ENTREVISTA CON UPA PEREIRA, AMIGO DEL FALLECIDO

«AMISAU ERA MUY PACÍFICO»

Compatriota del guineano fallecido, Upa vivía con él y le acompañaba en el coche del que se bajó antes de ser apuñalado

El Mundo, MIGUEL CABRERA ROQUETAS DE MAR, 27-12-2015

La localidad almeriense de Roquetas
de Mar amaneció ayer convertida en
contraste, entre el silencio que imprime
estar custodiada por alrededor
de un centenar de agentes de la
Guardia Civil, y el dolor, la rabia y la
impotencia de quienes conocían a
Amisau M., el guineano de 41 años
que murió la madrugada del día de
Navidad, apuñalado por un joven de
etnia gitana en las inmediaciones del
barrio Joaquinico.
EL MUNDO ha podido hablar
con Upa Pereira, un joven compatriota
del fallecido, compañero de
cortijo y quien, además, conducía
uno de los dos coches que protagonizaron
el incidente con el grupo
de gitanos en el que también se
encontraba la víctima. «Amisau
era, sobre todo, una buena persona,
muy pacífico, él no habría participado
en los altercados» que
protagonizaron decenas de subsaharianos
en protesta por el crimen.
Tras su muerte, los inmigrantes
comenzaron a agruparse en torno
a los conocidos como pisos de la
Shell –al encontrarse frente a una
gasolinera de esta compañía–, un
bloque de viviendas habitado por
una treintena de familias gitanas, y
donde murió la víctima. Durante
toda la tarde del viernes, se avivó la
violencia y los subsaharianos quemaron
al menos 20 contenedores
de basura, desde el Joaquinico hasta
el barrio de las 200 Viviendas en
el que, hace ocho años, también se
produjo un incidente similar y donde
vive un gran número de inmigrantes.
En sus protestas, también
rompieron las lunas de escaparates
de negocios, apedrearon coches e
incluso, según cuentan los vecinos,
asaltaron una tienda de telefonía y
robaron todo lo que encontraron
en su interior.
Ayer, en cambio, la violencia dejó
paso a la calma y un gran número
de subsaharianos, sobre todo de
Senegal, Malí y Guinea, transitaban
con total normalidad por las
calles de la localidad, después de la
tormenta del día anterior. Muchos
de ellos comentaban, con tristeza,
lo sucedido con vecinos españoles
o ciudadanos del Este de Europa,
sobre todo rumanos, que también
abundan en los barrios de las afueras
de Roquetas de Mar.
En los humildes cortijos de la
barriada de El Solanillo, donde vivía
Amisau, se respiraba, en cambio,
un clima de dolor por la muerte
de este hombre tranquilo, muy
buena persona y que en pocas ocasiones
se metía en líos, como le definen
todos sus conocidos. Amisau
estaba casado y tenía hijos en su
país, a quienes enviaba dinero todos
los meses. Su gran esperanza,
una vez que él había conseguido
legalizar su situación y sus papeles,
era poder traerse a su familia
pronto a España, donde también
vive ya un hermano suyo, en la localidad
vecina de La Mojonera.
Upa se muestra entero durante
prácticamente toda la conversación
con este diario, en la que permanece
en el umbral del cortijo
que compartía con su amigo fallecido
–propiedad de los dueños de
los invernaderos en los que trabajaban–.
Al final, cuando le damos
la mano para despedirnos, no puede
evitar derrumbarse. Tanto los
jefes de la víctima –una conocida
familia de agricultores de La Mojonera
que tiene en producción 10
hectáreas de invernaderos en El
Solanillo– como otras personas
que conocían a Amisau, coinciden
en destacar su carácter pacífico.
«Me lo encontré el mismo jueves
por la mañana, iba a comprar tabaco
y me saludó afablemente, era
muy buena gente», comenta José,
uno de los propietarios.
Upa explica que, en la madrugada
del día 25, cuatro de los cinco
ocupantes del cortijo decidieron ir
a Roquetas a visitar a unos amigos
en dos coches. Sin embargo, cuando
circulaban junto a los pisos de
la Shell, se encontraron con un coche
que obstaculizaba su camino.
«No sabíamos qué pasaba, Amisau
y yo íbamos en el segundo coche y
solo veíamos que había un grupo
muy grande de personas que no
nos dejaban pasar», cuenta.
Luego sus compañeros, que
iban en el primer vehículo, le explicaron
que el coche que obstaculizaba
su paso pertenecía, presuntamente,
a las familias de gitanos
que viven en el bloque o que fueron
a visitarlos esa noche, quienes
se habrían negado a dejarles pasar.
«Yo decidí parar, un poco alejado
del grupo, para llamar a la Policía,
pero Amisau se bajó del coche,
sólo para ver qué pasaba».
Lo que ocurrió después, según le
explicaron a Upa, es que uno de
los jóvenes gitanos apuñaló a su
amigo sin mediar palabra.
Amisau cayó fulminado al suelo y
habría muerto en poco tiempo.
«Creo que cuando llegó la ambulancia
ya estaba muerto», dice
Upa, consternado.
Nadie en Roquetas parece
comprender lo sucedido. A mayor
lejanía del foco de los hechos,
mayor exageración en las versiones.
«Los negros han matado ya a
un gitano, y han quemado varias
casas y coches», decía ayer uno
de los clientes del bar Moya, en
pleno centro de Roquetas, casi en
frente de la Administración de
Loterías número 2 de la ciudad
que, el pasado día 22, regó de millones
todo el mar de plástico del
Poniente almeriense –y benefició
a muchos inmigrantes–; donde
ahora, poco después, se ha vivido
esta tragedia. «Nunca he visto un
moreno bueno, deberían devolverlos
a sus países conforme llegan
a España sin papeles», decía
el mismo cliente.
DURANTE LA TARDE
DEL VIERNES SE
AVIVÓ LA VIOLENCIA;
LOS SUBSAHARIANOS
QUEMARON 20
CONTENEDORES
«CREO QUE
CUANDO LLEGÓ LA
AMBULANCIA, ÉL YA
ESTABA MUERTO»,
CUENTA SU AMIGO
UPA, QUE IBA CON ÉL

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