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Con ganas de de volver y hacer más

Seis mujeres hondarribiarras dedicaron una semana de sus vidas a viajar al campo de refugiados de Katsikas, en Grecia. Allí repartieron lo recogido por Emeki Elkartea en una experiencia que califican como “dura y gratificante a la vez”.

Diario de noticias de Gipuzkoa, Un reportaje de Xabier Sagarzazu. Fotografía Gorka Estrada, 29-05-2016

entre Semana Santa y el 10 de abril la asociación de mujeres Emeki Elkartea de Hondarribia quiso hacer su pequeña contribución para ayudar a los refugiados que se encontraban en Grecia, recogiendo ropa y calzado. Pero lo pequeño creció y creció.

Al final, el pasado 28 de abril, dos tráileres partieron de las instalaciones de la empresa lezoarra Transportes Echemar, llenos de solidaridad en forma de ropa, calzado, comida aportada por Zaporeak, y otros materiales como pañales, compresas, crema solar o gorras.

El convoy tenía un destino: el campo de refugiados montado por el ejército griego en Katsikas, al norte del país, y gestionado y dirigido por la ONG madrileña Olvidados.

Allí se desplazaron también seis mujeres hondarribiarras, ya jubiladas, que decidieron dedicar una semana a colaborar en esta iniciativa, repartiendo entre los refugiados todo lo recogido por Emeki.

Ellas son Edurne Nogueras, Lourdes Retegui, Marije Zapiain, Izaskun Eizagirre, Maite García y Mari Jose Aseginolaza. Las tres últimas han charlado con NOTICIAS DE GIPUZKOA sobre una experiencia que, aseguran, “ha sido dura, gratificante también” y que les ha dejado “marcadas y con ganas de hacer más, de seguir ayudando a toda esa gente a la que las instituciones europeas tienen desamparada”.

El campo

Las seis hondarribiarras salieron de casa “a las 4.00 de la mañana del día 2 de mayo, para coger un avión en Bilbao y con sucesivas escalas en Amsterdam y Atenas, volar finalmente a Ioanninna, una pequeña ciudad que está a unos 12 kilómetros del campo de refugiados de Katsikas”, explica Izaskun Eizagirre.

El día 3 de mayo, tuvieron su primer contacto con el campo. “Está ubicado en un antiguo aeródromo militar que se utilizó durante la I Guerra Mundial, al norte de Grecia y a unos 500 metros de altura, en los montes del Peloponeso”, relata Maite García.

“Llegamos al campo a la vez que los camiones con el material, en los que viajó el periodista de Hondarribiko Hitza, Asier Pérez – Karkamo, que compaginó la ayuda en el campo con la cobertura informativa. El lugar impresiona. En el campo de Katsikas malviven 1.200 refugiados y cuenta con 250 carpas de tienda, que no tienen ni suelo y están a merced de las lluvias, que son frecuentes y lo embarran todo”, relatan las tres voluntarias hondarribiarras.

Tanto a los refugiados como a los voluntarios que allí están trabajando “les impresionó que llegaran de una pequeña ciudad como Hondarribia dos camiones repletos de material”, cuenta Mari Jose Aseginolaza, que recuerda también que les recibieron “con los brazos abiertos”.

Desamparados

Sobre el campo de Katsikas y la vida en él, Mari Jose Aseginolaza, Izaskun Eizagirre y Maite García no dudan en afirmar que “lo que más impresiona, es la cantidad de niños que hay, que sumaban hasta 400 de entre los 1.200 refugiados que hay en Katsikas; y también el número de mujeres, muchas de ellas solas y a cargo de esos niños, además de que unas 50 de ellas que estaban embarazadas”.

Las condiciones de vida en este campo montado en un antiguo aeródromo militar “son muy duras. Esta gente tiene qué comer y qué vestir, pero carecen de todo lo demás. No hay ni duchas, por supuesto tampoco agua caliente, y tienen que bañar a los niños, de hasta 10 o 12 años, en barreños, después de calentar agua previamente en grandes calderos”, explica Mari Jose Aseginolaza.

Lo más duro, junto con las carencias y el clima en el campo, es “el desamparo en el que vive esta gente. Después de todo lo que han pasado para llegar hasta Grecia, tienen que malvivir en un campo sin saber qué va a ser de ellos. ¿Qué proyecto de vida les espera a todos, a esas mujeres, a esos niños en especial? Necesitan ayuda de todo tipo, material y también psicológica. Pero las autoridades no pueden seguir impasibles y tenerles en esas condiciones, porque son personas, gente que tenía su casa, su trabajo y su vida, como cualquiera de nosotros, y que han tenido que salir huyendo del horror de una guerra. Es una vergüenza cómo se les está tratando, se está cometiendo un auténtico genocidio”, concluyen las tres voluntarias hondarribiarras, que se han quedado con ganas de seguir ayudando.

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