Europa en la ficción

La Vanguardia, Jennifer Rankin, 26-03-2017

“Todo el mundo viene a Bruselas movido por la venganza o el amor, o por las dos cosas.” Semejante afirmación quizá sea una novedad para aquellos que tienen una imagen de la capital europea relacionada con las normas comunitarias sobre aspiradores o con los nobles esfuerzos por aportar algo de paz a los Balcanes. Sin embargo, no estamos ante la vida real, sino ante una ficción. La frase pertenece a la campaña promocional de Brussel (2017), una serie de televisión en diez capítulos realizada para una cadena holandesa. Pensada para un público aficionado a series como House of cards o The wire, la costosa producción imagina la sede de la Unión Europea como un centro de intrigas y violentos juegos de poder.

La protagonista, Moniek van Dalen, es una arrogante comisaria europea que intenta proteger sus intereses empresariales mientras se mueve entre rivales políticos y un antiguo amante. El primer episodio la presenta con un peinado inmaculado y unas uñas muy cuidadas, sorbiendo vino blanco en un despacho de Bruselas adornado con cuadros de Modigliani y reflexionando sobre el modo de proteger sus intereses en el sector del petróleo de esquisto. En la trama intervienen un oligarca ruso – ucraniano, un adolescente idealista sacado de una mezquita y un hombre sin nombre que vive en la calle. Los diálogos pasan del neerlandés al inglés, al francés y al ruso, mientras la cámara ofrece panorámicas de los grises cielos de la capital belga.

Aunque los personajes podrían soltar frases como “Será una difícil reunión de todas las partes interesadas”, el tema no es el realismo cotidiano. La obra es fruto de una colaboración entre el escritor holandés Leon de Winter, conocido por su dura crítica a los rescates de la eurozona, y el director belga Arno Dierickx, que se autodefine como un optimista proeuropeo. Dierickx cree que la serie va más allá de la “imagen parcial de los políticos como vanidosos y corruptos, aunque está claro que son más maquiavélicos que idealistas… De todos modos se trata de una ficción”.

La serie, ofrecida por suscripción a principios de año, es también una rareza, puesto que se trata de una serie dramática ambientada en la Unión Europea y sobre la Unión Europea. A pesar de los sesenta años de integración, el proyecto europeo ha penetrado poco en la cultura popular. La UE posee una bandera y un himno, pero no ha inflamado la imaginación de escritores y artistas.

“Es difícil enamorarse del mercado único”, comentó en una ocasión Jacques Delors, antiguo presidente de la Comisión Europea. Y ficcionarla no es menos difícil. Los politólogos han debatido durante años sobre el proyecto europeo, esa imaginada comunidad de los pueblos europeos. Si juzgamos la Unión Europea sólo por su lugar en el celuloide o en el papel, los vínculos del interés no parecen demasiado sólidos.

Incluso en las series sobre política, Europa es un tema fugaz. En la serie televisiva danesa
Borgen
(2010) sobre las interioridades políticas de ese país, rara vez aparece la UE. La excepción fue un episodio titulado En Bruselas nadie te oye gritar, que giraba en torno a una maniobra política para deshacerse de un rival nombrándolo comisario comunitario. “Si quiere quitar de su camino a alguien, puede enviarlo a Bruselas y hacer que parezca una promoción”, es el taimado consejo dado a la primera ministra Birgitte Nyborg.

Europa aparece muy pocas veces en Sí, ministro, la comedia de situación británica acerca de un astuto funcionario que mueve los hilos del poder, mientras su ignorante ministro se las arregla como puede. Aparte de los chistes sobre los incentivos europeos, la serie ofrece un memorable resumen de la política europea británica. “Ministro, Gran Bretaña ha tenido en política exterior el mismo objetivo desde hace al menos quinientos años: crear una Europa desunida”, explica sir Humphrey en un episodio emitido en 1980, menos de una década después de la adhesión británica a la Comunidad Económica Europea. “Teníamos que desarmar todo este tinglado y para eso había que estar dentro… ahora que estamos dentro, podemos ponerlo todo patas para arriba.” La sátira tiene un punto de verdad: los británicos se unieron al mercado común para moldearlo de acuerdo con sus intereses.

Sin embargo, esos ejemplos destacan porque no son frecuentes. Si bien el servicio secreto británico tenía a James Bond, la Comunidad Económica Europea y sus encarnaciones posteriores han ofrecido un aspecto demasiado aburrido. “La Unión Europea es vista como algo monótono y técnico, y los ciudadanos olvidan que detrás hay personas que la han creado”, afirma Ingo Espenschied, periodista y politólogo. Espenschied realiza documentales sobre temas políticos, como la figura de Konrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania, o la historia del proyecto europeo. Narra una historia mientras muestra imágenes y vídeos al público presente. Se calcula que más de cien mil personas, dos tercios de los cuales son escolares, han asistido en la última década a sus proyecciones.

Espenschied se describe a sí mismo como un contador de historias, y dice que la presencia de la UE en la cultura popular de Francia y Alemania es relativamente escasa. “Si uno analiza el guión [de la integración europea], podría haber sido escrito por Hollywood; tiene todos los ingredientes de un buen relato: Francia y Alemania, enemigos a lo largo de la historia, acaban convertidos en socios, en el motor de Europa. Tiene algo que no se había visto nunca en la historia.”

Cuando la UE se ha asomado a la cultura, no ha sido bajo la forma de una historia hollywoodiense de triunfo sobre la adversidad, sino de algo más tenebroso. Es especialmente cierto en el caso de la imaginación británica, donde Bruselas es una cueva de intrigantes y tramposos. El subgénero británico de la Bruselas distópica floreció a partir de mediados de la década de 1980 y se intensificó a medida que los encarnizados debates sobre el tratado de Maastricht sacudían el Gobierno conservador del momento. Un ejemplo es la novela antialemana del historiador thatcherista Andrew Roberts, The Aachen memorandum (el memorando Aquisgrán, 1995). Ambientada en el 2015, la obra describe “una visión distópica de cómo podría ser Gran Bretaña si se convirtiera en una satrapía menor en el seno de una vasta Unión Europea proteccionista, antiestadounidense hasta la intolerancia y políticamente correcta”.

Roberts no ha sido el único en explotar el filón argumental de una UE vista como un turbia burocracia movida por un ambición sin límites. Más de una década después, Michael Dobbs, el autor de House of cards, imaginó la novela A sentimental traitor (un traidor sentimental, 2012): una oscura unidad contraterrorista europea que es infiltrada por los rusos y urde una inmensa trama criminal.

Una generación antes, el funcionario comunitario y antiguo europarlamentario británico Stanley Johnson había convertido Bruselas en escenario de un thriller titulado El comisario europeo (1987), objeto de una adaptación cinematográfica. James Morton, un ministro conservador caído en desgracia ante el primer ministro, es enviado como comisario europeo a Bruselas y allí descubre una gigantesca conspiración. El presidente de la Comisión está confabulado con un conglomerado químico alemán que fabrica en secreto agente naranja y vierte residuos tóxicos al Rin.

A diferencia del libro de Roberts, en este no se cuenta la historia de un superestado eurócrata y dominador que intenta sojuzgar a una valerosa Gran Bretaña. Morton, prototipo del inglés “honrado” e incapaz, es ayudado por los comisarios “buenos” de Portugal, Irlanda y Grecia en su lucha por la verdad. Uno de los principales malvados es un traicionero jefe de personal británico colocado por el embajador británico en Bruselas para que vigile al comisario. Stanley Johnson rechaza la idea de que su libro sea una distopía: “La ficción es la ficción. Si quieres escribir un thriller, debes procurar que sea ameno”.

Podría decirse que la ficción británica más memorable sobre Bruselas fue obra del hijo de Johnson, Boris Johnson, en la actualidad ministro de Exteriores. En su anterior carrera como corresponsal en Bruselas del Daily Telegraph, Boris Johnson elevó a nuevas cumbres el género de los euromitos con historias de que la UE pensaba estandarizar el tamaño de los condones y prohibir el pan de gamba para cócteles.

Stanley Johnson, que siempre ha sido partidario de la UE, está escribiendo un libro sobre el Brexit. Sin embargo, los que busquen un relato sutilmente velado de las charlas en torno a la mesa familiar durante la campaña del referéndum quedarán decepcionados. Con el título de Kompromat, el libro imagina que los rusos amañan el resultado del Brexit. Johnson sugiere que su hijo podría hacer un cameo, quizá como un personaje llamado Harry Stokes (“porque exacerba [ stoke up] muchos problemas”, afirma).

Steven Fielding, un profesor de la Universidad de Nottingham que ha estudiado el papel de la política británica en la ficción, no considera ninguna sorpresa que la UE haya sido considerada a menudo como distópica o corrupta en la imaginación británica. Según indica, esa visión refleja “nuestro temor a la burocracia”, una inquietud que aflora con efectos cómicos en la Oficina del Circunloquio de Charles Dickens, donde los solicitantes se ven atrapados en un interminable cumplimentar de formularios destinados a recibir más formularios, o de un modo amenazador en 1984, de George Orwell.

La UE (más específicamente la Comisión Europea) ha sido representada en muchas ocasiones como una “vaga fuerza gris”, añade Fielding. “Es el miedo a perderse en el sistema, a verse dominado por un sistema sobre el que no se tiene control alguno, es un tema clásico de las distopías, y la UE encaja bien ahí porque es una superburocracia”.

Si bien los británicos inventaron la figura de una UE como pesadilla burocrática máxima, otros países europeos se han centrado en un tema diferente, la comedia de ser vecinos. Un ejemplo es la película francoespañola Una casa de locos (2002), una simpática historia sobre un grupo de estudiantes de Erasmus que comparten piso en Barcelona. De gran éxito entre quienes han visitado Europa como becarios, la cinta es un canto a la integración europea: en lugar de combatir en trincheras, los jóvenes europeos pelean por tener espacio en la nevera y comparten técnicas de seducción. La obra tiene un final sentimental en el que Xavier, el protagonista, renuncia a la oferta de trabajo de un banco francés para convertirse en escritor.

Al mismo género pertenece la comedia francobelga Nada que declarar (2010). En esta excéntrica película, dos aduaneros enemistados, uno francés y otro belga, se ven obligados a trabajar juntos para detener a unos narcotraficantes tras la supresión de las fronteras fijas en 1993, como consecuencia del Tratado de Maastricht.

Este filme contiene el tipo de bromas en las que alguien pierde los pantalones, y muchos de los contratiempos que experimentan los protagonistas dependen de un renqueante Renault Sedán. Aunque uno de ellos reza: “Señor, acaba con la eurozona de una vez por todas”, sabemos que en el fondo de su corazón el director está mintiendo.

La película pretende ser una amable exposición de algunos prejuicios; a Dany Boon, director y coprotagonista, se le ocurrió la idea de realizarla mientras cruzaba un paso fronterizo entre Francia y Bélgica. Tras el estreno, comentó que al cruzar una “verdadera tierra de nadie, con unas garitas abandonadas, establecimientos cerrados y casas abandonas”, pensó en el acto que aquello era un “escenario sumamente cinematográfico”.

Sin embargo, no todo son comedias hechas a base de recurrir a las payasadas: el tema de los vecinos europeos ha recibido un nuevo giro con la serie televisiva multinacional The Team (2015), un thriller policíaco donde agentes de Dinamarca, Holanda y Alemania unen sus fuerzas para detener a un asesino. “Los criminales no se detienen en las fronteras y tampoco debería hacerlo la policía”, es la frase publicitaria de la serie, que podría haber sido escrita por la Europol. Tensa y a menudo también violenta historia de tráfico de personas, evasión fiscal y crimen organizado, la serie es una coproducción de cinco cadenas europeas y se rodó con financiación comunitaria.

A su modo, la serie holandesa Brussel intenta dirigirse al mismo público paneuropeo, un público interesado en series multilingües en las que unos personajes imperfectos se enfrentan a dilemas morales. Realizada por la productora KPN, todavía no tiene concluidos sus planes internacionales de distribución. Su éxito dependerá en parte del interés que muestren los públicos por las historias paneuropeas.

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