El rostro de la inmigración en Mauritania

ABC, 12-03-2006


TEXTO Y FOTOS: LUIS DE VEGA. ENVIADO ESPECIAL

NUADIBÚ (MAURITANIA). La maltrecha piragua senegalesa «Mame Alimo Diouf» yace embarrancada y solitaria en las playas de Cabo Blanco. A pesar de guardar todavía sus vivos colores sobre la madera, parece uno más de las decenas de buques que alcanzan los alrededores del puerto de Nuadibú en su última travesía para morir y ser desguazados.

En ese paisaje de cascos oxidados por el vaivén de las olas, con aspecto de cementerio y astillero a la vez, se quedan aparcados también definitivamente muchos de los sueños que los emigrantes subsaharianos tratan de hacer realidad en Europa.

La «Mame Alimo Diouf», de veinte metros, naufragó hace unos cuantos días con 47 personas a bordo, de los que uno murió, como relata Ahmed, uno de los guardas del Parque Nacional de Banc D`Arguin. «Muchos de los que quieren irse en piragua acaban en esta playa», explica mientras pasea sobre el enorme vientre lleno de agua de la embarcación.

No parece que la voz de alarma dada por las autoridades mauritanas vaya a hacer cambiar las cosas, al menos a corto plazo. En las playas de La Güera, entre Nuadibú y Cabo Blanco, las Fuerzas de Seguridad rescataban a mediodía de ayer al pasaje de otro de los famosos cayucos – nombre por el que son conocidas estas barcas – . Habían salido de Senegal y, tras surcar más de 1.000 kilómetros de Atlántico, tuvieron que darse la vuelta cuando el enfado de Eolo y Neptuno no les dejó otra alternativa. «Estábamos ya en aguas españolas», aseguraron algunos de ellos, pescadores de profesión, al tocar la costa mauritana.

«No sabemos cuántos venían, porque una decena aproximadamente logró abandonar el lugar», explicó Hamedu Haye, de la Media Luna Roja, mientras atendía al resto, 21 senegaleses, que acababan de llegar a una comisaría de Nuadibú.

«Reímos porque aún vivimos»

Es en esas comisarías donde los que sobreviven ponen cara a la tragedia con testimonios estremecedores. Algunos de los que han llegado en los últimos días dicen que se dieron la vuelta al ver sobre el agua flotando los cadáveres de los que iban en las expediciones que les precedían. «Estábamos entre las aguas de Mauritania y las de Marruecos y vi muertos. Sólo viajaré a España con visado», asegura entre risas Ndiaye Boubacar, senegalés de 36 años. «Reímos porque aún vivimos», apunta a su lado un colega.

«Mi aventura comenzó en octubre de 2002, justo después de la muerte de mi padre», explica Sow Amadou, de 17 años, mientras rompe a llorar. Con la intención de sacar adelante a la familia, emprendió un periplo que le ha llevado desde su país, Guinea Conakry, a Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Gana, Togo, Benín, Nigeria, Níger y Argelia. Desde allí fue deportado a Bamako, en Malí, después pasó a Senegal y, finalmente, a Mauritania. Tres años y medio en los que ha tenido que dejar de ser niño a marchas forzadas.

Pero su cara le delata y, con los ojos enrojecidos por el llanto y con una fugaz sonrisa, eleva su dedo pulgar en señal de firme decisión de seguir adelante mientras es trasladado en un vehículo policial junto a otros compañeros de fracaso. «No importa el riesgo, voy a seguir intentando salir de África para llegar a Europa, América o Asia», afirma.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)