El tormento del Partido Republicano alza el vuelo

La Razón, Julio Valdeón . , 25-08-2015

22 de agosto, cuenta el «Boston Globe» que el pasado miércoles dos hermanos, Scott y Steve Leader, propinaron una paliza salvaje a un indigente hispano. Cuando la Policía les preguntó por qué lo habían hecho respondieron que eran seguidores de Donald Trump. Horas más tarde, según Alan Rappeport, de «The New York Times», Trump mostró su estupefacción. «Si esto fuera cierto», dijo, «sería vergonzoso». De paso añadió que «la gente que me sigue es muy apasionada. Ama a este país y quiere que vuelva a ser grande».

Por frases semejantes el multimillonario de pelo color mostaza, hijo de una inmigrante escocesa, nieto de alemanes, ha vuelto del revés al partido republicano. Por insinuar que una presentadora de la Fox, Megyn Kelly, le hizo preguntas incómodas durante un debate debido a que, uh, tenía la regla.Por afirmar que John McCain, histórico del partido, no es un héroe de guerra pues «se dejó coger»; o sea, fue hecho prisionero en Vietnam, donde permaneció encarcelado (y sufrió torturas) entre 1967 y 1971. O, entre otras lindezas, al asegurar que México bombea a sus indeseables hasta la frontera, mientras de paso afirma que los inmigrantes ilegales forman un ejército de «violadores» y «narcotraficantes».

Y si su retórica ha hecho tambalearse al partido, también ha estimulado a sus votantes más duros. Trump se postulaba a las primarias republicanas, de las que saldrá el candidato del partido a las elecciones presidenciales de 2016, el pasado 16 de junio. La oligarquía del partido y los garantes de las esencias mostraron cierto alivio. Aportaría color, rock and roll y marcha a los debates… hasta que tocara ponerse serios y pasaran a primer plano los candidatos importantes. Los Scott Walker, Jeb Bush, Ted Cruz, etc. Bien, en apenas dos meses la situación es ya una nube tenebrosa para las perspectivas republicanas y Trump ha pasado del 4% al 22% en intención de voto. Es el líder indiscutible, y eso que la reacción de sus rivales, hoy aterrorizados porque sus cifras encogen al mismo ritmo que crecen las de Trump, había sido de pura displicencia. Ted Cruz, entre otros, afirmó a la NBC que había decidido ignorarle «ya sabes, si comento todo lo que dice Trump, consumirá el resto de mi campaña, y es lo único que haría todo el día». Pero ante la evidencia de que Trump ha seguido creciendo, ¿qué hacer? ¿Cómo contrarrestar su espectáculo de hombre de Estado cruzado con presentador de un freak show? ¿Ignorarle y, de paso, obviar las encuestas que la pasada semana publicaron la FOX y CNN? ¿O redoblar la apuesta, sucumbir al tono circense y emplear un lenguaje igual de erizado y polémico? Tal como explicaba el comentarista del «New York Times», Jonathan Martin, ése es el gran problema de los Bush, Marco Rubio y cia: «Si responden a las provocaciones de Trump se aseguran que él les responderá, lo que les forzará a responder de nuevo, y así hasta el infinito». Hasta que presentó su plan de inmigración, una bomba, y ya no hubo más remedio que pronunciarse.

Porque Trump, en un documento demoledor, aspira a deportar a todos los inmigrantes ilegales, más o menos once millones de personas, muchos de los cuales pagan sus impuestos y/o están casados con ciudadanos estadounidenses. También propone revocar la nacionalidad a los ciudadanos estadounidenses, o sea, nacidos en EE UU, que sean hijos de ilegales. Y de paso expulsarlos junto a sus padres. Algo que, descontada la extrema dificultad logística, viola con bastante probabilidad la Decimocuarta Enmienda de la Constitución en EE UU. No contento con eso, planea fortificar la frontera, 3.218 kilómetros de muro que muchos expertos en seguridad consideran inviables por cuestiones de orden práctico relacionadas, para empezar, con la geografía. Desde entonces, Bush, casado con una mexicana, ha pasado de pedir que le den «un respiro» cuando alguien le preguntaba por Trump a subrayar que estamos ante un «demócrata encubierto». Alguien, en fin, sin credenciales conservadoras. Y la comunidad empresarial, por boca del grupo FWD.us, creado para apoyar una reforma migratoria de gran calado, y que cuenta entre sus miembros claves a Marck Zuckerberg (Facebook), Steve Ballmer (Microsoft), Steve Chen (Youtube), Reed Hastings (Netflix), Max Levchin (Paypal) y Bill Gates, entre otros, pide a los norteamericanos que se resistan a un plan «absurdo» que habla de «deportaciones en masa».

El problema, sino moral cuando menos electoral, es que la población latina de EE UU, tal y como explica en conversación telefónica con LA RAZÓN el presidente de la Hispanic Federation, Jose Calderon, «sigue creciendo. Somos 45 millones, 10 millones más que los habitantes de Canadá, y aunque algunos se resisten al cambio, es inevitable». Para Calderón, «EE UU es excepcional y ha logrado lo que ha logrado gracias a la aportación de los inmigrantes. Por eso queremos que América viva a la altura de sus ideales, de su Constitución y sus leyes», mientras que «el discurso de Trump es terrible, aunque con el tiempo acabará por disolverse».

Dice David Horsey, columnista político de «Los Angeles Times», que las propuestas de Trump contra la inmigración son tan crudas que parecen urdidas por «un saboteador demócrata con la misión de arruinar cualquier posibilidad de triunfo de los republicanos en 2016». Aquellos candidatos que han seguido el discurso de Trump, o sea, la mano dura, como Scott Walker y Ted Cruz, estarían «condenados electoralmente». Los profesores Thomas E. Mann y Norman J. Ornstein, que en su libro «Es aún peor de lo que parece», publicado en 2013, arguyen que el partido republicano, traumatizado por las dos victorias consecutivas de Obama, lo mismo cuestiona si el presidente es cristiano que jalea el evangelismo del Tea Party o bloquea una iniciativa, pactada previamente por sus propios senadores, que evitaba situar al Gobierno federal ante el fantasma del impago, el temible default.

Los candidatos republicanos, ante la posibilidad de perder a una militancia polarizada, se encuentran ante el dilema de airear unas posiciones que podrían resultar letales en las elecciones de 2016. Justo ahí encaja Donald Trump, altavoz del descontento. Ha pasado de ser una extravagante nota a pie de página a revolver el statu quo del partido de Abraham Lincoln, el de la lucha por los derechos civiles hace cincuenta años, y la legendaria finezza de Henry Kissinger. Y en el viaje de Kissinger a Trump se resumen sus cuitas.

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