Zarpazo en la meca del turismo

La Razón, Inocencio F. Arias. , 18-08-2017

El aumento constante de las cifras de turistas que nos visitan estos últimos años no obedece sólo a nuestras virtudes, buenas playas, gastronomía, sol, seguridad… Las desgracias que se abatían sobre otros competidores vacacionales, Túnez, Egipto, con atentados repetidos, secuestros de turistas etc… han ayudado bastante a esa bonanza.

La atrocidad de Barcelona puede cuestionar al menos parcialmente ese estado de cosas. España estaba vacunada contra los peligros de la falta de seguridad y ahora nos percatamos de que no éramos invulnerables. El atentado de ayer por sí solo no va a detener el flujo turístico. Las reservas están hechas y no parece probable que esto vaya a producir una avalancha de cancelaciones. Ahora bien, hemos perdido la virginidad de la última década y hay otras noticias alarmantes , como la turismofobia, el runrún de las huelgas en los aeropuertos que dañan nuestra imagen y pueden pasarnos factura. Trece muertos y decenas de heridos originan titulares en medio mundo y sobre todo en los países desarrollados que nos envían gente en vacaciones. Una repetición de los atentados o media docena de noticias sobre ataques a turistas, detención de un autobús, irrupción de una turba encolerizada en un restaurante contribuirían a que miles de personas comienzan a cuestionarse si deben venir a la otrora paradisiaca España.

Francia ha tardado en recuperarse de los mazazos sucesivos que sufrió. El primero fue fácilmente digerido. Los siguientes, no. Nuestros vecinos son con Estados Unidos, y ahora China, los que ocupan con España los primeros puestos de países más visitados y en la secuela del «Charlie Hebdo», de la discoteca Bataclan, etc…Francia perdió terreno que ahora comienza a recuperar. No es que la imagen de España como país civilizado y hospitalario sufra, es que la gente se tienta la ropa cuando algo afecta a su seguridad y la de su familia. El televisivo y humillante ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 también significó un traspiés en los ingresos de Estados Unidos. Los hoteles de la ciudad de los rascacielos, yo vivía allí, vertían lágrimas, el país quedo traumatizado y los estadounidenses apoyaron unánimemente a su gobierno en lo que, parafraseando a Roosevelt, constituía un día de infamia.

España puede ser de nuevo atacada. Los que creían que el odio y la inquina eran hacia Aznar por su intervención en la guerra de Irak, donde por cierto, no hubo un soldado español hasta que terminó la invasión americana, tendrán que quitarse las escamas de los ojos. Dudo, con todo, que deseen hacerlo. No quieren ver que Alemania y Francia fueron en la ONU adversarios acérrimos de Estados Unidos, más que Rusia o China, y sin embargo no fueron respetadas. Los fundamentalistas islámicos cometieron allí un rosario de atentados. Aznar, lo siento por algunos, no es el culpable de lo que nos ocurre. Los fanáticos del Islam, Al Qaeda, ISIS, nos detestan rabiosamente no sólo por ser cristianos, inmundos infieles, sino porque defendemos la igualdad de las mujeres, permitimos el matrimonio homosexual, implantamos la primacía del poder civil frente al religioso etc… En definitiva porque defendemos unos valores que para ellos son abominables.

Otras las falacias que hay que descartar es la de que los terroristas tendrán problemas para repetir una fechoría parecida porque ello exige un plan sofisticado y una preparación minuciosa para la que no están capacitados. Esto es una memez. Barcelona, como antes Niza, demuestra que un fanatizado con una simple furgoneta o un camión puede segar la vida de decenas de personas con un coste mínimo. No hace falta haber hecho un cursillo de meses. Los jóvenes terroristas, de uno u otro sexo, han sufrido un lavado de cerebro que les ha convencido de que no les debe importar morir matando infieles, aunque sean de otra secta musulmana, porque irán directamente al paraíso a disfrutar de los favores de setenta vírgenes. Bellas huríes en un paraíso de arroyos rumorosos y felicidad garantizada. Oímos, afortunadamente ya, un número creciente de creadores de opinión musulmanes que condenan con fuerza las barbaridades de sus correligionarios fanatizados. No parece que oigamos, con todo, no sólo la repulsa por el hecho sangriento, sino una proclama rotunda de que los actos terroristas, los sucesos como el de Barcelona, no los llevarán al paraíso sino que están taxativamente condenados por el Corán.

Entre las falacias buenistas me viene a la cabeza la frase inmortal de la inefable Carmena. Aquella que decía que a los fundamentalistas hay que tratarlos «con empatía y diálogo». Me he pasado la vida como diplomático defendiendo el diálogo, pero veo difícil sentarme con unos tipos que quieren eliminarme, porque soy infiel, defiendo un amigo homosexual o sostengo que no tengo más derechos que mi mujer, y ofrecerles, para hacer boca dialogando, que les vamos a dar Granada, Almería y la mezquita de Córdoba (no olvidemos que todo eso es el Al – Andalus que reivindican), que renunciamos a que haya cristianos en África y que prohibiremos que las mujeres lleven bikini o minifalda. Como primer paso para que los domingos lleven velo.

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