Trump acaba con sus rivales y camina con grandes opciones hacia la Casa Blanca

Con el camino libre en su partido, el poco atractivo que genera la demócrata Hillary Clinton puede allanarle el camino

Diario de noticias de Gipuzkoa, , 05-05-2016

Parecía increíble hace tan solo algunas semanas, pero el multimillonario neoyorquino Donald Trump, sin experiencia política ni militar, es ya prácticamente candidato a la presidencia de Estados Unidos, con buenas posibilidades de convertirse en el próximo residente de la Casa Blanca. Con la última victoria de este martes en las primarias de Indiana, Trump tan solo necesita ya poco más de 220 votos de delegados republicanos para obtener la mayoría absoluta de 1.237 y los tiene tan seguros que los dos últimos rivales que le quedaban, el senador de Texas Ted Cruz y el gobernador de Ohio John Kasich, tiraron la toalla porque reconocieron que ya no tenían posibilidades de impedir la candidatura de Trump.

La situación deja ahora a los votantes de todo el país en una situación imprevisible: los candidatos de los dos partidos, Hillary Clinton y Donald Trump, gozan de una impopularidad sin precedentes, en torno al 65% para el republicano y el 55% para la demócrata.

En el caso de Clinton, su poco atractivo se demuestra diariamente con las victorias de su rival Bernie Sanders, que nuevamente se impuso en las primarias de Indiana este martes. Pero la estructura del partido favorece a la ex primera dama pues cuenta con “superdelegados”, es decir, “delegados libres”, en general altos miembros del partido, que no están sujetos al voto popular y le prometen a su apoyo, de forma que ésta tiene prácticamente asegurados los votos demócratas a pesar del poco entusiasmo que genera.

Trump está en una situación diferente, porque lo que provoca no es indiferencia o poco entusiasmo, sino una repulsa profunda entre muchos votantes republicanos que se hallan en la disyuntiva de abstenerse o incluso votar por la candidata demócrata. Sus líderes apelan ya a la “unidad”, pero el fracaso de estos líderes en conseguir un candidato que fuera aceptable para la mayoría les da poca credibilidad.

deciden los independientes Lo que ambos partidos tienen en común es que su victoria no depende de los afiliados y ni siquiera de sus simpatizantes habituales, sino de la gran masa de independientes y de indiferentes que se pasan de un bando al otro según el interés del momento. Y aquí está la gran dificultad para poder imaginar cuál será la dirección del resto de la campaña y, mucho más, para prever quien pueda salir victorioso.

Lo que estamos viendo en el panorama político de Estados Unidos es, por una parte, la continuación de la “guerra civil” que viven los republicanos desde hace algunos años y cuya primera manifestación fue la aparición del Partido del Te (Tea Party) poco después de la crisis económica de 2008 y la elección de Barack Obama.

Es en realidad una repetición de otra guerra semejante vivida por los demócratas en las últimas décadas del siglo pasado y que transformó tanto a ese partido como influye ahora en las desavenencias republicanas: los demócratas dejaron de ser el partido de los trabajadores y los pobres y se han ido convirtiendo en una agrupación de élites culturales, mientras que los republicanos recogen a quienes se ven rechazados de estos planteamientos elitistas y no reciben los beneficios que esperaban del Partido Demócrata. Es un profundo cambio demográfico cuya primera manifestación fue la gran victoria de Ronald Reagan gracias a los demócratas de Reagan que se pasaron masivamente de partido en 1980 y más aún en 1984, cuando en el entonces presidente salió reelegido con mayorías en todos los estados del país, a excepción del distrito federal de Washington.

el voto del resentimiento También hoy deciden en las urnas los demócratas de Trump, pero su mensaje no es el optimismo de Reagan con su slogan de “un nuevo amanecer americano”, sino el resentimiento contra todos los “otros”, ya sean estos “otros” élites económicas o culturales, como se puede ver en el buen resultado de los ataques del magnate neoyorquino contra inmigrantes mexicanos, el comercio internacional o los rivales políticos.

Los nuevos republicanos pueden provenir de las filas demócratas donde ya no se encuentran en casa desde que les han dicho que es un fracaso personal no tener un título universitario, o cuando son trabajadores que perdieron su empleo y malviven sin esperanzas de recuperar sueldos semejantes a la época de bonanza, o el ejército de blancos de bajos ingresos, cansados de oír lamentos acerca de la discriminación de negros y latinos y de la obligación de ser “políticamente correctos”. Son las legiones de quienes ensalzan a Trump por “llamar a las cosas por su nombre”, “decir lo que de verdad piensa” y prometerles que serán ellos, los millones de norteamericanos sin más derecho que su ciudadanía y su patriotismo, los que pasarán delante de las empresas internacionales y los beneficiados por la globalización.

Los demócratas se felicitan por la victoria de Trump, que hoy va más de 10 puntos por detrás de Clinton en las encuestas de intención de voto, pero Trump aún no ha enfilado seriamente sus cañones contra la ex primera dama y podría muy bien repetir la carrera que ha tenido dentro de un partido al que nunca ha pertenecido, nunca le ha arropado y todavía no le quiere.

Trump tiene el camino abierto para ganar las elecciones en noviembre. Este hombre, sin experiencia militar alguna, será el garante de las “claves” nucleares que todos los presidentes norteamericanos tienen junto a sí en una maleta que les acompaña constantemente desde que empezó la guerra atómica y, sin haber tenido jamás cargo político, se encargará de renegociar tratados comerciales que afectarán al resto del mundo.

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