Volando a ras de suelo

El Mundo, 02-04-2006

Juguemos a la estadística (oficial, claro): si tomamos un grupo de 100 chavales de entre 14 y 18 años, adivinaremos que 65 beben alcohol habitualmente; 37 fuman tabaco; 25 le dan al cannabis y cuatro esnifan cocaína.

Son datos de la última encuesta escolar del Plan Nacional sobre Drogas, ese sondeo bianual que trata de hurgar en las verdades y las mentiras del consumo de sustancias psicoactivas entre chicos y chicas que aún no han llegado a la mayoría legal de edad.


Los números de arriba corresponden a la encuesta que se realizó en 2004 y que el Ministerio de Sanidad hizo pública a finales del año pasado. La próxima vendrá ahora, en 2006, el año del macrobotellón y de la ley antitabaco, el año en que España se acaba de proclamar cuarta en la clasificación continental de consumidores de drogas ilegales, según el campeonato organizado por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías.


En 2004, la encuesta escolar hizo un poco de historia y comparó sus porcentajes con los que había obtenido en 1994. En sólo 10 años, el consumo habitual de tabaco ha crecido seis puntos, el del cannabis se ha multiplicado por dos y el de cocaína roza el cuádruple.


Unicamente el alcohol, en estos tiempos de botellón demonizado, tiene mucho menos protagonismo que hace una década: un bajón de nueve puntos en el mundo de los tantos por ciento.


Hablando de menores con comportamientos de adultos, las cifras dicen que la edad media de inicio en el uso de sustancias psicoactivas legales e ilegales baja año a año.


Si en 1994 se empezaba a fumar a los 13,9 años, en 2004 el cigarrillo era cosa de críos de 13,2, la edad más temprana de contacto con una droga. La más tardía son los 15,8 años, el tiempo que eligen los adolescentes españoles para aventurarse con la cocaína. El inicio en el alcohol sigue estando en los 13,7 años y en la marihuana ha descendido desde los 15,1 años de 1994 hasta los 14,7 de la última encuesta.


Por fuera de los sondeos de escuela y por dentro de nuestras mismas calles hay juventudes extremas, chavales que no llegan a los 18 años, con currículos de exceso que muchos adultos no reunirán en toda su vida.


El informe de Proyecto Hombre Menores Inmigrantes y Consumo de Drogas sobre muchachos en situación de calle cuenta que estos jóvenes frecuentan el consumo «individual, habitual y normalizado» de hachís como «relajación y evasión ante el estrés y la tensión acumulados. La motivación no es recreativa como en los menores autóctonos, ni suele ser un consumo grupal». El documento asegura que «empiezan en España el consumo abusivo de alcohol». Sólo los que tropiezan en pequeñas redes de narcotráfico, robo o prostitución «manejan dinero fácil, lo que les permite consumir también coca y pastillas».


Cuatro chavales hablan con EL MUNDO para explicar qué hay más allá de las cifras y los porcentajes. Su presente está en Los Alamos, un centro de Proyecto Hombre gestionado por la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. Tienen un pasado imposible desde la marginación o la mismísima clase media. El futuro «algún día llegará»…

I. C. / 15 años (Madrid)

«Si no fuera por las drogas me habría ahorcado»


«Empecé a fumar tabaco a los 11 años. De ahí pasé a los porros, al alcohol y a la coca. He probado de todo y consumía con los amigos o a solas. Yo creo que me drogaba por tres razones: para no pensar, para pasarlo bien y para no tener miedo cuando iba a robar.


Desde muy pequeño tuve problemas familiares. Mi padre murió siendo yo un niño y mi madre se enganchó a las drogas. La metieron en la cárcel y mi otra familia pasó de mí. En el colegio decían que yo era muy inteligente, pero que no tenía ganas, que no tenía remedio. Así que desde los 10 años me quedé en la calle, en la puta calle.


Vivía en un coche, cerca de Embajadores (zona céntrica de Madrid).También dormí en portales, ascensores y en una furgoneta que había en el barrio. He pasado hambre y frío. Vine a Los Alamos con 49 kilos y ahora peso 73. He estado hasta tres semanas sin ducharme. Me lavaba en las fuentes.


Vivía de robar coches. Daba un palo y tenía dinero para desayunar y comprar droga. Y viajaba. Cogía un coche y me piraba fuera de Madrid. Pero solo, pensando en mis cosas.


Yo en la calle me veía una mierda. Nadie me importaba y yo no le importaba a nadie. Con las drogas dejaba de comerme el coco, las necesitaba. Si no fuera por las drogas, me habría ahorcado.


Sé que delinquir no sirve de nada. Ahora lo veo claro. Yo lo que quiero es hacer una vida nueva, quitarme las tres causas que tengo por los robos y vivir con mi madre en cuanto salga de la cárcel».

R. / 18 años (Madrid)

«Empecé a fumar ‘porros’ a los seis años»


«Vivía en Aranjuez, mis padres me castigaban, pero yo me escapaba al parque para estar con otros chavales. Empecé a fumar porros a los seis años. Me dejaban atontado, con ganas de dormir.


Cuando yo tenía nueve años, mi padre murió de sida y mi madre se cogió una baja por enfermedad. Me pasaba el día en el barrio y en el parque. A los 12 dejé de estudiar.


Lo primero que robé fue una moto. Luego me pasé a los coches.A los 16 años me metía coca, caballo (heroína), pastillas, pegamento, tranquimazines (ansiolíticos), tripis (alucinógenos) y alcohol.


La vida era muy mala. Dejaba de lado a la familia, todo el día eran peleas, robos… Un día me metí en la chabola de un gitano y le quité 100 gramos de coca. Me persiguió y me pegó un tiro.Por eso tengo aquí esta cicatriz (se señala uno de los brazos).


Mi vida en la calle y con las drogas era un desastre, porque todo era muy duro. Mi madre pilló una depresión, yo la amenazaba, daba golpes en las puertas de casa, le pedía dinero. Pasaba meses sin ir a casa. Vivía en la calle o en los poblados. Iba a Las Barranquillas (el que fuera mayor hipermercado de la droga de toda Europa) todos los días.


Estoy aquí por un robo con intimidación. De momento, me encuentro bien porque no hay droga. Pero si me tengo que fumar un porro, me buscaré la vida y me lo fumaré. De coca nada. Ya paso.


Quiero vivir de un trabajo. He sido jardinero, mozo de almacén y albañil».

Y. H. / 18 años (Marruecos)

«Comencé a consumir para conocer a gente»


«Nací en Marruecos, pero enseguida vine a España. Empecé con las drogas a los 13 años. Vivía con mi cuñado en Algeciras y estaba todo el día solo. Una noche, una chica me dio una pastilla y me gustó. Luego tomé coca y alcohol. Empalmé así dos días seguidos.


Volví a Madrid y siguieron los problemas. Mi hermano me llevaba al instituto, pero yo después me escapaba. Tenía una novia que no me dejaba tomar drogas y un día, en Alcorcón, conocí a una gente que consumía. Corté con ella y me busque otra que sí me dejaba.


Lo llevaba bien, vivía con mis padres y mis hermanos, pero no sabían nada. Cuando se enteraron me castigaron. Me cerraban la puerta, no me dejaban salir. Luego, al revés, me echaban de casa y entonces me iba a dormir a un coche y me drogaba. Por 50 euros tenía un gramo de coca. Ahora me dicen que si consumo me puedo morir. No me lo creo. Hay gente que consume y está bien, que lleva traje.


Empecé a tomar drogas para conocer a gente. Yo no tenía amigos en el barrio. Pero no necesitaba mucho las drogas, no estaba enganchado. Sólo robaba de vez en cuando.


Llevo aquí un año y cuatro meses. Echo de menos consumir, a los colegas en el bar metiéndonos de todo, los jotabé de última hora y el Chivas que nos llevábamos a casa. Lo pasas bien, es de puta madre. Quiero volver y no.


Me quedan tres juicios por robo. Sé de fontanería, pero cuando salga de aquí estaré en libertad vigilada y tendré que ir al CAID (Centro de Atención Integral al Drogodependiente) y al psiquiatra.Lo voy a tener chungo».

S. C. / 15 años (Madrid)

«A los 14 tuve sexo por dinero para la ’coca’»


«Yo vivía en un piso de Villalba (zona norte de Madrid). Mi padre es profesor y mi madre limpia casas. Todo era normal en mi vida, pero a los 11 o 12 años, en el colegio empezaron a meterse conmigo y a ponerme motes. Para no ser diferente, me uní a los más chulos, a la gente que consumía.


Lo primero fue el hachís. Pero empecé a hacer pellas y a ir con gente mayor. Entonces llegaron la coca y el éxtasis. Dejé de ir al colegio y ni siquiera iba a dormir a casa.


A los 14 años fumaba cocaína. Me pasaba el día haciendo pequeños robos. Vivía en casa de amigos, en un coche. Mi familia me denunció por desaparición y me castigó. Gritaba a mi madre, la robaba.Me llevaron al CAID, a asistentes sociales, a desintoxicación.Pero me fugué de varios sitios. No cambiaba.


Volví al barrio y seguí consumiendo cada vez más. Llegué a tener sexo con chicos a cambio de dinero para poder consumir. Llegó un momento en que ir a una discoteca sin consumir me parecía no ser yo. Me drogaba para evadirme, no hablaba con nadie, estaba ausente. Fumaba coca y hachís todos los días. Alcohol y éxtasis sólo los fines de semana.


Tuve un intento de suicidio. Cuanto más daño hacía, en vez de parar, seguía. Rompía el matrimonio de mis padres, el trabajo de mi madre, su depresión, los nervios de mi hermana y de su novio…


Tengo miedo a salir, a consumir, a ese ambiente, a perder la relación con mis padres. Pero, claro, hay una de mi escalera que pasa coca. Eso me lo voy a encontrar siempre».

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