BEHATOKIA

Tomando en serio a Trump

Deia, POR IÑAKI ALDEKOA - , 23-02-2017

TODO lo que concierne a Donald Trump como fenómeno político-mediático es excesivo. Sus vomitonas de información basura, falsas o posverdades son lo de menos; lo importante es que sean pura provocación, políticamente incorrectas y espectáculo; la política como espectáculo, un reality show de políticos predicadores de la buena nueva que llega fácilmente a todos los nuevos pobres creados por la Gran Recesión, cabreados y desorientados, que se vuelven contra el establishment con su voto de castigo del “os vais a enterar” o incluso con el voto gamberro de “viva lo peor”. Todo esto está dicho y analizado, pero en esos análisis hay una cierta tendencia a banalizar el fenómeno. “Es un farsante y va a fracasar”, ha dicho George Soros. Otros pronostican que no durará mucho y que no va a dejar ningún legado importante.

Trump es un bocazas, un zafio, un racista, un machista, un farsante, un ególatra inculto, es cierto, pero creer que con eso está dicho todo, o ni siquiera lo más importante, es un error, es ignorar su ojo de halcón para mapear la realidad social norteamericana y la enorme frustración de amplios sectores sociales, su conocimiento del discurso ideológico a emplear y su inteligencia emocional para llegar directamente a los perdedores; su maestría haciendo resonar medios digitales como convencionales ampliando su potencia de difusión, su ingenio para transformar el quantum elemental del discurso comunicativo, el tuit, en la más poderosa arma de (des)información masiva.

Trump es un outsider no encasillable como republicano o demócrata, con un discurso y unas formas impresentables y que ha surgido como un tornado no previsto por los expertos meteorólogos, pero pensar que ha alcanzado la presidencia por accidente es otro error, como lo es creer que el fenómeno Trump no es sino un meteorito político deslumbrante que ha aparecido inesperadamente y que desaparecerá como ha venido, sin que sepamos bien por qué, sin dejar huella ni legado.

Trump aparece en un escenario político y social que no surge de la nada sino que tiene una historia, unos antecedentes que al menos alcanzan a la revolución conservadora de Reagan y a las políticas de Clinton de desregulación de la legislación sobre la banca que dieron barra libre al capitalismo salvaje y especulador que aprovechó el hundimiento de la Unión Soviética para campar a sus anchas los últimos 25 años, generando la mundialización del sistema capitalista, la llamada globalización, con un desarrollo desigual claramente desequilibrado en favor de los Estados Unidos gracias a su hegemonía política y militar; al tiempo que a nivel interno produjo una ruptura del equilibrio entre las rentas del trabajo y del capital que había sido clave para la construcción del estado de bienestar, el cual quedó reducido a su mínima expresión, y que creó una enorme brecha de desigualdad enmascarada por la euforia del crecimiento del consumo masivo con crédito barato.

Los excesos de un capitalismo especulador fuera de control desembocaron en la Gran Crisis de 2008, a la que siguió la Gran Recesión que afectó ante todo a los Estados Unidos y los países desarrollados. Pero aquí se produce un hecho crucial: la continuación del proceso de la globalización debido al empuje de los países emergentes, principalmente los BRIC con China a la cabeza, y sin la tutela de Estados Unidos En esta situación de riesgo de una nueva Gran Depresión, con la hegemonía política y militar en cuestión desde 2001, con el atentado a las Torres Gemelas y con guerras en Afganistán e Irak empantanadas, accedió Obama a la presidencia. Mediante unas políticas neokeynesianas y el restablecimiento parcial de controles sobre la banca a cambio de su rescate a cargo del Tesoro, el anterior presidente ha conseguido superar la crisis en términos macroeconómicos, al tiempo que recuperar elementos del estado de bienestar para las clases más desfavorecidas en sanidad y educación y algunas mejoras para los parias del sistema, los inmigrantes. Pero la recuperación económica no ha mejorado la situación de importantes clases sociales, principalmente de las clases medias y trabajadoras ligadas a los sectores económicos tradicionales que habían perdido competitividad en el mercado globalizado mundial y que vieron cómo sus puestos de trabajo se reducían con la deslocalización de sus empresas. Fueron los paganos al tiempo que los sectores económicos dominantes fueron una vez más los beneficiados del modelo de salida de la crisis aplicado.

Para entender el fenómeno Trump es necesario conocer esta historia y el empobrecimiento de amplios sectores de las clases media y trabajadora, con la gran diferencia que existe entre ser pobre y volverse pobre. Lo primero provoca reivindicación y búsqueda de ayudas; lo segundo, irritación y búsqueda de culpables. Así, aunque un sector más activista de los cabreados se volvió inicialmente contra el gran capital financiero responsable de la crisis con iniciativas como Occupy Wall Street, la mayoría de la frustración acabó desviándose hacia el “enemigo exterior”, la competencia “desleal” de China y el “robo” de los puestos de trabajo por México. Y, por extensión, contra la “globalización” y los acuerdos comerciales internacionales , a pesar de que estos (OMC, Nafta, TPP y TTIP) habían sido siempre iniciativas de los Estados Unidos y construidos a medida de sus intereses. Esta es la realidad social y política que Trump ha incendiado con su discurso proteccionista y nacionalista del “America first”, como si no hubiera sido siempre así desde MacKinley, al cual ha añadido los prejuicios ideológicos, dominantes entre los perdedores, sobre los inmigrantes y la delincuencia, el islam y el terrorismo, el supremacismo y el racismo, aderezándolo todo con unas gotas populistas de críticas genéricas hacia las “élites de Washington”, pero sin hacer nunca sangre con los auténticos responsables y beneficiados con la globalización y la crisis.

Llegados aquí, sin restar importancia al peso del componente ideológico en el discurso de Trump, es necesario resaltar algunos de los elementos de sus primeras iniciativas económicas, como la reactivación de los megaproyectos petroleros de Keystone y North Dakota, la revisión de la legislación medioambiental sobre los grandes proyectos industriales y sobre todo la anunciada vuelta a la desregulación bancaria y la reducción del impuesto de sociedades a las grandes empresas del 35% al 15%, que han provocado el ascenso del Dow-Jones a sus máximos históricos absolutos.

Si a lo anterior se añade la composición del gobierno con milmillonarios, presidentes y ceos de las grandes corporaciones, militares halcones, negacionistas medioambientales y líderes de la derecha religiosa, tal pareciera que estuviéramos ante una nueva “gran revolución conservadora” con una cobertura ideológica más extremista aún que la de Reagan pero con el mismo objetivo: recuperar para Estados Unidos la hegemonía mundial tanto político-militar como económica, puestas en cuestión en 2001 la primera y en 2008 la segunda. O lo que es lo mismo: “Make America great again”.

Todavía es muy pronto para conclusiones, pero tampoco vayamos a cometer con Trump el mismo error inicial cometido con Reagan de considerarle un payaso de Hollywood y resulte que la parafernalia mediática del mito, de sus ideas provocadoras y del rito de su show de puesta en escena nos esté ocultando algo mucho más importante, el intento de relanzamiento del capitalismo más agresivo, aunque esté por ver que esta ┬źnueva gran revolución conservadora vaya a imponerse.

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