Polonia vuelve a la periferia de Europa

La Vanguardia, Jarosław Kurski, 24-03-2017

Hace sesenta años, justo cuando se firmó el tratado de Roma, los polacos, encerrados tras el telón de acero (y tras el deshielo político de octubre de 1956), empezaban a perder sus ilusiones en el comunismo de rostro humano. Tras la sangrienta represión del levantamiento de Budapest llevada a cabo por los tanques soviéticos, también empezaban a perder la esperanza. Mientras la parte occidental de Europa curaba sus heridas y erradicaba las causas para el enfrentamiento bélico con ayuda de unos tratados que condujeron a la creación del Mercado Común, la parte oriental se vio cada vez más sumergida en el comunismo real. Como dijo Winston Churchill, el continente europeo estaba dividido por una línea que iba “de Stettin a Trieste”. El Oeste se unificaba, creaba bienestar y democracia. El Este se sentía abandonado por el Oeste, vivía con el síndrome de la traición y la desesperanza.

En aquel momento nadie podía prever el papel que desempeñaría el papa polaco Juan Pablo II, un obrero llamado Lech Walesa, el movimiento Solidaridad ni la revolución de terciopelo en Praga, la Mesa Redonda sobre la que se negoció la transición polaca a la democracia. Nadie podía prever la reacción en cadena que iniciaría la perestroika de Gorbachov, cuyas consecuencias serían la caída del muro de Berlín y del orden de Yalta. Nadie podía prever la unificación de Alemania y la adhesión a la Unión Europea de los países de Europa central y oriental.

Desde el 2004 y para asombro de los escépticos, Polonia ha desmentido en tanto que miembro de la UE todos los estereotipos. Ha hecho un uso excelente del fondo de cohesión, ha tenido la tasa más elevada de desarrollo económico, ha adaptado sus leyes, ha mantenido los derechos de los ciudadanos, se ha convertido en euroentusiasta, etcétera. Polonia ha sido el mejor alumno de la clase. En Bruselas, ha adoptado los rostros de Bronisław Geremek, Tadeusz Mazowiecki, Janusz Lewandowski, Jerzy Buzek y Donald Tusk. Hemos participado a menudo en la categoría de los pesos pesados, puesto que somos el sexto país más poblado de la UE, el principal representante de la nueva Europa. Bruselas no ha tomado ninguna decisión importante sin consultar a Varsovia. En los últimos 16 meses, el dicho polaco según el cual “la mayor amenaza para Polonia son los polacos” ha resultado ser cierto. Polonia vuelve a la periferia de Europa. Y esta vez sin que hayan sido necesarios ni Yalta, ni la traición del Oeste, ni comunismo, ni Unión Soviética. Sólo ha hecho falta la victoria de un partido político antidemocrático, nacionalista, ultraconservador, populista y euroescéptico. En la actualidad se nos está administrando una dosis doble de “Budapest en Varsovia”, según deseó una vez el líder nacionalista Jarosław Kaczynski aludiendo al primer ministro húngaro Viktor Orbán.

Esta paradoja merece un análisis por separado. Me limitaré a afirmar que Polonia se ha visto afectada por una ola que, en mayor o menor medida, recorre todos los países europeos; que el importantísimo avance que tuvo lugar en el último cuarto de siglo condujo a un incremento de las aspiraciones polacas y a la demanda de una distribución más igualitaria de la renta nacional.

Esta rebelión de las masas, junto con las posverdades, condujo a que la población (a pesar de estar en favor de la UE, de recibir fondos comunitarios y de participar en el mayor proceso modernizador de toda la historia del país) creyera en la veracidad de consignas como que “Polonia está arruinada” y “Estamos de rodillas, tenemos que levantarnos”. Así votó a un partido que prometía una ayuda mensual de 500 zlotys (115 euros) por cada hijo.

En Polonia tiene lugar una revolución nacional que consiste, por utilizar las palabras de Max Weber, en una “redistribución del prestigio y la dignidad”. Se está desplazando a las viejas élites, y el Gobierno del partido Ley y Justicia adopta a menudo una actitud cínica y mercantil con la UE. Esto es una comunidad de billeteras, no de valores. Aceptamos el dinero, pero rechazamos las normas democráticas. Los beneficios para nosotros, las dificultades para vosotros. La solidaridad está muy bien, pero sólo en una dirección. Vuestra solidaridad, sí; pero nuestra solidaridad, eso ya es pedir demasiado. Los refugiados son vuestro problema, no los queremos aquí…

El partido Ley y Justicia obtuvo en las elecciones los escaños suficientes para gobernar en solitario, pero su mayoría no es lo bastante holgada para modificar la Constitución.

El partido está cambiando el sistema político del Estado en nombre de la soberanía y se dirige hacia una oligarquía monopartidista bajo la dirección única de Kaczynski, que se ha convertido en objeto de un culto a la personalidad.

El partido gobernante se ha dedicado a socavar la división tripartita de poderes y está destruyendo las instituciones reguladoras, como el Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, el Consejo Nacional del Poder Judicial o las organizaciones no gubernamentales. De ese modo refuerza una mayoría oportunista en detrimento de los partidos minoritarios y pisotea los derechos de la oposición progresista en el Parlamento.

Los propagandistas gubernamentales ya han tomado el control de los medios públicos, y ahora el partido Ley y Justicia está preparando un golpe contra los privados. Pretende modificar la ley electoral de los gobiernos locales, porque estos no están al alcance del monopartido.

El Gobierno de la primera ministra Beata Szydło se ha negado a publicar durante el último año los fallos del Tribunal Constitucional; en ese tiempo se han aprobado ocho veces unos llamados “proyectos de ley de mejora”, que subordinan por completo ese tribunal a Jarosław Kaczynski.

La Comisión de Venecia del Consejo de Europa ha emitido recomendaciones dirigidas a Polonia, como ha hecho respecto a Turquía o Azerbaiyán, pero al parecer no han sido atendidas. Una visita de miembros de la Comisión fue tildada de “viaje turístico” por el ministro polaco de Asuntos Exteriores, Witold Waszczykowski. Polonia se encuentra envuelta en una neblina de absurdos. En una famosa y divertida película llamada Mis, que ridiculiza la época de la República Popular de Polonia, el cliente de un restaurante se dirige al guardarropa a recuperar su abrigo. Allí descubre que ha desaparecido. Lo atiende un hastiado encargado con un palillo de dientes en la boca y le dice: “Soy el jefe del guardarropa. No hemos visto su abrigo. No puede hacer nada”. Ley y Justicia, desde el poder que ocupa, dice hoy a la UE y a la mitad de la ciudadanía que el año pasado salió a manifestarse: “No tenemos vuestro abrigo. No podéis hacer nada”.

Y, de hecho, aunque la Comisión Europea ha iniciado los procedimientos por violación de los valores comunitarios de acuerdo con el artículo 7 del Tratado de la UE, Ley y Justicia ha obtenido de Viktor Orbán la promesa de que Hungría vetará cualquier moción para suspender a Polonia como miembro del Consejo Europeo. Para ello es necesario una votación por unanimidad. Y lo mismo ocurre con la imposición de sanciones. Ley y Justicia siente que puede actuar con impunidad; por ello, le resulta muy satisfactoria la evidente debilidad de la UE.

Hace un año, el Reino Unido y Polonia habrían participado en la cumbre informal celebrada en marzo en Versalles en la que se reunieron Francia, Alemania, España e Italia, el núcleo duro de la Unión. Los británicos han votado a favor de abandonarla, y el Gobierno polaco está haciendo que su país la abandone.

Polonia, que se suponía que estaba de rodillas y tenía que levantarse, se encuentra ahora camino del aislamiento. Este hecho queda ilustrado por la vergonzosa intriga del Gobierno contra Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo.

La animosidad personal de Jarosław Kaczynski hacia Tusk (a quien la propaganda gubernamental se refiere como “un candidato alemán” y a quien él acusa sin pruebas de la muerte de su hermano en el accidente aéreo de Smolensk) le resulta más importante que tener a un polaco en un puesto comunitario clave. No sólo Polonia, sino que Europa se está convirtiendo en el terreno para el despliegue de sus obsesiones personales.

La visita en febrero de la canciller Angela Merkel a Varsovia se redujo en esencia a la pregunta: ¿se dirige Polonia con nosotros hacia una Europa unificada o pretende quedarse en el andén? La respuesta que recibió de la primera ministra Beata Szydło fue: “Nos quedamos en el andén”.

Sesenta años después del tratado de Roma, los demócratas polacos, formados en el espíritu de libertad puesto de manifiesto por el sindicato Solidaridad, contemplan consternados cómo el gobierno de Ley y Justicia saca a Polonia de la comunidad de países democráticos y tira por la borda los últimos 27 años de transformación y los 13 de pertenencia a la Unión Europea. El profesor Bronisław Geremek, uno de los padres fundadores de la Polonia democrática, que de estar vivo habría cumplido 85 años el pasado 6 de marzo, tiene que estar revolviéndose en su tumba.

J. KurskI,
director adjunto de ‘Gazeta Wyborcza’

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