Con Lesbos en el objetivo

El primer premio Pulitzer español describe sus sensaciones tras cubrir durante dos semanas el paso del Egeo de los refugiados, con naufragios diarios, muertos en las playas y la soledad de los voluntarios que salvan vidas ante la pasividad de la Unión Europea. El gran éxodo de nuestro tiempo retratado por uno de los mejores fotoperiodistas del mundo.

El Mundo, JAVIER BAULUZ LESBOS (GRECIA), 11-11-2015

Abro el periódico y me encuentro con varias imágenes sobre la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y me acuerdo de mis fotografías de aquellos días, los vigilantes vopos subidos en una escalera con un fondo de luna casi llena. Recuerdo a los ciudadanos de la República Democrática Alemana cruzar ansiosos uno de los primeros pasos abiertos. Recuerdo su vagar por las calles de la parte occidental, mirando las grandes motos, los escaparates, las luces de neón, haciendo cola en los sex-shops y comprando plátanos compulsivamente.

Levanto la mirada del diario y miro el mar. Está tranquilo. Varias pequeñas barcas surcan el horizonte. Fuerzo la mirada intentando adivinar en qué dirección van, en qué parte de la costa van a desembarcar, para correr en el coche hacia allí por la carretera de tierra, saltar sobre las piedras de la playa para llegar en el momento justo y poder ser testigo de otra caótica, y muchas veces peligrosa, llegada de refugiados. Hace mucho que perdí la cuenta, pero en dos semanas he asistido a más de 100 desembarcos de botes cargados con una cincuentena de personas, muchas de ellas niños de corta edad, uno con sólo 10 días de vida.

No veo en los botes el tradicional color naranja de los chalecos. Serán pateras de afganos, los viajeros de tercera, sin derecho a salvavidas. Me siento muy cansado para salir corriendo, otra vez. Han pasado unos segundos desde que avisté los botes y de repente me doy cuenta de que mi cerebro me ha hecho una jugarreta. No son pateras, son barcos de pesca. No hay refugiados temblando de miedo a hundirse, ni niños empapados y ateridos de frío. No hay costa de Turquía al frente. Estoy en el mar Cantábrico, en Gijón.

Hace solo 24 horas que estaba en la costa norte de la isla griega de Lesbos y parece que mi mente sigue allí. Han sido muchos días y noches fotografiando el miedo, el dolor, la angustia, la ansiedad, el amor, la solidaridad, el llanto, la alegría y otras emociones que se han registrado en mi cámara.

Pienso en qué estarán haciendo ahora allí mis admirados socorristas voluntarios españoles de Pro Activa Open Arms. Es posible que estén viendo por sus prismáticos una patera a la que se le ha estropeado el motor y se encuentra a la deriva a varios kilómetros de la costa. La noche está próxima. Es muy posible que ya estén sacando al mar las motos de agua, que han podido traer desde Badalona gracias al apoyo económico de miles de ciudadanos que les están ayudando a salvar vidas tan lejos de sus casas, ante la inoperancia de Europa y de los ineficaces barcos de la guardia costera griega y del Frontex europeo.

Los policías antidisturbios no están preparados para rescatar personas ahogándose en alta mar y sus barcos no son operativos técnicamente para esa misión, como ha denunciado Human Rights Watch tras el naufragio hace 10 días de un barco de madera con centenares de personas. No fue portada en los medios internacionales porque sólo se cuentan los muertos si se encuentran los cuerpos, y luego ya no es noticia. Da igual que en los días siguientes los fotoperiodistas nos veamos obligados a buscar los cadáveres de bebés, niños, mujeres y hombres por las preciosas costas de Lesbos para documentar la existencia de decenas de desaparecidos.

Es muy posible que Oscar, Niko, Fiorella, Gerard y Roger, los ángeles de Lesbos, estén pensando en los compañeros que les han relevado hace unos días y estén acordándose de aquella cercana tarde cuando navegaban entre cadáveres y vivos teniendo que decidir quién vive y quién muere. Subiendo a sus dos motos de agua a niños y teniendo que dejar en el mar a sus padres por falta de espacio. Intentando acercarse a los inadecuados barcos policiales y jugarse la vida chocando con ellos para poder subir a bordo a los exhaustos náufragos. Menos mal que las imágenes de vídeo de mi querido Mikel Konate han podido dar la vuelta al mundo para mostrar cómo se ahogan en el mar Egeo.

Esa misma noche me encuentro a dos primas y a dos hermanos, de unos 10 años, vagando por el puerto de Molyvos. Son supervivientes del naufragio. Una voluntaria europea los lleva hasta la casa donde están hacinados decenas de rescatados. Las dos niñas miran ansiosas entre los bultos cubiertos por mantas buscando a sus padres perdidos en el mar. Una de ellas grita y se abalanza sobre su madre tendida en el suelo, se abrazan. Un rato después veo a los dos hermanos esperando, sentados en una esquina, con la mirada triste, casi ya sin esperanza alguna.

Una mujer me chilla: «¿Por qué haces fotos?». A nuestro alrededor reina el caos, 50 personas intentan bajarse del bote con la angustia pintada en el rostro. Algunos saltan y se hacen daño en las piedras del fondo. El agua me llega más arriba de las rodillas. Intento mantener el equilibrio y fotografiar la escena de niños sacados en volandas por sus padres, los socorristas españoles y decenas de voluntarios llegados de muchos lugares de Europa. Intentando no molestar, ni caerme al agua con la cámara, intento captar esos momentos álgidos. A veces te encuentras disparando con una mano y con un niño subido en tu brazo. Tu instinto humano te dice cuándo tienes que hacer qué.

Los llantos de adultos y de niños se suceden a los pocos segundos del desembarco. Los niños empapados tiemblan de frío mientras los voluntarios, de pequeñas organizaciones europeas, les cubren con mantas térmicas, abrazos y sonrisas. Welcome to Europe. Me acuerdo del largo y duro camino que hice con otros en agosto cruzando fronteras ilegalmente, caminando por las vías, en trenes y autobuses hasta Alemania y plagado de maltrato, desprecio y xenofobia. Los recién llegados, ahora contentos, todavía no son conscientes del vía crucis que les espera.

Cuando pasan los peores momentos hablo con la voluntaria que me chillaba. No entiende por qué hacemos fotos. Es muy sencillo. «Piensa que tú no estarías aquí ayudando si los periodistas no informáramos de lo que pasa». Desgraciadamente sigue sin entenderlo y no es la única.

Cierro el diario y pienso en los muros que hemos construido desde que fui testigo de la caída del de Berlín: Melilla, Ceuta, México, Hungría y esos otros muros de mar que usamos para intentar evitar los ríos de personas que buscan un lugar seguro para que sus hijos puedan vivir. Muchos nos preguntamos cuantos niños tienen que morir en este mar para que Europa abra la frontera terrestre de Grecia con Turquía.

CIFRAS DE LA RUTA
647.000. Son las personas, la gran mayoría refugiadas, que han llegado a Europa a través de Grecia, la gran mayoría de ellas desde Turquía, a las islas de Kos, Chios, Samos y Lesbos.

52%. Porcentaje de sirios, la nacionalidad mayoritaria en los solicitantes de asilo. Después están afganos (19%) e iraquíes (6%).

219.740. Es la cifra de cruces de frontera europea sin papeles en el mes de octubre, el récord absoluto en un mes desde que se tienen datos.

85%. Porcentaje de solicitantes de asilo que proceden de los 10 países más ‘exportadores’ de refugiados del mundo.

116. Número de refugiados reubicados en la Unión Europea de los 160.000 previstos para los próximos dos años.

1250. Precio medio en euros de un pasaje en una embarcación fletada por traficantes desde Turquía a Grecia. Ese precio puede doblarse si la lancha es rápida, segura y no va sobrecargada. O dividirse si es una barca para ocho personas a remo.

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