Aunque no lo tenía fácil, a juzgar por algunas de sus polémicas declaraciones anteriores, Donald Trump ha superado todo lo tolerable con sus inaceptables palabras sobre la necesidad de prohibir la entrada en Estados Unidos a cualquier persona de religión musulmana. Causa indignación y vergüenza que alguien capaz de lanzar semejante soflama pueda optar a la presidencia de una democracia cuya primera enmienda constitucional consagra precisamente la libertad de culto.

Es especialmente preocupante que quien ha mostrado su desprecio por mujeres, negros, hispanos y ahora musulmanes goce todavía de una neta ventaja en los sondeos frente al resto de sus rivales por la candidatura del Partido Republicano a la presidencia de EE UU. Trump ha pasado de ser una anécdota preelectoral —algo que nunca falta— a convertirse, ya a punto de abrirse la carrera de las primarias, en un elemento de distorsión que amenaza principios fundamentales sobre los que se basa la convivencia y la misma historia de EE UU.

Por ello es especialmente significativo que destacadas figuras del Partido Republicano —¡por fin!— hayan dado el paso de criticar al provocador magnate sin temor a las encuestas. Jeb Bush, Ted Cruz y Chris Christie han condenado el populismo y la demagogia envenenada de Trump. Ahora falta que lo hagan la sociedad y los votantes.