El terror y la guerra

Diario Sur, , 15-11-2015

Intentar analizar con cierta perspectiva el ataque a París del 13 – N es francamente difícil, tanto como es aventurado hacer un análisis certero del mismo, mientras las vidas aún latentes de las víctimas revuelven nuestra atormentada indignación. La extraña y contradictoria cadencia de la civilización nos devuelve a épocas medievales. El progreso y la barbarie debieran ser incompatibles, sin embargo viven juntos y encajar las piezas de lo uno y de lo otro es urgente e inevitable.

Nunca la seguridad puede quedar garantizada al cien por cien – nos dicen los expertos – . Casi lo habíamos olvidado. Los arcos de seguridad, los escáner en aeropuertos, estaciones de viajeros y edificios, el control de las armas y explosivos, la acción policial, los sistemas de seguridad – algunos francamente sofisticados y eficaces – , todo ello redunda en la salvaguarda de la población y en su tranquilidad. A veces, muchos – todos – nos quejamos de tantos y tantos protocolos para asegurar la inexistencia de artefactos sospechosos, hasta el control de los líquidos en los equipajes. Pero nada es suficiente. La defensa pasiva ante los peligros que siempre pueden acechar a las personas, a las ciudades y a los países, en según qué casos, se ve burlada por un enemigo feroz capaz de organizarse con un parcial y nefasto éxito. Ello viene pasando no sólo con los atentados de Nueva York, Madrid, Londres o París, sino también con los secuestros de inocentes occidentales y no occidentales y su asesinato ritual. La continua conmoción que la muerte violenta, terrorista, injusta, colectiva o individual, produce en nosotros acaba por encontrar un alojo mental secundario para permitirnos seguir con nuestras vidas. Pero quizá haya llegado el momento de poner en nuestro diario colectivo la neutralización de la amenaza terrorista en general y la de ISIS, DAESH, o como quiera llamarse, en particular, como nuestra más importante prioridad.

Si la gente corría temerosa o aterrada por las calles de París la noche del viernes 13 de noviembre, es que había cundido, al menos en dos distritos, el pánico, el terror. Algo que ya no podemos consentir. Dicen que no es el Islam, que no es contra Occidente o contra los cristianos, que es la guerra del salvaje contra la civilización. Puede ser, esas palabras tienen su sentido, pero lo que ya no lo tiene es que los amenazados no se defiendan con la necesaria contundencia y – a qué negarlo – la anhelada puntería.

Hasta aquí los ataques a los efectivos del mal llamado Estado Islámico no le han derrotado, aún causándole notables bajas, ni siquiera les ha contenido. Desde luego tampoco se les ha atemorizado – un logro difícil cuando se trata de fanáticos – y hay que hacerlo con la urgencia del que quiere vencer y sobrevivir. Es hora de los ‘aliados’, hora de la OTAN y la colaboración también con Rusia. Sin trampas políticas, sin ‘confundir’ a los rebeldes sirios o a los kurdos con la ofensiva de este organizado ejército islamista radical, que sólo merece la respuesta de guerra que nos ha declarado. No queda tiempo, si queremos evitar más tragedias terroristas urbanas o aéreas, en suma, que diezmen a más inocentes y nos vuelvan a llenar de dolor, una y otra vez.

Europa, Estados Unidos y Rusia, han podido comprobar que – puede que extrañamente – tienen un enemigo común. Y no podemos darle ni un minuto más de dudas. Abordar con rapidez y medios lo que es un mismo asunto: los refugiados y la guerra. No cabe separar una y otra cosa, porque esta guerra que nos hemos resistido a identificar como tal está produciendo la muerte de muchos y el éxodo de otros muchos. Los hechos y el propio Derecho Internacional nos llenan de suficientes argumentos y razones para afrontar con todos los medios suficientes la acción de guerra más contundente y organizada para acabar con nuestro enemigo injusto. Si queremos precisamente evitar lamentables episodios de desconfianza o culpabilización hacia lo musulmán, psicosis en los ciudadanos, temor a mochilas y paquetes sospechosos, dudas ante un coche aparcado, etc. hay que identificar ante todos el enemigo e ir a por él. Es la legítima defensa, la natural acción de repeler la agresión insoportable y asesina. Es la guerra y que sea grande o pequeña va a depender de nuestra respuesta ágil, contudente y cierta.

El presidente Hollande ha avisado de «un combat impitoiyable» (sin piedad). No es sólo cosa suya. Y, por duro y arriesgado que sea, habrá de tratarse de una campaña de ‘ground attack boot’ (ataque bota en tierra), porque necesitamos asegurar la derrota de nuestro despiadado, fiero y despreciable enemigo. Los hombres de estado, los dirigentes, deben dar muestra de su altura. No hay tiempo que perder.

#TodosSomosParís

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)