Abierto sólo para rezar

La Vanguardia, Rafael Ramos, 24-03-2017

Mark Twain, con su genio y su sentido del humor, fue el primero en decir aquello de “nunca dejes que la verdad estropee una buena historia”, frase repetida luego a lo largo de las décadas con mayor o menor grado de seriedad por directores de periódicos, algunos muy importantes. Ayer a las 8.30 de la mañana, al ver Piccadilly semi desierto a la altura de la estación de metro de Green Park, los autobuses turísticos de dos pisos completamente vacíos y un tráfico delante de Harrods más propio del día de Navidad que de un jueves, el título de este reportaje estaba claro. Iba a ser “Londres, ciudad fantasma”. Sólo faltaba la narrativa. La noria cerrada. La Abadía de Westminster cerrada. El parlamento cerrado. Downing Street convertido en búnker.

Pues bien, por una vez y sin que sirva de precedente, sí vamos a dejar que la verdad arruine una buena historia, tal vez para contar una mucho mejor, la de cómo los londinenses no se han dejado amedrentar, como tampoco lo hicieron tras los atentados de julio del 2005. La comunidad musulmana ha sido la primera en organizar una recaudación de fondos para las víctimas, en las mezquitas se ha rezado por ellas, y en una ciudad donde se hablan casi doscientas lenguas, la victoria o la derrota será multicultural.

Sería una exageración decir que Londres funcionó ayer al ciento por ciento, pero no que lo hizo al ochenta o noventa por ciento, que no está nada mal después del trauma de lo ocurrido, magnificado por las redes sociales, que durante horas contaron una mezcla de verdades, medias verdades y mentiras. Las escuelas permanecieron abiertas, todo el mundo fue a trabajar, el transporte público funcionó con absoluta normalidad, y si hubo menos tráfico fue porque los comerciantes temieron atascos aún más monumentales de lo habitual y sólo hicieron los viajes estrictamente necesarios. Hubo, claro, turistas que, atemorizados, regresaron antes de tiempo a casa, y otros que cancelaron los viajes en el último momento. Pero quienes se quedaron, la gran mayoría, salieron a la calle con sus guías y sus planos, a aprovechar lo más posible un día fresco pero soleado, ya de primavera.

Vista desde Victoria Street, la noria parecía efectivamente parada, y confirmaba la teoría del Londres fantasma, cerrado a cal y canto. Pero era un efecto óptico, porque se mueve tan despacio que desde lejos no se puede apreciar, y dentro de sus módulos parecía haber gente. ¿Y si la narrativa predeterminada fuera a no ser cierta? La calle estaba cortada a la altura del centro de convenciones Queen Elizabeth y el Methodist Hall, con esas cintas policiales azules y blancas que dicen “no pasar”, muchas de ellas en el suelo, cortadas por el viento. Era la última frontera, de ahí no se podía pasar como demostraba la presencia de cámaras de televisión, y la gente había aprovechado para dejar una docena de ramos de flores.

Un agente de seguridad bloqueaba el acceso a la abadía de Westminster. “Está cerrada, ¿verdad?”. “Para el turismo sí –dice sonriente una agente de seguridad–. Pero si viene a rezar, adelante”. Todas las calles de acceso a la plaza del Parlamento seguían bloqueadas, pero no así el puente de Westminster, abierto al tráfico peatonal y de coches, y donde montones de turistas (entre ellos grupos de árabes, con las mujeres cubiertas con el velo) se hacían selfies con el Big Ben al fondo, en el lugar donde el terrorista se subió a la acera y mató a dos transeúntes. Demostración de que, más allá de la tragedia humana, lo que el Estado considera más grave es la amenaza a sus instituciones, como el Parlamento de Westminster.

Policías con las ametralladoras al hombro atendían amablemente a los turistas y les explicaban cómo llegar a sus destinos dando un pequeño rodeo. Cuando resultó que las salas del gabinete de guerra de Churchill estaban abiertas, y que se podía pasar literalmente por la puerta del Foreign Office, el Ministerio de Economía y el mismísimo Downing Street, todo ello a pocos metros del lugar del atentado, la narrativa del artículo saltó definitivamente por los aires.

Londres es un gigante que no se deja amedrentar así como así. ¡Y está bien esto de dejar que la realidad se interponga en una buena historia! Habrá que repetirlo…

A las 9.33 de la mañana hubo un minuto de silencio por las víctimas, y delante de la nueva sede de Scotland Yard los policías formaron en homenaje a su compañero Keith Palmer, una de las víctimas del atentado. A esa misma hora, el alcalde musulmán de Londres, Sadiq Kahn, envió un correo a todos los ciudadanos para invitarles a una vigilia a partir de las seis de la tarde a la luz de las velas en Trafalgar Square, a la que acudieron miles de personas.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)