Pánico entre los inmigrantes por las nuevas medidas adoptadas por Trump

Kelly y Tillerson viajan a México para renegociar acuerdos de seguridad y comercio

La Voz de Galicia, ADRIANA REY NUEVA YORK / CORRESPONSAL, 23-02-2017

«Ya estamos en medio de la tempestad. Ahora todo el mundo tiene que cuidarse», dice Joel Magallán. Él es el director de la Asociación Tepeyac, una de las muchas organizaciones que informa de sus derechos a los inmigrantes ilegales en EE.UU., víctimas de la política migratoria de Trump. El temor inicial se ha convertido en un pánico extendido entre activistas de derechos humanos, alcaldes y legisladores demócratas que no han dudado en cuestionar el proyecto del departamento de Seguridad Nacional que borra los límites establecidos por la Administración Obama, ampliando el universo de inmigrantes indocumentados que pueden ser deportados de manera masiva y gracias a una contratación de 15.000 agentes federales. Según los primeros cálculos, 1,6 millones de personas de los once millones que se estima residen en Estados Unidos podrían estar en condiciones de ser deportadas de inmediato con las nuevas normas por tener antecedentes.

«No vamos a convertir a nuestros agentes de policía en agentes de inmigración», prometió Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, una de las ciudades santuario más importantes de EE.UU. «El Gobierno de Trump está dispuesto a pisotear la decencia humana», cargó la poderosa Unión de Derechos Civiles antes de sugerir que podrían intentar frenar el proyecto en la justicia, como hicieron con el decreto contra los inmigrantes de siete países de mayoría musulmana.

En medio de las protestas, el artífice de los memorandos y secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, llegó ayer a Guatemala para reunirse con su presidente, Jimmy Morales, y tratar temas de seguridad y migración. En EE.UU. viven casi dos millones de guatemaltecos que envían remesas por valor de casi 7.500 millones de dólares anuales.

Visita en medio de la tormenta

Tras Guatemala llegó el turno de México, donde Kelly y el secretario de Estado, Rex Tillerson, estarán dos días para reunirse con su presidente, Enrique Peña Nieto, y con varios ministros. «La relación es fenomenal ahora mismo. Hay un diálogo increíble y robusto», dijo Sean Spicer, portavoz de la Casa Blanca. Sin embargo, horas antes del primer encuentro entre administraciones, el Ejecutivo mexicano dejó claro que no lo iba a poner fácil. «Quiero aclarar de la manera más enfática que el Gobierno y el pueblo de México no tienen por qué aceptar disposiciones que de manera unilateral un país quiere imponer a otro. No lo vamos a aceptar», zanjó el ministro de Exteriores mexicano, Luis Videgaray, evidenciando que las tensiones continúan y no solo en cuestiones migratorias.

Otro de los temas a discutir serán las relaciones comerciales y concretamente la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el mismo que un día Trump definió como «el peor del mundo». Mientras la Administración Trump trabaja para cambiar los términos pactados, la preocupación se extiende a lo largo de la frontera sur. Cientos de empresas funcionan sobre las promesas de dicho acuerdo y cualquier ajuste comercial podría desestabilizar sus finanzas considerablemente. Es el caso de MFI International, una firma textil que opera desde hace 30 años entre la ciudad texana de El Paso y Ciudad Juárez, en México. «Ambas economías están entrelazadas», dice su dueña Cecilia Levine. Levine teme que un nuevo tratado fulmine unas posibilidades laborales que actualmente le permiten cruzar la frontera entre cuatro y seis veces al día.
Las protestas contra el magnate y sus ideas se multiplican

Abucheados, cuestionados y confrontados. Así es cómo algunos representantes y senadores del Partido Republicano están encarando los town halls (asambleas populares) de sus respectivos distritos. Allí, los manifestantes aprovechan para presionar a sus legisladores e intentar obtener un posicionamiento que les aleje de las políticas trumpianas en materia de política migratoria, económica e incluso sanitaria, al hilo de su intención de revocar la ley de sanidad de su antecesor Barack Obama, conocida como Obamacare.

«¡No es verdad! ¡Mentiroso!», se escuchó hace pocos días en una de las asambleas celebradas en Virginia. Fue la que protagonizó David Brat, quien durante una hora fue interrumpido y abucheado constantemente, sobre todo tras defender algunas de las políticas de Donald Trump al respecto de la libertad de armas y la reducción de regulaciones.

«La gente está muy nerviosa y preocupada tras la victoria de Trump. De modo que mi objetivo es ayudar a calmar algunas de esas preocupaciones», dijo Brat ante una multitud desconfiada y temerosa de perder su cobertura sanitaria de forma repentina.

Pero Brat no ha sido el único republicano increpado. Nashville, Montana o Chicago, han sido otros territorios donde sus ciudadanos han alzado la voz. «Las llamadas multitudes indignadas en los distritos natales de algunos republicanos están, en muchos casos, planificadas por activistas liberales ¡Qué triste!», cargó un molesto Trump en Twitter.

«¿Qué pasa con Rusia?»

Mientras en Montana, se repetían las imágenes. «¿Qué pasa con Rusia?», se leía en algunas de las pancartas que portaban los manifestantes que acudieron a la asamblea del senador Steve Daines. Su comparecencia tuvo que ser finalmente aplazada por los permanentes abucheos en el recinto.

El enfado de la ciudadanía fue encarado también por algunos de los miembros más poderosos del Senado. Fue el caso del líder de la mayoría en la Cámara Alta, Mitch McConnell, quien fue recibido entre silbidos mientras accedía al recinto ferial a bordo de una limusina negra, en Lawrenceburg, Kentucky.

«Los ganadores hacen políticas y los perdedores se van a casa», dijo contundente McConnell. Algunos republicanos, sin embargo, han preferido no celebrar dichas asambleas para evitar ser cuestionados. Es el caso del representante Louie Gohmert, quien, a través de un comunicado, anunció que celebrará asambleas ciudadanas por teléfono, para evitar que «ramas violentas de ideología izquierdista» puedan «sembrar el caos y amenazar la seguridad pública»

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