa para hoy y olvido para mañana. Hay que explicarlo, para que todo tipo de familias se animen a sumarse a esta enriquecedora aventura.

Ella, Mahfuda, ya esta a estas horas con los suyos. Unos de los 165.000 refugiados saharauis, según ACNUR, que viven en medio del desierto de la ayuda internacional después de que España los abandonara a su suerte en su país, el Sáhara Occidental, cuando Marruecos impulsó la Marcha Verde en 1975. Y siguen a la espera del referéndum, como defiende la ONU.

Sorprende comprobar que, pese a haber estado colonizados y olvidados por el Gobierno español durante tanto tiempo (todavía hoy), nos siguen queriendo como a las hermanas, primos, hijas y padres que fuimos un día, hace ya 42 años. Imposible no sentirlos, pues, como a nuestros (otros) hijos. Los queremos, pero también sabemos dejarlos ir, porque tienen una familia y un país que les espera.

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