«En mi chabola no había cucarachas»

ABC, 29-03-2006


TEXTO: CARLOS HIDALGO FOTOS: JULIÁN DE DOMINGO

MADRID. «Hay cucarachas. Me molestan mucho, porque en mi chabola no las había». Ésta es una de las razones por las que Baldomero Vargas, de 28 años, casado y padre de dos niñas, no quiere entrar en el piso de realojo que les ha concedido el Instituto de Realojamiento e Integración Social (IRIS). Su chabola fue la primera en caer el pasado viernes durante el inicio de demolición del poblado de El Salobral, el mayor de España y, para algunos, el de Europa.

Aquella mañana estuvieron allí, entre otros muchos, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz – Gallardón, y la presidenta regional, Esperanza Aguirre. Pero no Baldomero, dice que no está contento con el piso que le han entregado, además de por las tres cucarachas muertas que ha encontrado en el luengo pasillo de su recién entregada vivienda, situada en Valdemoro, porque es muy pequeño. Tiene 70 metros cuadrados, divididos en un pequeño salón, tres habitaciones, cocina y cuarto de baño. «Los gitanos – dice – no estamos acostumbrados a vivir en un salón con una habitación al lado». «Cuando mi mujer me traiga la comida desde la cocina, ya se habrá enfriado», comenta, no sin antes recordar que «tenía una chabola de 80 metros cuadrados, con agua caliente y cuarto de baño».

A Baldomero, lo que le molesta del IRIS es que «sólo muestren la vivienda mediante una foto». «Es: lo coges o lo dejas», afirma. Tampoco está de acuerdo con las condiciones en las que les han otorgado las casas. «Nos han dado un cursillo sobre cómo vivir en un piso: no arrancar los grifos, no hacer ruidos, no meter animales», dice el joven, casi a la vez que su hermano exclama: «¡Como si no supiéramos comportarnos en condiciones!».

La mujer de Baldomero, Tere, es ama de casa, y él se dedica ahora a vigilar obras. Gana, según comenta, 900 euros al mes. El alquiler del piso, con comunidad y luz incluidas, le sale por 150 euros. El IRIS lo rebaja a 77 euros, de los que 52 son de alquiler.

Baldomero se reunirá muy pronto con los responsables del IRIS para explicarles su queja. Si no le dan otro piso mayor, dejará el de Valdemoro y volverá a levantar la chabola en el mismo sitio donde antes, en el acceso sur del enorme Salobral. «Y, si no me dejan – indica – , me iré a otro lado», dice.

Cuando se le pregunta por las condiciones en las que se criarán sus dos hijas, de sólo 8 y 4 años, responde que «no vivirán igual, pero, al menos, tendrán más libertad que aquí». Además, Baldomero asegura que su mujer es claustrofóbica y no aguantará la vida en Valdemoro, y pone como ejemplo «a la otra gitana que vivió antes en el piso, que se tuvo que ir porque le entró una depresión, y volvió a la chabola».

«Nos están quitando nuestra cultura», dice: «No puede venir aquí mi familia, porque no entramos todos; nos tratan como animales, nos discriminan». Para solucionar la situación y evitar que se repita, el joven pide que sea el patriarca de El Salobral, Marchena, quien indique al personal del IRIS «qué vivienda es apta y cuál no para que en ella vivan gitanos».

«Nosotros sí estamos contentos»

Ahora nos encontramos en pleno Salobral, donde termina Madrid y resulta complicado pensar que es verdad aquello que, de aquí, al cielo. Desde que el pasado viernes, coincidiendo con la visita de los políticos, se tiraron dos chabolas y un almacén, las máquinas no han vuelto a aparecer por allí. Lo harán los próximos 5 y 19 de abril.

Será cuando le llegue el turno a la chabola de Emilia y Pedro. Está impoluta. Casi pueden peinarse mirando las baldosas del suelo, de lo que brillan. Están arreglando el papeleo para su nuevo piso, que se encuentra en Carabanchel. Emilia lo tiene muy claro: «Nosotros estamos muy contentos. Tiene tres habitaciones, comedor, cuarto de baño y cocina», dice. El salón será más pequeñito que el que tiene ahora, que mide unos 40 metros cuadrados. «¡Pero dónde va a parar! Prefiero el piso a vivir aquí», exclama Emilia con una gran sonrisa en la boca. «Yo lo único que pido – continúa – es que esté bien, la zona sea tranquilita y que esté a gusto». ¿Cómo crees que te acogerán los vecinos? «Espero que nos reciban bien. Pedimos que se comporten tan bien como nosotros, con eso nos basta». Emilia y Pedro llegaron con sus hijos a El Salobral en 1991, procedentes de otro poblado de Móstoles. «No hemos tenido nunca piso», declara, con cierta tristeza rápida, aunque siempre tristeza, en los ojos.

«Lo peor de vivir en la chabola es que no tenemos agua ni servicio, sólo un pozo ciego, y vamos allí con un cubito», explica Emilia.

Se dedican a la chatarra, fundamentalmente, pero aseguran que no tendrán problemas de espacio para almacenarla, puesto que la venden al día. «¡El kilo está a 12 pesetas!», apostilla otro joven de la familia.

La llegada del patriarca de la familia, Pedro Vázquez – «¡Hacednos una foto al matrimonio!» – , no revoluciona tanto el inmenso salón de la chabola como la de un puñado de chavales que apenas levantan un metro del suelo: «¿Esto sale en la tele o en el periódico?», preguntan ansiosos. Todos los chavales, sonrientes y con los pelos de punta, parecerían iguales si no fuera porque unos se confiesan del Madrid y otros del Atleti. Quieren posar todos, padres, hijos, nueras, nietos, para hacerse la foto juntos en el centro de la que, en apenas unos días, dejará de ser su casa. «El día 19 me tiran la chabola – dice Emilia – ». «¡Yo estoy deseando irme al piso nuevo!», afirma con alegre entusiasmo una de sus nueras.

Eso sí, antes recuerdan: «El salón de los gitanos es mayor que el de los payos. Tengo cinco hijos y vienen todos a comer, no sé si tendremos espacio». La prueba de fuego la tendrán, seguramente, la próxima Nochebuena.

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