"Lo que importa no es de dónde son los inmigrantes, sino que aquí están y compartimos un mismo espacio"

Diario de Noticias, 19-03-2006

pamplona. Kebir Sabar vino a Pamplona para intervenir en uno de los actos del ciclo de cine El mundo y los derechos humanos que tuvo lugar en Pamplona del 13 al 17 de marzo, organizado por los cines Golem y el Aula de Derechos Humanos (formada por el IPES, Amnistía Internacional, y la Universidad de Deusto). A sus 48 años, especialista en inmigración y mundo islámico, Kebir Sabar imparte clases sobre estas materias en la UPV. Estudió Ciencias Políticas y es un destacado impulsor de movimientos sociales y uno de los impulsores de SOS Racismo en Navarra.

¿En qué consiste el fenómeno migratorio?

La migración es un proyecto humano, que se encuentra latente en cualquier individuo y que sólo requiere para avivarse que la tierra donde se encuentra no cubra sus necesidades. Activa este proyecto y se lanza a emigrar. Siempre ha habido migración, de Europa a América, etc, pero desde mediados del siglo XX, la emigración se produce de países del tercer mundo a Europa, que pasa de ser un lugar de emisión de emigrantes a otro de acogida.

¿A qué problemas se enfrenta una persona al entrar en un país que no es el suyo, al tener que desenvolverse en un lugar desconocido?

Hoy día, hay zonas que viven en situación de subdesarrollo, de problemas políticos y sociales. Existe una necesidad seguir progresando y de mejorar la vida, y esas dos cosas al unirse, hacen que el proyecto de migración sea viable. Al entrar en un país nuevo se pasa a una segunda fase, que abre un abanico de posibilidades. Un tiempo para el encuentro o el desencuentro. Un tiempo de permitir el acceso del otro al espacio o denegárselo. El momento de reconocer de en otro una perspectiva de vida, de establecer un proyecto común. Pero esta adaptación se complica cuando los dispositivos de acogida al extraño no funcionan y hay que adecuarlos.

¿De qué forma puede fallar? ¿Cómo se complica la acogida?

Los condicionantes antes eran mínimos, no había visado, un lugar necesitaba mano de obra y nadie le preguntaba al que llegaba quién era, de dónde venía, ni cuál era su religión. Solamente era una persona que venía a trabajar, que llega con la intención de regresar, de ganar dinero para volver a su lugar de origen. El inmigrante trataba de ser invisible. “No molesto a nadie y cuando obtenga lo que quiero, regreso y reemprendo mi vida real”, pensaba.

Uno no siempre se marcha de casa para volver.

Sí, la vida sigue adelante, los cambios se producen y el inmigrante se da cuenta que el lugar de donde procede no ofrece las expectativas de retorno. Así que, cambia su estrategia y emprende otra de reagrupación. Aprende que sus hijos se van a quedar. Es el momento de plantearse cómo puede mantener sus elementos identitarios: su familia, su historia, sus costumbres… También la sociedad receptora percibe de que esta gente no va a volver. Están presentes en las escuelas, en el médico y en el trabajo, e instaladas de forma definitiva.

¿Cómo incide en este fenómeno que el inmigrante tenga un mayor contacto con los suyos gracias a Internet, a los locutorios…?

Bueno, este actor es nuevo. Lo llamo el inmigrante conectado. Por un lado, el mantener un mayor contacto con la familia puede provocar que viva en un mundo virtual, irreal, y eso no es bueno. Sin embargo, este vínculo también le fortalece para afrontar su vida en el nuevo lugar. Para abrirse al mundo que le rodea, que es lo que debe hacer.

¿El hecho de que se queden implica que han encontrado su espacio?

Bueno, primero su vida gira en torno a las mezquitas en el caso de los musulmanes, en torno a los indígenas si son peruanos o colombianos. Van desarrollando una vida igual a la que realizaban en el país de origen. Pero eso es imposible, el contexto es diferente. A su vez, los dispositivos con los que la sociedad receptora los acoge no sirven, no vale ya con la asistencia religiosa, ni con las organizaciones de ayuda al tercer mundo, hay que regular a nivel estatal la entrada y la estancia de los inmigrantes. Establecer leyes. Lo cual, por supuesto, choca contra el deseo cada vez mayor de los inmigrantes de regirse por las leyes del país de origen.

¿Y la solución es integración?¿ Integración, tolerancia, coexistencia…?

No me gustaría generalizar sobre esto. Pero creo que de haber una solución, esta viene de la cercanía, de lograr superar la barrera de ver en el otro el distinto, el extraño, el enemigo… el chivo expiatorio. Si saltamos esa valla, nos daremos cuenta de que somos iguales. Vemos lo semejante, en el que tengo la misma capacidad de trabajar que tú, los mismos sentimientos, odio, amor… Porque si no, lo alejamos hasta el punto de querer que sea invisible, de querer recluirlo.

¿Pero con los niños, las nuevas generaciones, superarán la barrera?

Yo soy realista, y miro atrás, busco perspectiva. Tenemos dos sistemas el sistema comunitario inglés: respetar las culturas y las tradiciones de sus antiguas colonias, pero que ellos sigan en sus barrios. De esta manera no hay problema cultural, ni religioso. Y el sistema francés, que se basa en la integración. Todos los elementos de identificación privados se quedan en casa, sólo compartimos lo público.

¿Cuál juzgas más válido?

Los dos hacen aguas. Uno tan sólo afecta los derechos de la ciudadanía a la igualdad y anula la diferencia, el otro afecta al gueto. Tenemos que buscar y experimentar nuevos pactos. Juntos. Deben resolverlo los dos: el que llega y el que está. Hay que pensar en cómo fundar la pertenencia a un lugar común. No importa de dónde son, sino que aquí están. Hemos de buscar qué es lo prioritario, y lo prioritario es el espacio, un espacio que es compartido.

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