Ese mundo nuestro

Pegida: Más impotencia que xenofobia

Deia, Por Valentí Popescu, 08-11-2015

EL alud de emigrantes que se está precipitando sobre Alemania le ha dado un protagonismo desmedido a un movimiento xenófobo de reminiscencias amargas: Pegida.

Pegida es el acrónimo alemán de “Patriotas europeos contrarios a la islamización de Occidente” y si bien nació hace poco más de un año (13 de octubre del 2104) en Dresde para defender las esencias europeístas del mundo atlántico, ha derivado rápidamente en un movimiento de protesta de todos los que no entienden ni pueden convivir en el mundo político de las democracias actuales.

En sus inicios, Pegida fue una protesta contra la generosidad con que Alemania recogía a los refugiados de la guerra siria… y todos los emigrantes que se unían a esa migración para mejorar su nivel de vida. Actitudes similares se han registrado en muchos sitios de Alemania y de la Europa comunitaria (recuérdense las reticencias de los países del este europeo a aceptar y sufragar sin más esa migración), pero la formulación de Pegida trae en Alemania los amargos recuerdos del nazismo y el racismo sangriento del Tercer Reich: agresiones a asilados, atentados contra residencias de refugiados, incitación al racismo, manifestaciones intimidatorias, ofensas a políticos, periodistas y personalidades discrepantes, nacionalismo victimista, etc., etc.

Esa eventual vinculación de los antiislamistas con las raíces nazi determinó que autoridades y sociólogos estudiasen a fondo el fenómeno Pegida a pesar de que este movimiento es muy minoritario (también lo fue en sus inicios el Nsdap de Adolfo Hitler) y está centrado casi exclusivamente en la ciudad sajona de Dresde.

Los resultados de esos análisis han sido demoledores para Pegida y sus seguidores. Y así resulta que si bien el banderín de enganche de Pegida es la islamofobia, en realidad lo que une a la inmensa mayoría de los seguidores y simpatizantes de este movimiento es su incapacidad de desenvolverse en la sociedad actual y entender las reglas de juego de la democracia parlamentaria. Esta masa humana – como otrora la de los seguidores de Hitler – no quiere aceptar sus incompetencias sino que las justifica denigrando en bloque a políticos, periodistas e intelectuales.

Y no sólo los seguidores de Pegida piensan así; el dirigente del partido – Lutz Bachmann – también lo hace. En las reciente elecciones municipales de Dresde su partido obtuvo un 9,6% de los votos, resultado que él explicó con un “… la prensa falaz nos robó la victoria…”.

Por fortuna, la Alemania actual no es la república de Weimar; Bachmann no es Hitler y Pegida no es el Nsdap. El extremismo ideológico y la incongruencia programática del movimiento no movilizó jamás más de 25.000 a 30.000 seguidores y desde su escisión (por esas causas) del pasado mes de febrero, sus manifestaciones rara vez sobrepasaron las 3.000 personas.

Pero si Pegida parece ser un caso de mucho ruido con pocas nueces, el potencial de resentimiento y de entendimiento que ha revelado sí que es un gran peligro potencial para la convivencia.

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