Los ataques a las cocinas de Zaporeak podrían obligar a la ONG a abandonar Chíos

Una voluntaria fue seguida por dos coches, lo que les hace temer que los incidentes provengan de un grupo organizado y ha hecho saltar las alarmas

Diario Vasco, Ana Vozmediano | SAN SEBASTIÁN, 25-08-2016

El desánimo parece haber llegado a las cocinas que los cocineros guipuzcoanos de Zaporeak tienen en la isla griega de Chíos para dar de comer a los refugiados que esperan asilo y a los voluntarios que se ocupan de ellos después de los últimos incidentes en los que se han visto envueltos.

Y es que los ataques a su local no solo no han parado tras las denuncias a la policía presentadas por la propia ONG, sino que incluso se han recrudecido y empiezan a atemorizar a algunos de los que se encuentran en la isla. Se está planteando incluso el cierre de las cocinas y su posible traslado a otro punto de Grecia o Italia.

«Sabemos que nuestra presencia es muy importante para la alimentación de los habitantes de los campos de Chíos. Pero primero está la seguridad de nuestros voluntarios y del proyecto. Zaporeak seguirá existiendo con la idea de ayudar en Grecia aunque en algún momento nos veamos obligados por las presiones externas a cerrar la cocina e irnos de aquí», asegura la ONG en un comunicado.

El caso es que durante las últimas semanas, el local ha sufrido continuos ataques para sabotear su labor. «Primero desconectaron durante una semana la corriente eléctrica por la noche para que nuestra comida se pusiera mala. Después entraron por la noche para arruinar las raciones de comida que teníamos listas. Días después, echaron pegamento en las cerraduras. El lunes por la noche el hostigamiento fue a más cuando alguien colocó un conejo muerto, con la tripa abierta, en la puerta de nuestro almacén. Y una de nuestras voluntarias fue seguida por dos vehículos durante una hora».

Este ha sido el incidente que ha levantado todas las alarmas. Tal y como relatan desde Zaporeak, la voluntaria había bajado en coche a la ciudad. Al salir de la localidad, se dio cuenta de que dos coches la seguían e intentó coger el camino a los apartamentos donde nos alojamos. Fue bloqueada por los vehículos y la obligaron a tomar otra dirección. «Ella no quiso detener su coche por miedo a lo que pudiera pasar y al ir sola tampoco pudo llamar a la policía».
«Sabemos que nos necesitan aquí, pero lo primero es la seguridad de los voluntarios»

«El proyecto sigue, pero tal vez tengamos que marcharnos a otro lugar y otros campamentos»

Tras una hora al volante, según explican, la voluntaria, que es donostiarra, llegó a una zona costera cercana a los apartamentos y se refugió en un bar para sentirse segura y llamar. «A partir de este hecho, que da la sensación de ser una acción planificada pues esperaron a encontrar a un voluntario solo, aconsejamos a nuestra gente que nunca vaya sin compañía y que haga lo posible incluso por moverse en convoy de dos vehículos.

El nuevo local, a la espera

Todo empezó con la colocación de silicona en las cerraduras del local en el que cocinan cada día para unas 1.300 o 1.700 personas, en función de cuántos refugiados hayan llegado y cuántos se han ido. Uno de los promotores de la iniciativa, Peio García Amiano, anunció la decisión de trasladarse a otro local de la misma isla, pero en las afueras del pueblo y en una zona industrial. A los pocos días, unos desconocidos entraron en los locales y tiraron la comida por el suelo.

No pudieron con los perolos en los que los garbanzos estaban a remojo porque pesan 120 kilos, pero utilizaron una espumadera para lanzarlos por el suelo. Lo mismo ocurrió con los tomates y con la fruta, pero solo se limitaron a la comida, no hicieron ningún sabotaje en las instalaciones. Ese mismo día, los voluntarios de Zaporeak enviaron un comunicado en el que afirmaban que seguirían con su labor. Y dieron de comer alubias, pollo y una pera a más de mil personas.

El proyecto de nuevo local queda a expensas de lo que ocurra con la continuidad de la estancia en Chíos. El lunes se reunirán en la isla para ver qué decisión se toma. «Lo que tenemos claro es que el proyecto sigue», afirman. «Otra cosa es que nos obliguen a marcharnos».

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