Ese mundo nuestro

Amarga retromigración afgana

Deia, Por Valentí Popescu, 27-02-2017

las penurias y miserias que vienen asolando a los afganos desde finales del siglo pasado no solo no cesan, sino que ahora se han enriquecido con una nueva angustia: el reenvío masivo e ilegal de los millones de fugitivos refugiados en Pakistán. El año pasado regresó desde Pakistán cerca del millón de afganos y se calcula que este año y el próximo lo harán 2,5 millones más, en su inmensa mayoría a la fuerza.

Son cerca de cuatro millones los afganos que huyeron a Pakistán desde que estallaron las guerras contra los talibanes y las autoridades de Islamabad, así como la población paquistaní, los habían acogido con relativa tolerancia. En gran parte, por piedad ya que se trataba de los afganos pobres que no podían reunir los 8.000 $ que cuestan aproximadamente los servicios de un traficante de seres humanos que los lleve a la Europa rica.

Pero desde 2007 las relaciones entre Kabul e Islamabad se deterioraron gravemente y una serie de atentados terroristas registrados últimamente en Pakistán han sido atribuidos sistemáticamente a la inmigración afgana, incluso en los muchos casos en que era evidente que no tenían nada que ver ni con el Gobierno de Kabul ni con los fugitivos.

La situación de estos ha empeorado constantemente por la presión de los políticos de Islamabad y, consecuentemente, por la brutalidad y pillería de las autoridades locales pakistaníes que han visto en los fugitivos afganos unas víctimas indefensas. Así, desde 2007 Pakistán no extiende ya documentación alguna a los afganos que se han refugiado en el país. Y desde hace cerca de tres años largos las autoridades locales maltratan a esta minoría indefensa. El maltrato va desde la exclusión de los niños afganos de las escuelas públicas hasta el cierre de centros de acogida para los desplazados afganos más necesitados, pasando por los abusos individuales de controles humillantes, retirada injustificada de documentación o chantaje para no retirársela, robos, amenazas e insultos en público.

Naturalmente, este vaivén humano tiene también su componente de picaresca avaricia mezquina. Y es que el año pasado el organismo de ayuda a los refugiados de la ONU duplicó la subvención para los retornantes – 400 $ por persona – , una suma que para los más famélicos resulta un señuelo irresistible y que ha incrementado claramente el reflujo de fugitivos.

Y si los afganos desplazados por las guerras son las primeras víctimas de todas estas circunstancias, la segunda víctima lo es la propia capital afgana – Kabul – a la que se dirige más de la cuarta parte de todos los desplazados del propio país, indiferentemente de cuál sea su patria chica. Porque en Kabul, en sus arrabales más míseros, se ha concentrado ya millón y medio de afganos que se han visto obligados por las guerrillas, los bombardeos y el hambre a abandonar sus hogares. Consecuentemente, la situación social, sanitaria y económica de la capital es francamente alarmante.

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