El triunfo del colegio de las 19 nacionalidades

El Mundo, Olga R. Sanmartín, 11-11-2015

Al colegio San Antonio de Madrid se accede por una puerta medio escondida junto a una iglesia. Hay que subir tres pisos de escaleras minúsculas decoradas con viejos personajes de dibujos animados: el Pato Donald, Bambi y los dálmatas sonríen desde un gotelé que está a punto de cumplir 70 años de vida. Las aulas aún conservan esos pupitres de formica verde, esa pizarra antigua, esos mapas de Suramérica acartonados y ese cartel que se hizo tan popular hace medio siglo en el que sale Jesucristo peinado como un hippie bajo la frase: «Se busca».

Pocas moderneces hay en este centro concertado de una sola línea de Infantil y Primaria que los religiosos capuchinos abrieron en 1948 en lo que entonces eran los «suburbios» de los alrededores de la glorieta de Cuatro Caminos. Al distrito ahora lo llaman «el Brooklyn madrileño» y lo habita una sabrosa variedad de acentos y culturas.

Los alumnos –de entre tres y 12 años– emulan al barrio: cada uno es distinto. Son 170 niños cuyas familias proceden de 19 nacionalidades diferentes. República Dominicana, Filipinas, Marruecos… Sólo uno de todos ellos tiene padres españoles. Y es precisamente la forma de poner en valor la diferencia de cada estudiante lo que ha logrado que el centro haya sido reconocido con premios –el último, el de la Confederación Española de Centros de Enseñanza– y haya obtenido unos resultados notables en las pruebas oficiales de la Comunidad de Madrid. No tienen casi ordenadores, ni conexión ultrarrápida a Internet, ni métodos educativos innovadores, pero sacan notas muy por encima de la media autonómica.

«Aquí funcionan las cosas más caseras, no sobresalimos por impartir grandes métodos pedagógicos, pero tenemos algo muy importante: la atención personalizada a los alumnos por parte de los profesores», explica el director, Luis Peña.

¿Cuáles son las claves del éxito de este colegio chapado a la antigua en el que la mayoría del alumnado procede de entornos humildes y hay más de 70 niños con necesidades especiales? El truco es una combinación de atención individualizada, implicación de los profesores, ratio de sólo 20 alumnos por clase, refuerzo de las asignaturas instrumentales estrecha relación con las familias y estricto control de las tareas y de la asistencia.

Las niñas van con las uñas largas pintadas de colores brillantes y los niños llevan rapados imposibles, pero todos entran en clase con el uniforme, en rigurosa fila, y tratan con una inusitada reverencia al maestro. «Sus padres también nos respetan mucho», explica Antonio Casqueiro, el profesor de la única clase de 4º de Primaria. «Tienen muy claro que la figura del profesor es la de alguien que está ayudando a sus hijos».

DICTADOS Y CÁLCULO MENTAL. Son las 9.00 horas y para los críos de 10 años ha comenzado la clase de Matemáticas con ejercicios de cálculo mental. A., una niña que lleva cinco trenzas con gomas de colores, tiene que adivinar el mayor número par de siete cifras.

–¿Y qué valor tiene la cifra del 8 en el número 9.381.567?

– Decenas de millar– responde la chica.

– ¿Y eso cuánto es en unidades?

– 80.000 unidades.

Los ejercicios de cálculo mental y los dictados tienen mucha presencia en esta escuela. El profesor explica que hay muchos niños que «tienen problemas de comprensión lectora» porque proceden de otros países donde no se habla español. O, si se habla, no es como el de aquí. En el San Antonio tienen un proyecto educativo propio que les permite que apenas haya asignaturas optativas y se centren, sobre todo, en las instrumentales. Tienen más horas de Lengua y Matemáticas que en otros colegios. «Aquí vamos al grano: cálculo y resolución de problemas y ortografía y comprensión lectora. Hacemos dictados con frecuencia».

ATENCIÓN INDIVIDUALIZADA. A las 10.00 horas toca clase de Lengua. Hay dos niños que se van con Flora, la profesora de Pedagogía Terapéutica, para recibir una clase para ellos solos. A uno le cuesta expresarse. El otro llegó al colegio a los ocho años procedente de la República Dominicana sin saber leer ni escribir. Trabajando en grupos reducidos poco a poco se adaptan al ritmo de la clase. Aunque, en realidad, no hay un solo ritmo.

«Tengo una clase de 20 alumnos y hay unos 16 niveles distintos», sintetiza Antonio. «Atendemos individualmente a cada persona. Cada uno aprende a su ritmo dentro de la misma aula. A cada niño le pides cosas distintas, cada uno tiene diferentes actividades en su cuaderno».

El profesor reconoce que «eso hace que vaya más lento todo», pero, a cambio, «se estudia a cada niño y se ofrece lo que mejor le va a cada uno». Si Fulanito va retrasado en Naturales, aprende mejor en un grupo de compensatoria con tres o cuatro compañeros. «Cuando trabajamos con sólo cuatro personas, conseguimos que entiendan». Aún así, la ratio es muy baja: 20 alumnos por aula.

«La ratio es muy importante. Necesitamos que sea baja por el tipo de alumnado que tenemos: hay 70 niños con necesidades especiales que deben ser atendidos en grupos reducidos. La Consejería de Educación nos permite que haya 20 alumnos por clase», señala el director.

Almudena, una de las tres profesora de Compensatoria, acaba de sacar de clase a otros dos estudiantes: están en 4º de Primaria pero su nivel corresponde a 1º y a 2º: «Con la atención individualizada pretendemos que los alumnos lleguen al mismo ritmo que sus compañeros. En una clase ordinaria, con un grupo grande, esto no se puede hacer. La compensatoria es temporal, hasta que puedan seguir con su clase».

¿Y los niños no se sienten mal por tener que irse a un aula distinta? ¿No tienen miedo de que sus compañeros les señalen con el dedo? «En este colegio, no», responde rotunda Almudena. «Están muy habituados a la diferencia. Desde pequeños se han acostumbrado a que cada uno es distinto».

Lo sabe bien el pequeño E., de 11 años, el único alumno con padres españoles que hay en todo el colegio. «Nos da igual de dónde seamos. Yo no me siento distinto por ser español. El lugar donde has nacido no importa», explica mientras juguetea con un lápiz entre las manos.

PROFESORES MUY MOTIVADOS.Sostiene el director que buena parte del éxito de su colegio se explica por «la elevada motivación» que tienen sus profesores, que «trabajan con interés, voluntad y entrega absoluta». «Es un centro con corazón, y esto es lo que, al final, produce mejores resultados: formamos en valores».

Antonio Casqueiro es la prueba viviente de ello. Este óptico y músico de 39 años lleva tres trabajando en esta escuela. Y eso pese a que en los últimos dos cursos ha conseguido plaza como interino en dos centros públicos, donde le pagaban más. Prefiere el San Antonio aunque gane menos y tenga que ir de Toledo a Madrid todos los días. ¿Por qué? «Porque estoy a gusto, vengo contento siempre. Creo en la continuidad de este proyecto. Esto es como un reto y a mí me motiva. No es lo mismo tener un grupo de 30 personas que de 20. Al final les conoces a todos». Lo importante de verdad son los profesores, más que el método, para lograr que un sistema educativo funcione.

TOLERANCIA CERO AL ABSENTISMO. Antonio tiene un cuaderno donde va apuntando, hora a hora, si los alumnos han acudido a clase y si han hecho los deberes. Hay un «control estricto» de la asistencia. «Hemos conseguido tener un absentismo cero porque el tutor, trabajador u orientador social están detrás de cada niño. Si falta, llamamos por teléfono a su casa y, si no lo encontramos, avisamos a agentes tutores de la Policía Municipal, que van a su domicilio a buscarlo», explica el director. «No se nos cuela ni uno», recalca con una sonrisa. Reconoce, eso sí, que tienen un problema con los deberes: «Hay un choque cultural». Antonio lo explica: «Las familias les insisten poco. Muchos de los padres trabajan de sol a sol y tienen una situación complicada. Para ellos, ayudar a sus hijos es hacerles los deberes, en vez de fomentar que los hagan solos». Hay más dificultades, como la excesiva movilidad del alumnado –hay críos llegando o marchándose a su país a lo largo de todo el curso– o la «posible amenaza» de las pandillas juveniles que deambulan por el barrio. Pero Luis Peña defiende que no han tenido ningún problema de convivencia: «Se llevan todos de forma extraordinaria».

IMPLICAR A LAS FAMILIAS. «El profesor conoce a todos y cada uno de los alumnos y a sus familias», dice el director. Como son tan pocos estudiantes, los profesores están «en contacto constante con todos los padres». «Nuestra actitud es implicarlos lo máximo posible en la actividad de sus hijos. Ellos no suelen venir por su propia iniciativa». Por eso hay constantemente celebraciones interculturales, fiestas en las que cada familia lleva un plato típico de su país, actividades en las que se cantan canciones folclóricas. «Se trata de hacer que entre ellos convivan» bajo la premisa del «respeto mutuo». El centro es concertado, pero no hay ninguna cuota de las que se llaman voluntarias. Todas las mensualidades son gratis, y las actividades extraescolares también. Para el comedor y los libros de texto, reciben becas financiadas por ONG como Ayuda en Acción. Luis Peña lo resume así: «No hacemos sólo una labor docente, sino una labor social».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)