TESTIGO DIRECTO

En la isla de Lesbos: De la guerra a un futuro incierto

EL MUNDO viaja a los campos de refugiados un año después de la crisis humanitaria

El Mundo, M. ANTONIA CANTALLOPS, 27-06-2017

Como una cárcel. Así se ve desde el exterior el campamento de refugiados de Moria. En él y en los de Kara Tepe y Pikpa se concentran la mayoría de personas refugiadas que permanecen en Lesbos (Grecia), lugar al que llegaron tras realizar la corta travesía marítima que separa la costa turca de esta isla griega, con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Muchos llevan más de un año ahí y siguen sin saber cuál será su destino y qué será de sus vidas. En Pikpa, el único campamento al que el grupo de voluntarios mallorquines pudimos acceder, adultos, jóvenes y niños han aprendido a vivir en una especie de tierra de nadie, en la que los menores tanto los escolarizados como los que no lo están han desarrollado una viveza e ingenio que llaman la atención de cualquiera.Es el campamento más pequeño de los tres y su apariencia es similar a la de un camping, en el que las familias conviven en plena armonía, si bien la celebración del Ramadán hace que permanezcan más tiempo metidas en sus improvisadas casas, manteniendo el ayuno y resguardándose del calor.

Iniciativa del proyecto House of Humanity. M. ANTONIA CANTALLOPS
Allí es donde se nos encomendó poner en marcha el Proyecto Agua, una iniciativa encaminada a que los niños le pierdan el miedo al agua y mejoren sus habilidades. Para ello y gracias a la generosidad mallorquina, repartimos mochilas a los chavales participantes, toda ellas provistas del material necesario para llevar a cabo la actividad: bañador, toalla, gafas de agua, calzado, crema solar y manguitos o flotadores.Arrancar la actividad no fue tarea fácil, pero la espera valió la pena al ver las caras, gestos y expresiones de emoción de los niños y niñas al bañarse de la mano de los voluntarios, siempre bajo la supervisión de los bomberos de PROEM-AID. Unos menores que han conocido la parte más hostil del mar en su travesía hasta Grecia y que ahora se reconcilian con él disfrutando de su lado más amable.Durante los días que estuvimos en Lesbos, comprobamos que para los voluntarios independientes que viajan a la isla a ayudar a las personas refugiadas de los campamentos son más las puertas que se cierran que las que se abren. Y una de las que se nos cerró fue la de acceso al campamento de Kara Tepe. En nuestra primera visita nos informaron de que para poder entrar necesitábamos una autorización del alcalde de Mitilene (capital de Lesbos). Tras registrarnos como voluntarios y obtener el permiso pertinente, regresamos al campamento el día y la hora acordados. Pero de nada sirvieron todas las gestiones realizadas. Nos dijeron que no podíamos entrar y tuvimos que conformarnos con la imagen panorámica que captamos desde unos terrenos elevados, al otro lado de la carretera.

Valla que separa el campamento de Moria. M. ANTONIA CANTALLOPS
En Moria, ni lo intentamos. Los muros de dos metros rematados con alambres y una especie de concertina que recuerda a la de Melilla, y los policías armados advirtiéndonos de que no podíamos tomar fotos ni siquiera de un dibujo pintado en la pared, nos lo dejaron claro: sólo podríamos ver el campamento por fuera y conseguir, a lo sumo y de forma disimulada, imágenes con el móvil.Frente a todo ese recelo en algunos casos incluso hostilidad con el que nos topamos en Moria y Kara Tepe, la solidaridad y la entrega de algunas entidades, voluntarios y particulares que desarrollan proyectos a favor de los refugiados. Ciudadanos que, una vez más, demuestran en Grecia que, pese a la desidia de Europa, aún existe gente con valores, dispuesta a no mirar hacia otro lado ante una crisis humanitaria que ya ha segado la vida de miles de personas. Muchísimas. Demasiadas.Es el caso de Nikos y Catherina, un matrimonio que desde que comenzaron a llegar los primeros refugiados a Lesbos cocina altruistamente para ellos en el restaurante que regenta. Han llegado a repartir a diario comida para más de 200 personas, principalmente las ubicadas en Moria y también otras que sobreviven en la montaña ante el miedo de ser deportadas. Además, todos los días acogen en su restaurante a entre 20 y 40 refugiados para que puedan disfrutar de sus platos como cualquier otro cliente, en la idílica terraza de su negocio. Conocimos su historia a través de los voluntarios de PROEM-AID y quisimos conocer personalmente al matrimonio y ver in situ su extraordinaria labor. Les acompañamos a hacer la compra, vimos cómo trabajaban y algún día incluso nos ocupamos de ir a buscar y luego acompañar a familias a las que invitaron a cenar al restaurante.Entre los planes de Catherina y Nikos está poner en marcha un nuevo proyecto: talleres donde los refugiados para los que cocinan también puedan trabajar en aquello que saben y sentirse útiles.Cementerio de chalecosUno de los momentos más impactantes del viaje fue la visita al cementerio de chalecos salvavidas, cerca de la localidad turística de Molivos. Escondido detrás de una pequeña ladera, en él yacen entremezclados miles de chalecos con restos de lanchas motoras, plásticos e incluso algún biberón o una sillita infantil. Conmueve verlo. En medio de un silencio sepulcral, es inevitable pensar en las miles de historias que hay detrás de cada una de esas chaquetillas flotantes naranjas. Historias anónimas con final desconocido, que dejan patente el drama y la desesperación vivida por aquellos que no dudaron en subirse a una barca algunos incluso acompañados de hijos pequeños y sin saber nadar, aun sabiendo que quizá su travesía no llegaría a buen puerto.El silencio y la tristeza que nos dejó la imagen de todos esos chalecos amontonados en Molivos se tornó en esperanza al ver cómo en el Centro Mosaik los propios refugiados los convierten en bolsos, carteras, neceseres y bolsitas que, como bien dice la tarjetita que acompaña cada artículo, «están hechos por gente de todo el mundo, con todo tipo de sentimientos, de manera conjunta, con dificultades y alivios».Otro proyecto que visitamos y con el que también tuvimos la oportunidad de colaborar fue The House of Humanity, impulsado por un grupo de voluntarios independientes. Aunque la actividad habitual se ha visto mermada este mes por el Ramadán normalmente atienden a cerca de 300 personas y ofrecen servicio de ropero, supermercado, escuela, etc., pudimos ayudar a preparar la comida y bebida para más de un centenar de personas llegadas desde el campamento de Moria en autobús. Mientras los niños jugaban en la sala de madres, los adultos aguardaban a que el reloj marcara las 20.30 horas para poner fin al ayuno e ingerir los alimentos.Otra iniciativa que merece la pena destacar es la de la Swiss Cross, entidad que ha montado una pequeña infraestructura para acoger y atender a personas refugiadas. Un sitio cálido, en el que podemos hallar desde una biblioteca sobre ruedas, pasando por tiendas de ropa, una escuela e incluso un gimnasio.Guardias nocturnasNuestras noches en Lesbos han tenido un nombre propio: Camp Fire. Ahí hacíamos las guardias junto a los bomberos de PROEM-AID, siempre vigilantes ante la posibilidad de que llegara una barca. No obstante, el flujo de embarcaciones que deciden cruzar desde Turquía a Grecia es en estos momentos más bien escaso. Y las pocas que se deciden a hacerlo suelen ser interceptadas por Frontex. Si la detención es en aguas turcas, devuelven a sus integrantes a territorio turco; si logran alcanzar aguas griegas, les conducen hasta el puerto de Lesbos para, a la mañana siguiente, llevarlos a un campamento, según apuntan desde PROEM-AID.Entre guardias nocturnas y actividades diurnas, nuestro voluntariado iba llegando a su fin. Apenas faltaban unas horas para volver a encontrarnos por última vez con los niños y niñas del Proyecto Agua, cuando nos vimos sorprendidos por un pequeño terremoto. Algunos de nosotros ni nos enteramos; otros, notaron cómo el edificio en el que estaban se movía e incluso caían algunos trozos de la fachada. Una vez comprobado que todos estábamos bien, decidimos que por precaución lo mejor era anular la actividad en la playa con los menores de Pikpa. Poco después nos enteramos de que el terremoto de 6,1 grados de magnitud en la escala Richter había causado la muerte de una mujer, además de importantes daños materiales en las localidades de Plomari y Vrisa. Con el recuerdo cercano del seísmo, las concertinas del campamento de Moria, la labor de los voluntarios de The House of Humanity y Swiss Cross, las sonrisas de los niños de Pikpa nadando en la playa o de la generosidad de Nikos y Catherina, nuestros últimos momentos en Lesbos fueron con nuestros compañeros de PROEM-AID, en Camp Fire. Mientras amanecía, pensábamos que quizá podríamos haber hecho más de lo que hicimos, pero también que hicimos todo cuanto estuvo en nuestras manos. Por delante, un viaje de regreso que se nos antojaba largo con escalas en Atenas y Barcelona pero ni de lejos tanto ni tan incierto como el de todas las personas refugiadas que llegaron a Lesbos. Más de un año después de arribar a la isla, algunas todavía permanecen ahí sin saber qué será de sus vidas ni qué futuro les aguarda.

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