"He venido a trabajar como un ciudadano más"

El País, 02-04-2006

MARTA NIETO
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Bilbao

EL PAÍS – 02 – 04 – 2006

“Los vascos son gente muy abierta y a mi me gusta charlar con todo el mundo”

Los hijos de Mohamed Zairi (Marruecos, 1966), de 10, 7 y 5 años estudian en un colegio público de Bilbao. El mayor lo hace en modelo A y los dos pequeños en B. “Se expresan muy bien en euskera”, asegura su padre. Ellos son los que están disfrutando del enorme esfuerzo que hizo (y hace) su padre como inmigrante, primero, y ahora ya como español con todos los derechos.

Zairi llegó a la península dos veces, ambas en ferry y con visado de tres meses. La primera, sólo de paso, para alcanzar el norte de Europa cuando tenía sólo 24 años. Entonces, a Marruecos llegaban noticias de la bonanza de esa zona y él también quiso probar. “Yo no vivía mal. Mi padre tenía una empresa de prendas de cuero y yo trabajaba con él. Pero todo el mundo salía de Marruecos, y yo también”, dice. Así que, cuando tuvo que regresar a Marruecos, no tenía dudas de era un regreso momentáneo.

La segunda vez que llegó a España ya no quiso ir más allá. Trabajó “nueve años” en una empresa de champiñón en Logroño, ciudad en la que puso una tienda de ropa y luego un restaurante. “En 1991 ya tenía los papeles”, recuerda. También en Logroño nacieron sus hijos, aunque a su mujer la fue a buscar a Marruecos.

A Bilbao se trasladó a finales de 1992, para hacerse cargo de una carnicería que su dueño traspasaba en la calle Dos de mayo. “Mi hermano es carnicero y por eso me vine a Bilbao. Él estaba ya en España. Sin mi hermano no lo hubiera hecho”, dice. Ya antes había conocido algunas localidades vascas, vendiendo ropa en mercadillos. “Me gustaba la gente de Euskadi, más abierta que en Logroño. Y a mi me gusta charlar con todo el mundo”, confiesa.

Parece que el negocio de la carnicería le ha ido bien. El pasado octubre abrió una tienda de ultramarinos en la calle San Francisco, bajo un rótulo en azul que reza simplemente Carnicería. Allí, por supuesto, se vende carne, pero también fruta y otros comestibles. Sacos de sémola y cuscús comparten hueco en el suelo con otros de legumbres y arroz. En las estanterías se alternan las latas de conservas con bolsas de especies y frutos secos. E incluso hay lugar para un surtido de teteras plateadas.

Los marroquíes son los extranjeros procedentes de África más numerosos en el País Vasco, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Zairi lamenta que se les quiera meter a todos “en el mismo saco”. “Yo he venido aquí a trabajar”, reivindica. Lo cierto es que su establecimiento dispone de un amplio horario e incluso abre los fines de semana. “Están abiertos los comercios de toda la zona”, se disculpa, pero añade: “He venido aquí a trabajar como un ciudadano más”. Y en Bilbao seguirá mientras las cosas le vayan tan bien como hasta ahora. Tiene otra razón de peso: “Mis hijos están integrados, tienen sus amigos, van a jugar partidos de fútbol los fines de semana”.

Zairi y su familia son musulmanes, una religión que afirma practicar “sin problemas” en la capital vizcaína, aunque se queja de que, en general, “hay mucho desconocimiento sobre mi religión”. En verano viaja a Marruecos con sus hijos para que conozcan el país y a la familia. “No sé qué se sienten mis hijos, si marroquíes, españoles o vascos. Nunca lo hemos hablado”, comenta.

Él piensa que cerrar las fronteras agudiza los problemas de la inmigración. “Si se abrieran, la gente entraría para trabajar de temporada, por unos meses, y luego volverían a su tierra. No se quedarían aquí tocándose las narices nueve meses”, afirma.

Con Zairi trabaja en la tienda un empleado, también marroquí. La mujer de Zairi está en casa: “Con tres hijos, ya tiene bastante tarea. Es importante que esté a su lado, vigilar su educación, ayudarles con los deberes”, indica. No teme, dice, que su mujer se contagie de la libertad de la que gozan las mujeres españolas: “Ella es totalmente libre, hace lo que quiere. Por ejemplo, ahora [es por la mañana] no sé dónde está, puede estar donde quiera”, apunta.

En la tienda de comestibles de Zairi entran hombres y mujeres, marroquíes y de otras nacionalidades. “Tengo clientes de todas partes y mucha amistad con mucha gente del barrio. Cuando compran, les suelo preguntar cómo van a preparar el alimento, para aprender nuevas formas”, explica.

A pesar de la “buena imagen” que tiene Zairi de Euskadi y los vascos, afirma haber sentido el racismo en varias ocasiones. “Sobre todo en las mujeres mayores. Te sientas junto a ellas en el metro y agarran el bolso, como si se lo fueras a quitar. Y quizá yo llevo más dinero en el bolsillo que ellas en ese bolso”, dice. Un cliente entra en la tienda a encargar unos filetes y Mohamed Zairi le atiende. Cuando el cliente se marcha, insiste: “Me sienta fatal que hagan eso. He venido aquí a trabajar. Yo soy el primero que quiero que no haya delincuencia. Tengo una familia, un trabajo”.

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