EL DRAMA DE LOS REFUGIADOS

Las fronteras griegas, una cárcel sin verjas

Dos profesoras del instituto pedro de atarrabia tratan de “aliviar” la desesperación de los refugiados en grecia

Diario de Noticias, Un reportaje de Andrea Apezteguia, 04-04-2016

Las dos profesoras del Instituto de Educación Pedro de Atarrabia, Izaskun Ruiz de Larramendi y Batirtze Cabello, junto con otro compañero navarro, denuncian ya en tierras navarras lo vivido en Atenas y en el campo Katsikas Ioannina, al norte de Grecia y cerca de la frontera con Albania, la “situación infrahumana” en la que viven los refugiados tras llegar en las embarcaciones por el mar Egeo. Así, desde el pasado 23 de marzo, estos voluntarios estuvieron ayudando en las tareas básicas para aliviar la desesperación que viven “ante la incertidumbre de cuál será su futuro”.

Ambas maestras en su regreso a Navarra el pasado sábado, sin su compañero que ha decidido quedarse en Grecia para continuar con su labor de voluntariado, aseguran que los refugiados “dicen vivir en una cárcel sin verjas de la cual no se pueden mover porque las fronteras están cerradas. Nos preguntan por las tarjetas que les permiten el asilo en Europa. Muchos de ellos no las tienen o si las han entregado, no han recibido respuestas. Viven con la esperanza de que abran las fronteras”.

La primera parada del viaje de estos navarros fue en Atenas. “Al principio íbamos a ir a Lesbos pero tuvimos que cambiar de planes porque estaban sacando a los voluntarios de los campos de refugiados para convertirlos en campos de retención. Así lo hicimos muchos voluntarios pero tenemos conocimiento que otros han llegado a esa isla”, explica la profesora. De esta manera, en su primer día en la capital griega se acercaron al puerto donde “miles de personas están en pequeñas tiendas de campañas afinadas unas entre otras mientras que otras han conseguido entrar a naves abandonadas que están muy sucias, a punto de derrumbarse y llenas de ratas. Es una situación infrahumana. Los primeros días no dejó de llover y las tiendas estaban mojadas”.

“Como íbamos de forma independiente, nos juntamos a una plataforma de ciudadanos griegos, que con la simple ayuda de los voluntarios, organizan turnos para repartir el desayuno, la comida y la cena. Estos están desbordados pero hacen lo que pueden”, asegura Ruiz de Larramendi. “Son momentos muy tensos y delicados. Los refugiados se ponen en largas filas para recoger su ración. Se pueden pegar dos horas esperando y hay muchos roces porque hay gente que trata de colarse o repetir”, añade Izaskun.

Estos alimentos, que son cedidos por los militares a esta plataforma, “están guardados en una de esas naves viejas, arrinconados y apilados dentro de una especie de barra de fiestas. Tiene que haber siempre algún voluntario vigilando para que nadie robe la comida además de evitar que las ratas se lo coman. Lo que se reparte son una especie de bandejas como las que se dan en los aviones”, expresa la profesora navarra. “Los niños están constantemente pidiendo comida. Los médicos hablan de que hay una especie de síndrome. Tratan de coger la máxima cantidad de comida ya que no saben qué va a ser de ellos. Te piden gel y no les puedes dar todo el bote sino que tan solo dos gotas, hasta te preguntan si les puedes dar tu ropa”.

Según Izaskun, esta plataforma “no tiene ni agua corriente ni caliente. Son los barcos del puerto quienes están donando este agua para que los refugiados puedan ducharse o beberla”. En este sentido, la profesora asegura de que “si tuviera que vivir así, no sé si aguantaría y lo que más me llama la atención es que aún y todo, siguen sonriendo. Antes de llegar a Grecia teníamos una idea de lo que nos podíamos encontrar pero es muy duro. Hemos conocido un hombre de 60 años que tenía con él a 20 personas de su familia y llevaban ya un mes en el puerto; hay niños descalzos que han dejado de ir a la escuela; todos están muy aburridos y no se pueden separar de sus tiendas porque allí tienen sus pertenecías y se las pueden robar”, aclara la profesora.

El pasado domingo, 27 de marzo, estos voluntarios navarros tomaron la decisión de moverse al norte de Grecia, al campamento de Katsikas Ioannina. “Es un campamento que lleva solo 3 meses, con 230 tiendas de campañas, 1.100 refugiados de los cuales 500 son niños y una docena de voluntarios. El otro día llegaron autobuses del puerto de Atenas al campamento con 500 refugiados, a los cuales se les había prometido que iban a dormir en bungalós de madera o en un hotel de 3 estrellas. Al llegar, no quisieron bajarse y muchos de ellos permanecieron dentro de los vehículos hasta el día siguiente”, explica Izaskun Ruiz de Larramendi.

Con las donaciones recaudadas por amigos y familiares, “hemos conseguido comprar bañeras, toallas, hervidores para calentar el agua y hemos encargado una tienda de campaña para bañar a los niños. Solo tienen 4 duchas y con agua fría. Estos niños están muy sucios, con heridas y muchos de ellos enfermos”. Sin embargo, “el paso que damos hacia adelante, nos atrasan 3” debido a “los numerosos obstáculos” que les imponen los militares o el ayuntamiento de la localidad para realizar cualquier ayuda, afirma la profesora.

la vuelta a navarra Ambas maestras, con el cansancio en el cuerpo, aseguran que se hubieran quedado allí al igual que su compañero navarro: “Ves que es tan necesaria tu ayuda que te cuesta marcharse porque ves que les faltan las necesidades más básicas. Creen que es una situación provisional y todavía les queda un poco de dinero, en el momento que les falte, comenzará la desesperación. Había madres con hijos que esperan en la frontera porque su marido había logrado pasar a Alemania y querían juntarse con él”.

“Toda ayuda es necesaria y el que tenga pensado irse como voluntario, que lo haga, no correrá peligro. No puedo desconectar de lo vivido pero ha sido muy gratificante”, manifiesta Izaskun.

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