El castigo por soñar el Reino Unido

Los trabajos para garantizar el mínimo en las condiciones de vida en el campamento de Calais no alcanzan a abastecer el 30% de su población

El País, , 29-01-2016

El centro nocturno que actualmente se está terminando de construir en el campamento de Calais ya ha habilitado los primeros contenedores que tiene capacidad para 1.500 personas. Quienes se habían instalado en la zona más cercana a la carretera fueron desalojados, aunque con la posibilidad de tener prioridad para encontrar un lugar en este nuevo centro. Muchos, antes de aceptar dormir en las nuevas instalaciones, prefieren mover sus tiendas y sus cabañas hacia el interior de la llamada Jungla, ese improvisado campamento francés donde viven alrededor de 5.000 migrantes procedentes de Siria, Eritrea, Sudán, Iraq y Afganistán con la esperanza de cruzar al Reino Unido.

Y es que para ingresar al centro, los refugiados deben hacerlo mediante el reconocimientos de sus huellas dactilares y temen ser registrados en Francia. De ser así, si es que logran llegar al Reino Unido, podrían ser reenviados a territorio francés. Por otra parte, las nuevas instalaciones sólo tienen capacidad para un 30% de la población. La mayoría continua así, viviendo en cabañas improvisadas, casas rodantes y tiendas donde el frio, el viento y el agua se cuelan.

Quienes duermen en los contenedores no tienen permitido cocinar, ni calentar agua, por razones de seguridad y no pueden ducharse puesto que no hay conexión de agua, por razones de costo.

2.200 almuerzos diarios repartidos, 120 letrinas, 600 duchas calientes y 10 puntos de agua. Todo abastece a un número de refugiados muy por debajo de los 5.000. Las personan defecan al aire libre debido a la falta de baños; las aguas servidas no pueden ser drenadas, pues se trata de una zona protegida, lo que prohíbe la construcción de canales y el invierno amenaza con provocar un “aumento en las infecciones respiratorias”, aseguran en Médicos Sin Fronteras.

“Sabía que tendría que vivir en una tienda, pero al menos creí que llegaría a un lugar organizado”, se lamenta Rami mientras prepara un narguilé que trajo desde Siria. “Ni siquiera hay comida, ni baños. No pensé que sería así”. Y es que muchos de los que han llegado hasta este lugar saben cómo es un campo de refugiados, pero nunca pensaron que, como desplazados de guerra, serían acogidos en las condiciones en las que se encuentran hoy en este gran e improvisado campamento.

¿Cuáles son las razones de esta precariedad? ¿Por qué se realizan mejoras que abastecen sólo un 30% de la población?

En octubre, el Consejo de Estado acogió un recurso interpuesto por diferentes asociaciones humanitarias, exigiendo al Estado asegurar las mínimas condiciones de salubridad en el campamento. Fue entonces que la Agencia de Ayuda a la Cooperación Técnica y al Desarrollo (ACTED), una ONG francesa experta en administración de campos de refugiados en zonas de conflicto, llegó a La Jungla. Lamentablemente, “ya era muy tarde”, asegura Hanalia Ferhan, coordinadora de ACTED en Calais. “Hay actividades que tendrían que haberse realizado lo antes posible, pero que ya no se hicieron”.

En efecto, de los 45 millones de euros que el Reino Unido entregó en agosto del año pasado para enfrentar la crisis migratoria en Calais, sólo 10 se utilizaron para mejoras humanitarias, el resto fue destinado al reforzamiento de las medidas de seguridad para bloquear la frontera. Un contingente policial desplegado por toda la ciudad vigila principalmente los alrededores del campamento, los accesos al Eurotúnel y al puerto.
Aumento de la violencia

El refuerzo policial ha provocado un aumento en el número y en la intensidad de los enfrentamientos entre agentes de seguridad y refugiados, aseguran los voluntarios de Calais Migrant Solidarity. Cada mañana, nuevos heridos merodean por el campamento. Caras inflamadas por los golpes, narices quebradas, dientes menos, huesos rotos…

“Primero me gasearon los ojos para que no pudiera ver y luego comenzaron a pegarme con palos. Me quebraron la nariz y una pierna”, cuenta Rachem, un sirio que vive desde hace cuatro meses en La Jungla. Mohamed, por su parte, un joven sudanés de 21 años, intenta cruzar todas las noches desde que llegó a Calais hace cuatro meses. Tiene los dedos de las manos inflamados. Tres de ellos quebrados. “Es que cuando te agarras del camión te golpean en las manos para que te sueltes”. Anoche la golpiza ha sido dura. Las contusiones no lo dejan caminar y deberá tomarse unos días para recuperarse antes de volver a intentarlo.

Rami se hace una y otra vez la misma pregunta mientras prepara su narguilé: “¿Por qué somos recibidos de esta manera?”. Quienes trabajan desde hace años con los migrantes soñadores de Inglaterra conocen la respuesta: “El plan del Gobierno es vaciar La Jungla y existe la estúpida creencia de que si las personas están mal acogidas aquí, entonces ya no vendrán más”, explica Cristian Salomé, el presidente de El Albergue de los Migrantes, una organización local que trabaja en el campo. Las precarias condiciones sanitarias, alimenticias y habitacionales, además de los eventos violentos, amenazan así con perpetuarse.
El plan de Cazeneuve

En octubre del 2015, el ministro del interior, Bernard Cazeneuve, anunció durante su visita a la zona, un plan de acción que consiste en el traslado inmediato de quienes decidan abandonar el campamento a centros de acogida repartidos por todo el país durante los meses de invierno. Durante ese tiempo podrán, si así lo desean, solicitar el asilo en Francia, retornar a su país de origen o abandonar el centro cuando lo estimen pertinente. Pero “quienes no acepten la mano que les hemos tendido y continúen las tentativas vanas (de alcanzar Inglaterra) se exponen a ser reenviados a la frontera y a sanciones penales”, advirtió el ministro.

Personal de la Oficina Francesa de Migración e Integración (OFFI) y de la Prefectura trabajan diariamente en el terreno intentando convencer a las personas de que dejen Calais y aborden el bus que espera por ellos, todos los días, a las afueras del campamento.

A penas inaugurado el dispositivo, 700 personas subieron a bordo del bus. Actualmente, sólo lo hacen entre 10 y 30 personas diarias. Según Serge Szarzynsky, director del Departamento de Cohesión Social de la región y encargado del plan humanitario desplegado en el campamento, “las razones de esta disminución pueden estar ligadas a que actores externos al dispositivo hagan correr falsos rumores acerca del operativo. Como por ejemplo los traficantes de personas”. Por otra parte, mientras las organizaciones humanitarias aseguran que el mensaje gubernamental ha sido claro al establecer que el procedimiento de Dublín no será aplicado a quienes acepten albergarse en los centros de acogida, Szarzynsky afirma lo contrario. “Les decimos la verdad. Que por el momento los acuerdos de Dublín continúan existiendo y que efectivamente es posible que sean reenviados a los países donde fueron registrados”.

La promesa de una cama y un lugar caliente donde poder descansar, pero con el riesgo de ser reenviados a la frontera, no logra persuadir fácilmente a quienes han sobrevivido a la travesía para llegar a la última frontera que los separa de Inglaterra. “¿Por qué crees que allá es mejor que Francia? ¡No puedes saberlo porque no has estado ahí!”, le insiste una mujer de la Prefectura a un joven afgano de unos 18 años, quien responde con una razón difícil de contrarrestar: “Allá está mi mamá”.

En efecto, la mayoría de los refugiados que llegan a Calais tienen familiares en Inglaterra que los están esperando. “Cuando dejas tu país huyendo de la guerra vas a intentar ir allá donde tienes familia. Es lógico. Y no hay nada que puedas hacer contra ese deseo”, dice Raouf, un hombre de origen sudanés que suma el factor idiomático a la importancia de los lazos familiares y redes de apoyo.

“Puedes ir a Inglaterra, pero después”, insiste la mujer. “Hay que hacer las cosas paso a paso. Primero regularizas tus papeles aquí en Francia y después podrás ir donde tu mamá”, le explica mientras el joven sólo mueve la cabeza de un lado a otro. “No. Yo voy a Inglaterra. Mi mamá está allá”. Y es que todos saben que el proceso para regularizar los papeles en Francia puede demorar hasta un año, y que esa espera no necesariamente terminará con un acuerdo de asilo, puesto que sólo el 22% de quienes solicitan refugio en Francia lo obtienen. Además, el estatus de refugiado sólo les permitirá visitar Inglaterra, pero no les posibilitará instalarse allí, pues para hacerlo deberían esperar 10 años, siempre y cuando obtengan la nacionalidad francesa.

Numerosas son las asociaciones que denuncian desde hace meses las condiciones en las que viven estas miles de personas. Sin embargo, todas estas denuncias parecen irrelevantes, pues “la idea es que los refugiados no sean bienvenidos en este lugar y terminen por irse”, recuerda un voluntario de Calais Migrant Solidarity. Todas las organizaciones presentes en La Jungla, así como los mismos refugiados, advierten que se trata de una decisión nociva e ingenua: quienes han arriesgado sus vidas cruzando el Mediterráneo no se detendrán ante las malas condiciones de un campo. Sin embargo, los gobiernos francés e inglés no parecen considerar una estrategia alternativa. Inglaterra no los quiere y Francia persiste en mantener esta “vida no para humanos”, tal como la describe Rami.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)