Nochevieja en Chíos para los voluntarios guipuzcoanos

Veinte voluntarios guipuzcoanos de Zaporeak celebran juntos este fin de año con brindis y sin uvasEjemplo solidario de este 2016, pasan las fiestas cocinando y repartiendo menús entre refugiados que sobreviven en esta zona de Grecia, tras huir de sus países

Diario Vasco, ANA VOZMEDIANO, 31-12-2016

Como es habitual en estas fiestas, en fechas en las que hay que despedir el curso escolar, magos, globos y payasos alegraron con una fiesta una fría tarde invernal a los niños de la isla de Chíos. Los protagonistas de esta historia decoraron más tarde la cocina y el comedor con espumillón, dibujos, noeles, postales y demás adornos típicos de la época. Llegó Santo Tomás y, con cerdita incluida, comieron la txistorra como es tradicional y disfrutaron de un momento de fiesta antes de reanudar sus tareas cerca de los enormes fogones.

Tenían previsto comer gulas para Nochebuena, que una noche es una noche, pero al final compartieron pastel de puerros, algunas gambas y ensaladilla rusa, porque los cuarenta que se juntaron no tenían sitio para sentarse y se impuso el picoteo. «Lo importante es estar juntos los pocos ratos libres que hay».

¿Nochevieja? Hay confirmadas treinta personas que degustarán codornices al chocolate y cordero. No ha habido regalos, el Año Nuevo llega con tanto trabajo como todos los días y no han podido conseguir las casi obligatorias uvas que, al final, no resultarán tan imprescindibles para un buen recibimiento a 2017. Las campanadas domésticas servirán para brindar con lo que tengan sobre la mesa. No hay ni Anne Igartiburu ni Cristina Pedroche en la tele. Pero no faltan brindis, risas y, eso sí, deseos de que llegue la esperanza para todos los refugiados que malviven también en Europa.

No ha faltado la nieve, que decoró los montes de la isla como en una postal típica, aunque no hubo niños que se lanzaran bolas de nieve ni hicieran muñecos con sus amigos.

Esta celebración de la navidad que acabamos de relatar no se ha desarrollado entre la familia numerosa de la casa de enfrente, sino entre los guipuzcoanos que han optado por pasar las fiestas familiares por excelencia entre un montón de refugiados que ni siquiera celebran este evento y junto a quienes, como ellos, saben que cocinar y repartir comida no puede dejarse a un lado porque haya convocados cotillones de Nochevieja o rebosen langostinos en la mesa.

Se han encontrado con un viento gélido que no solo ha levantado dos tiendas del campamento de refugiados, sino que ha dificultado el reparto de comida entre charcos y con lluvia a tres grados. La nieve caida en las montañas, sobre todo el pasado jueves, hace que la sensación térmica sea heladora.

Veinte personas viven su particular aventura navideña en una isla que ya se ha hecho popular al menos entre la población guipuzcoana, Chíos, en Grecia, lugar de paso para quienen huyen de Turquía a través del mar y de espera desesperanzada para quienes no pueden salir de ella o incluso regresan desde Atenas.

Por lo menos, dicen quienes vuelven, en Chíos «se come bien», un rumor más que extendido desde que «esos vascos» llegaron a la isla cargados de solidaridad guipuzcoana. Zaporeak es la organización que posibilita que 1.500 personas puedan comer dos platos más fruta y que no solo recauda dinero para hacer frente a esta responsabilidad, sino que también ha movilizado a personas de todas las edades en sus cocinas durante este 2016 desde que a primeros de año comenzara la tarea en un ejercicio marcado por la crisis de los refugiados. Dani es uno de ellos. Llegó en marzo, pasa tres semanas en Chíos y otra vuelve a casa.

El trabajo es igual cada día, pero llegaron las navidades y además de decorar la cocina, decidieron celebrar el día de Santo Tomás con unos pintxos de txistorra en una pequeña fiesta en la que no faltó una cerda de juguete. El objetivo de la cena de Nochebuena fue más solidario que gastronómico: unirse todos junto a una mesa, aunque faltaron las gulas como sorpresa. Ese espíritu de unión también reinará esta Nochevieja, a la que una vez más están invitados voluntarios de otras ongs que trabajan en la zona. El día de Navidad el menú tuvo algo especial para los refugiados con algún dulce típico, pero los regalos han brillado por su ausencia. «No se nos ocurrió hacer ‘amigo invisible’. Hay que tener en cuenta que aquí la rutina diaria no se puede dejar de tener en cuenta aunque sean navidades».

A la mesa se sentó gente como Alberto, llegado ex profeso desde el barrio donostiarra de Gros para que hubiera voluntarios durante unas fechas tan festivas como estas. Dani reconoce que pensaron en que tendrían problemas, que sería complicado encontrar gente… «Ha sido lo contrario. Tenemos chicas de veintitantos años que han acabado en la universidad, gente más mayor, pero siempre personas convencidas de que tienen que echar una mano».

El primer viaje de los voluntarios de Zaporeak, encabezado por los hermanos García Amiano, sondeó cómo poder cocinar cada día para tantas personas y qué medio utilizar. Decidieron alquilar un local a buen precio e instalar sus cocinas, primero con cazuelas y poco a poco, gracias a la colaboración desinteresada, con otros aparatos que facilitaban la labor a la hora de cocinar, pero también de pelar patatas y cortar pan. Sin embargo, empezaron los sabotajes, atribuidos en principio a algunos vecinos del barrio y después a elementos de la extrema derecha griega, que no ve con buenos ojos la labor humanitaria que Zaporeak realiza. Habían decidido trasladarse a un lugar más apartado antes de que los alimentos aparecieran tirados por el suelo y las cerraduras forzadas y así lo hicieron. La buena noticia llegó de la mano de una ong noruega, que fue la que habilitó las nuevas cocinas, que además tienen la ventaja de que están separadas del almacén. Cambiaron también de apartamentos, pero, según aseguran los voluntarios, lo que no se altera es el buen ambiente que reina en el grupo de cocineros y pinches.

Como Dane. Lleva cocinando en Chíos desde el principio, lo cuenta Peio García Amiano, tal vez porque él ha vivido el drama de ser refugiado en España, a donde llegó en patera aunque ahora su situación es legal. El grupo, esa gran familia que se ha reunido en la mesa navideña de Zaporeak, está formada también por ‘El Pirata’, un griego que tenía un bar durante la época en la que Chíos era destino de turistas y al que los voluntarios conocieron tomando una cerveza. O Tula, también griego, que regentaba unos apartamentos para amantes del mar y la playa y ahora los tiene ocupados por voluntarios y a un precio muy inferior al que pagan los visitantes. Tula se encarga además de organizar torneos de fútbol entre los chavales. Josi, de Donostia, es otro de los veteranos de estas cazuelas que se llenan todos los días de legumbres, pasta, carne guisada o verduras.

Dani asegura que, para ellos, vivir una navidad distinta ha tenido como principal aliciente el estar todos juntos, no dejar a nadie solo. El caso es que, con uvas o sin uvas, lo han pasado bien. «Alguien tenía que estar, da igual que sea Nochevieja o ramadán. Aquí no se para nunca porque hay que comer todos los días».

Las noticias no son buenas para estos cocineros que tienen cubiertas las necesidades de personal hasta la Semana Santa incluida, tanto con voluntarios como con quienes van por libre a ayudar durante una semana o dos. Se oyen rumores de que Grecia quiere abrir otro campo como el de Souda, que es una especie de cárcel para los refugidos que, además, en las últimas semanas, ha estado durante seis días sin luz eléctrica ni agua, «viviendo un infierno. Ha sido la época peor».

García Amiano cree que tienen garantizado el suministro de comida hasta febrero, en principio la fecha que se han fijado para seguir trajinando en las cocinas, pero no descarta seguir, «siempre que nos permitan coninuar con nuestro trabajo», advierte este hombre, que vuelve estos días a Chíos el lunes día 9 . Una vez más. La situación parece complicada, el futuro de los refugiados inciertos y los políticos vuelven a anunciar que este año se cumplirán las promesas de acogida.

La organización

De momento, las cocinas están bien organizadas, para empezar porque hay un grupo de veteranos que acude de forma intermitente. Se establece siempre un tope de quince personas para las tareas de la cocina y reparto, voluntarios a los que suelen apoyar aquellos que llegan por libre y que no pueden ser más de seis o siete «para que no haya un caos de organización». Estas personas sí tienen la financiación de Zaporeak para la comida y el alojamiento, pero deben pagarse su vuelo, ya que no contraen el compromiso de permanecer durante tres semanas.

Mientras cae la nieve en las montañas de Chíos y todo se llena de charcos, los veinte voluntarios que se encuentran allí ahora mismo se preparan para el brindis y la sociedad donostiarra y guipuzcoana organiza nuevas iniciativas solidarias. El Kontxapuzon del día de Navidad batió récords, la Unión Artesana prepara ‘un tambor, un euro’, para el día de San Sebastián el 20 de enero.

Zaporeak, además, ha sido propuesta para los dos galardones que tienen que ver con la fiesta donostiarra, el Tambor de Oro y la Medalla al Mérito Ciudadano. El primero destaca la difusión del buen nombre de la ciudad; el segundo la labor desinteresada en favor de los demás. El Gobierno Vasco ya ha distinguido a la ong por su trabajo.

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