Llegar o morir

Canarias 7, 27-03-2006


Nuadibú (Mauritania)

África no necesita que le echen una mano, lo que África necesita es que le quiten el pie de encima». La frase es del presidente de Ghana, John Agyekum Kufour, y probablemente sea el diagnóstico más certero que se haya emitido sobre la explosión migratoria del continente negro.

Las miles de personas que se agolpan en los sucios arrabales de Nuadibú a la espera de subirse a un cayuco y adentrarse en la negrura de la noche hacia Canarias no arriesgarían su vida si tuvieran alguna oportunidad en su tierra. Pero cuando la casa se cae a pedazos conviene mudarse. A cualquier precio.

El Padre Jerome, sacerdote de la única iglesia católica de Nuadibú, se ha convertido – junto al alcalde de la ciudad – en un demandado personaje mediático dentro de la convulsión informativa que acompaña a toda tragedia. Trabaja con los inmigrantes clandestinos que quieren irse, dándoles afecto y apoyo anímico, sean creyentes o no. Y sabe bien que buena parte de los que se van no viven para contarlo, por las cartas que nunca le llegan.

Desde su profundo conocimiento del lado humano de la inmigración, reclama a quienes gozan de las comodidades del primer mundo un sencillo ejercicio de empatía.

«Cuando se escucha la historia que cada una de estas personas tiene detrás, no sólo se acaba entendiendo por qué se juegan la vida», señala, «sino que además uno acaba por reconocer que si estuviese en su lugar haría exactamente lo mismo».

DIFÍCIL SOLUCIÓN. El drama que está convirtiendo en fosa común la franja de océano que separa África de Canarias tiene a corto plazo difícil solución. Las estrategias y las rutas migratorias se adaptan rápidamente para esquivar las medidas de contención adoptadas por los gobiernos.

Quienes conocen la situación sobre el terreno están convencidos de que el eventual blindaje de la costa mauritana no haría sino trasladar el punto de partida hacia el sur, hasta Saint Louis, en Senegal. Solo que la enorme distancia hasta Canarias, insalvable para un cayuco, multiplicaría el número de muertos. O podría dar lugar a nuevas fórmulas de tráfico de seres humanos, como barcos negreros. «No olvidemos que son personas desesperadas», señala un cargo de la policía mauritana, «cuando se les cierre una puerta buscarán la manera de abrir otra. Y lo intentarán una y otra vez hasta lograrlo o morir».

Cualquier solución efectiva, más allá de blindajes y ayudas puntuales para hacer frente a la llegada masiva de inmigrantes, pasa a largo plazo por el desarrollo de África. Arraigar a la población a su territorio, sembrar las condiciones para que en unos años la gente no necesite irse a buscar una vida mejor. «Pero ojo con los proyectos de cooperación», advierte un responsable de una de las ONG que trabajan en Nuadibú y que para evitar problemas prefiere mantenerse en el anonimato, «porque en la mayoría de los casos, la corrupción de los gobiernos africanos impide que los beneficios lleguen al pueblo. Los proyectos hay que llevarlos a cabo con la organizaciones sociales, con la gente de la calle, no con los políticos».

De momento y de vuelta a la triste realidad, en los alrededores de Nuadibú se acumula una cifra indefinida de personas dispuestas a pagar con su vida un pasaje a un mundo que sólo ven en las pantallas de tecnicolor. ¿Cuántos? Nadie lo sabe con exactitud, igual que se desconoce el número de ahogados en el Atlántico.

Según Mohamed Cherif, alcalde de la ciudad, está registrada oficialmente la entrada a Mauritania de algo más de 6.000 personas, pero se calcula que el número real puede ser más del doble, porque el país tiene miles de kilómetros fronterizos sin control alguno. «En África, las cifras nunca son de fiar», reconoce.

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