El sacacorchos

El peor viaje de sus vidas

Deia, Por Jon. Mujika, 04-03-2017

HABRÁ sido, imagino, el peor viaje de sus vidas. Eran siete personas, tres adultos y cuatro menores, naturales del Kurdistán iraquí, que aparecieron donde nunca debiera viajar nadie: en el remolque de un camión con un sueño por billete: llegar a Inglaterra donde, al parecer, querían reunirse con la familia. Les han encontrado en Elorrio y son siete, pero podían ser miles. Mientras uno escribe esta crónica de urgencia alguien estará decidiendo con la misma prisa: me voy.

Tropezaron en su triste aventura, en su dura penuria, y hoy los miramos con ojos misericordiosos. Cayeron, sí. Pero la inmensa mayoría de ellos habrán pensado en que si cayeron es porque estaban caminando. Y caminar siempre vale la pena, aunque te caigas. Quedarse quieto, allá de donde vienen, no es buen consejo. Corren el riesgo de no poder levantarse jamás.

La llegada de estos siete (que podrían haber sido miles) nos ha plantado otra realidad bien distinta a la que a diario encontramos a la puerta de casa, que tantas veces protegemos con mil y un empalizadas. Convierte ese muro en un peldaño, ese es el lema que me gustaría oír, que me gustaría practicar y que no sé bien por qué no lo hago, aun a sabiendas que me puedo convertir, con esa inacción, en uno de ellos, en uno de los que dan miedo.

Su aparición en nuestro paisaje nos pone a prueba. ¿Estamos preparados para acoger al refugiado, para darle asilo al desamparado? No lo sé. Lo más urgente es que sigan siendo siete, que no aparten a los menores de los adultos por muy buenas intenciones que nos guíen. Sería echar gasolina al fuego, más terror al que llevan a cuestas en su raído zurrón. Leo que les han acogido en dos pisos contiguos y la noticia me alivia: van a seguir cerca unos de otros. Han buscado un traductor para que su historia no se lea solo en sus ojos, en esas miradas aterrorizadas, suplicantes, desesperadas. Han recibido asistencia sanitaria de manos de Cruz Roja y CEAR Euskadi no les dejará caer en el desamparo de la ley, demasiado exigente con unos y tan laxa con otros. Parece que sí, que en esta tierra tiene cabida los desterrados hijos de Eva.

En nombre de ninguna razón cuerda debiéramos practicar la intolerancia. Han venido a la puerta de casa huyendo y no podemos mirar por la mirilla. Debiéramos abrir de par en par, que el viaje ha sido duro.

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