Muerte por controlar Alzira

El poder en el territorio local y la custodia de un niño son las causas de la tragedia que acabó con cuatro muertos y cinco heridos

El País, 02-04-2006

L. GARRIDO / J. M. OLEAQUE
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Valencia

EL PAÍS
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España – 02 – 04 – 2006


Uno de los detenidos por el tiroteo de Alzira, en el que resultó herido, ayer en el juzgado. (TANIA CASTRO)
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  El papel de los mayores












“Una miajica de aquí, una miajica de allá, todo se junta y la cosa explotó”, comenta alguien que conoce el ambiente de las familias que protagonizaron el tiroteo en Alzira el jueves que acabó con cuatro muertos y cinco heridos. Fuentes cercanas a la investigación policial indican que rivalidades relacionadas con el control territorial del tráfico de droga y el robo de bancos en Alzira determinaron el ataque. Todo ello contaminado por rencillas derivadas de relaciones personales. Como la que empareja a un miembro de la familia atacada con una chica de la atacante, y su posterior fuga del hogar. Se dice que los padres de la mujer fueron a hablar con los del hombre. Y que ahí, por los nietos, comenzó el trágico enfrentamiento.

En el barrio de L’Alquerieta del pueblo de Alzira, Rosi, ayudada por otras dos mujeres, no se tiene en pie. Ha perdido a su padre, Luis, de 37 años, a su tío José, de 53 años, a sus primos Isidro, de 26 años, y Ramón, de 22. Su tía Juana se debate entre la vida y la muerte en el hospital de La Ribera. A los hombres se les oye una letanía. “No tenemos prisa. Padres, hijos o nietos pagarán, morirán por este crimen”.

Fue el pasado jueves cuando cuatro miembros de una misma familia de etnia gitana fueron asesinados por entre diez y quince personas armadas de otra familia. Luis y Antonio, primos de Ramón, uno de los asesinados, tienen también una versión del porqué: “El Ramón estaba en el parque el miércoles y les dijo a dos gitanas, la Loli y la Miriam, que si iban a terminar pronto de hablar por teléfono en la cabina. Y la Loli, que es una chulita, le pegó al Ramón con el teléfono, y él le dio un tortazo”. “Y luego”, continúa, “Ramón, por la noche fue con sus padres, que los llamamos los kunfú, a pedirles perdón a las gitanas, que eran de la familia manigua. Al final, los manigua vinieron a matarlos a todos”.

Pese a que un hijo y la nuera de dos de los muertos están en prisión, y que miembros de las dos familias tienen antecedentes, Luis y Antonio dicen que no hay ninguna custodia que enfrente a las familias y que los Moreno (los kunfú) no trafican con drogas. Pero la policía mantiene un enorme control sobre Alzira, y los familiares de los agresores han desaparecido del pueblo. Esa vigilancia no es eterna, y miembros de los Moreno han vaticinado venganza sin fecha.

El funeral se ha aplazado hasta mañana. El titular del juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de Alzira acordó anoche el ingreso en prisión comunicada y sin fianza para tres de los cinco detenidos que ayer pasaron a disposición judicial. Otras dos imputadas quedaron en libertad provisional con la obligación de comparecer en la oficina judicial los días 1 y 15 de cada mes. A todos ellos se les imputan cuatro delitos de homicidio, un delito de homicidio intentado y un delito de tenencia ilícita de armas. Está previsto que hoy, a las once, el juez tome declaración al sexto detenido, que permanece bajo custodia policial en el Hospital General de Valencia, informa Xavier Espanya.

En Sevilla, en Elche, en diversos sitios de España, los altercados relacionados con familias de origen gitano hundidas en marginalidad relampaguean en los últimos tiempos. Hasta la religión evangelista, común entre gitanos, prohíbe explícitamente las venganzas. Pero es como si la inserción en las estructuras sociales que, de manera paulatina, lleva a cabo el grueso de esta etnia, dejara restos muy dolorosos. “Hay una ausencia de control sobre los grupos excluidos y sus situaciones”, opina Trinidad Muñoz, gitana y antropóloga, “no se interviene sobre ellos ni de manera preventiva o socializadora, ni policial o jurídica”. “Hablamos de grupos muy cerrados, al margen de todo proceso de reinvención y adaptación, algo que sí ha hecho la mayoría del colectivo, y de los que no se habla hasta que no pasa algo muy malo”.

La cuestión es si forma parte, como se sugiere no pocas veces, de los códigos y de relaciones culturales esenciales de los gitanos. “No, pero hay que explicarlo”, afirma Juan Roige, vicepresidente de la Federación de Asociaciones Gitanas de la Comunidad Valenciana (FAGA). “Cien años atrás, incluso cincuenta, todos los gitanos éramos proscritos, se nos metía en la cárcel sólo por existir, debíamos apañarnos como podíamos para impartir justicia, para lo que fuera. Mantuvimos costumbres grupales que para la sociedad mayoritaria ya eran de otros tiempos”. No obstante, “no tenían demasiado que ver con toda esta violencia, la gente más mayor dirimía las cuestiones del resto, el que perdía era desterrado, para evitar odios o muertes”.

A medida que los gitanos dejaron el campo y la itinerancia y se vincularon a la sedentarización y a la venta ambulante, se apartaron de los vestigios de conducta colectivos más imposibles de mantener. “Pero esto no llegó a las que se han quedado por el camino, las familias que viven en la exclusión absoluta”, insiste Roige.

“La paradoja”, explica Jesús Salinas, educador que ha impartido clase a niños gitanos de distintas generaciones, “es que estas familias tampoco siguen las pautas de conducta gitanas”. Efectivamente, los rasgos de respeto a mayores y a hijos, de relaciones de mujeres, de no intervenir en decisiones de los ancianos, es raro que se cumplan.

“Las primeras familias gitanas que vivían en las ciudades españolas se vieron muy afectadas por la crisis en la década de los setenta; muchas acabaron en chabolas, perdieron la identidad real”. Entonces, se mezclaron restos culturales de supervivencia – como el código de justicia más atávico – con lo trashumante, lo suburbano y lo marginal. La droga extremó la situación, hasta alejar al máximo a estas personas de la pauta evolutiva regular gitana (y, desde luego, paya). Así, hasta hoy.




El papel de los mayores
La antropóloga Trinidad Muñoz considera que, cuanto más grande es el alejamiento entre los gitanos marginales y el resto social y cuanto más grande sea el abandono, más graves son los estallidos de violencia de los excluidos. “Es como si esa violencia, cada vez más enrarecida y deforme, fuera la única pauta colectiva de comportamiento que se asume en estos grupos”, opina Trinidad Muñoz.Por ello, y según la opinión del educador Jesús Salinas, “la intervención administrativa es urgente sobre todo en los hijos de estas familias”, considera Salinas. “Hay que hacerles crecer, vincularlos al sistema, no dejar que se repitan una y otra vez los mismos errores”, añade.Manuel Bustamante, coordinador de minorías étnicas para el gobierno valenciano, ha insistido en que, en la tradición de su pueblo, los conflictos familiares se han resuelto con las palabras de los ancianos. “El problema”, plantea Joaquín López Bustamante, ex director de la revista de análisis del mundo caló I Tchatchipén, “es que en los grupos más marginales los mayores no suelen cumplir esa función tradicional, no asumen el papel de interlocutores para resolver asuntos delicados”. De hecho, muchas veces están implicados en los problemas. En Cataluña, un foro de entidades ligadas al mundo gitano ha planteado la intervención conjunta siempre que se den conflictos que afecten al colectivo. Se resalta aquí el papel de los tíos u hombres de respeto, que es como se conoce a los gitanos viejos con trayectoria vital reconocida. Detrás de estas figuras, sólo la unión de todos los sectores implicados puede garantizar cualquier mejora de la situación.

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