Las últimas horas de ‘La Jungla’ de Calais

Los ‘bulldozers’ esperan la orden para destruir el campo donde resisten 3.000 inmigrantes

El Mundo, CARLOS FRESNEDA CALAIS (FRANCIA), 05-02-2016

Los bulldozers y las apisonadoras calientan motores alrededor de La Jungla de Calais. El enjambre de tienduchas que había a la entrada, junto a la pintada de «London Calling» y el Banksy de Steve Jobs recordando sus ancestros sirios, es ahora una limpia explanada, esperando una capa de asfalto para enterrar el barro.

El destartalado campamento de Calais tiene los días contados, y los pocos más de 3.000 refugiados que siguen soportando las inclemencias (frente a los 6.000 que llegó a haber este verano) temen que la policía arramble con todo de la noche a la mañana. Los niños y las mujeres ya se fueron casi todos, con destino a los contenedores habilitados como alojamientos provisionales en las cercanías del puerto.

Pero los últimos de La Jungla se resisten porque creen que se trata de una «encerrona». «Primero nos registran y luego nos deportan», se lamenta Gilyz Hawar, 32 años, que se identifica como «kurdo iraquí». «Por eso somos muchos los que no queremos irnos de aquí. Yo llevo dos semanas sin salir por miedo a perderlo todo, incluida mi bicicleta. La policía ha montado controles a la entrada y a la salida y no dejan de hostigarnos a todas las horas. Y eso por no hablar de los fascistas que nos atacan en el pueblo».

Primero fue la agresión contra tres sirios. A las pocas horas unas decenas de afganos fueron atacados por «milicianos armados y vestidos de negro», según denuncia la asociación L’Auberge des Migrants. El sábado está prevista una manifestación de Pegida, y se teme que vuelva a haber enfrentamientos.

El Ministerio de Interior francés ha decretado entre tanto la «prohibición de las manifestaciones susceptibles de causar alteración del orden público». Y eso incluye las marchas que proinmigrantes que suelen coincidir los sábados con la llegada de ayuda humanitaria y activistas del Reino Unido (decenas de anarquistas se apuntaron al parecer al «asalto» al puerto de hace apenas dos semanas). Arde el paso de Calais, o eso parece. Las escenas de los antidisturbios entrando de noche en el campamento dejaron paso a la quema premeditada de las tiendas a cargo de sus últimos ocupantes, como protesta contra el desalojo forzoso.

«No queremos vivir como si fuéramos presos en los contenedores», se queja un afgano de veintitantos años que se identifica como Abdul-Jamil. «En La Jungla vivimos en la miseria, pero al menos tenemos cierta libertad de movimiento y nosotros mismos nos organizamos por comunidades. Además, en los contenedores sólo cabemos 1.500 y somos tres o cuatro veces más. La mayoría nos vamos a quedar sin techo».

«Sin techo y sin negocio», como Emad, que sirve sopas de pollo en uno de los primeros restaurantes que abrieron en el campamento, el Hotel Tres Estrellas. «Los que llevamos más tiempo hemos aprendido a ganarnos la vida», asegura Emad. «Si nos vamos de aquí nos quedamos sin trabajo y tenemos que empezar de cero».

Las autoridades francesas siguen adelante con su cuenta atrás, siguiendo una estrategia parecida a la que sirvió para demantelar La Jungla original en el 2009. La tierra recuerda y el flujo de refugiados ha vuelto a enfilar en los últimos meses hacia el mismo lugar, hasta el desbordamiento que se produjo a la vuelta del verano, cuando tocaban a un servicio portátil por cada 100 habitantes y las ratas y la salmonela se daban la mano con las heces y el barro.

Organizaciones como Help Refugees han culpado a las autoridades de acelerar el desalojo sin contar con las ONG y sin dar apenas tiempo a los refugiados. «A muchos de ellos les han impuesto un límite de tres días para desalojar sus tiendas y han tenido dificultades para encontrar alimento, agua y refugio».

La semana pasada, los bulldozers avanzaron hasta el punto de desmantelar sin previo aviso la mezquita del campamento y la escuela. El avance implacable amenaza ahora con llevarse por delante la iglesia de Santa María, la biblioteca Jungle Books y hasta el teatro Good Chance, que el miércoles acogió a la compañía El Globo para una función especial del Hamlet de Shakespeare.

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