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Contra la desigualdad: marca Basque Country

Deia, Por Juan José Ibarretxe Markuartu, 21-12-2014

EL debate sobre la Ley de Garantía de Ingresos nos ofrece una buena oportunidad para profundizar en el modelo de país que queremos. Se trata de poner encima de la mesa si la marca Basque Country está únicamente dirigida al posicionamiento de nuestras empresas en el exterior o si aspiramos a que se asocie a un modelo vasco de desarrollo humano sostenible, como defendía recientemente el lehendakari Urkullu.

Si uno saca de contexto casos puntuales y los airea con el inestimable apoyo de medios de comunicación serios, es lógico que una parte de la sociedad que lo está pasando fatal canalice su malestar hacia situaciones de fraude inaceptables.

Sin embargo, no existe ningún dato objetivo para demostrar una situación de fraude masivo. Todo lo contrario, el Gobierno vasco explica a todo el que le quiere escuchar que son casos puntuales y que, cuando se producen, las personas inmigrantes no se comportan de manera diferente a las nacidas en Euskadi. Deberíamos volver a recordar que en nuestro país, como en la mayoría de los países desarrollados, las personas inmigrantes siempre contribuyen más a las arcas públicas que el resto de la población por una simple razón demográfica, son más jóvenes y tienen más hijos. En todo caso, estas personas deberían pedir mejores servicios teniendo en cuenta lo que contribuyen con sus impuestos, pero ese sería otro debate más doloroso.

La Ley de Garantía de Ingresos no debe ser entendida como un gasto para las arcas públicas sino como una inversión. No se trata de un ejercicio retórico sino de una verdad como un templo. Aquellas sociedades que luchan contra la desigualdad, que evitan que sus conciudadanos caigan en situaciones de pobreza, que acogen a las personas inmigrantes como un valor necesario para mejorar nuestras poblaciones envejecidas y que creen en la diversidad como motor de la innovación, son sociedades más competitivas. No es sólo una posición ideológica, son más competitivas porque entienden la sociedad como un sistema complejo en el que las políticas sociales no están disociadas de las de sanidad, educación o de la promoción económica. Las políticas sociales más avanzadas generan un ecosistema que permite el consumo, alimenta la formación cualificada, facilita la innovación y la creatividad. Dinamarca, Suecia y Noruega son los ejemplos más evidentes, pero podríamos encontrarlos también en otros muchos países, ciudades y regiones. España, que no invirtió en este ecosistema en las épocas de vacas gordas, ahora no se lo puede permitir; y lo peor es que parece querer arrastrarnos a todos al mismo escenario.

Los países que invierten en desarrollo humano sostenible no lo hacen solo por convicciones humanistas, también han valorado los costes asociados a no invertir en esas políticas. Si estos países, incluido Euskadi, no invirtiésemos en estas políticas, aumentaría el paro relacionado con aquellos productos y servicios que pueden adquirir estas personas (pensemos simplemente en el comercio local de los barrios más desfavorecidos, en el transporte, en la hostelería), aumentaría el gasto público en otros servicios sociales (necesidades complejas más costosas), sanidad (las personas peor alimentadas desarrollan más y peores enfermedades) y espectacularmente en seguridad. Esta lógica llevaría a que muchas de estas personas tampoco podrían formarse adecuadamente y no podríamos generar productos y servicios de alto valor añadido. Fotografía final: más pobreza, mas desigualdad, menos competitividad e innovación, menos riqueza y aumentaría la emigración. Hoy en día, hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) – aquel que practicó el “no importa que a las personas les vaya mal, si la economía va bien” – acaba de reconocer que “reducir la desigualdad ayuda a conseguir un crecimiento más rápido y duradero”.

Cuando hablamos de lo que cuestan estas medidas, debemos hacer una fotografía de conjunto (la sociedad es un sistema complejo) y decidir qué país queremos. El modelo de los que reclaman la supresión de la RGI suele ser Estados Unidos, porque no se atreven a decir que sea México, u otros casos similares donde aquellos pocos privilegiados que se lo pueden permitir viven aislados del resto de la sociedad.

Pues bien, Thomas Piketty acaba de demostrar que Estados Unidos ha superado todas sus barreras históricas relacionadas con la desigualdad. El 1% de su población tiene más riqueza que el 90% restante. Esta situación influye no sólo en la vida económica sino en la vida social y en la calidad de la democracia. La pobreza en Estados Unidos está hoy en día descontrolada y ya vemos episodios de revueltas sociales como los de Ferguson, directamente relacionados con esta realidad. Otro ejemplo muy visual de las consecuencias de este modelo es que en 22 ciudades de Estados Unidos sólo el 10% de la población puede ir caminando a una tienda local de alimentos. El 90% debe conducir o utilizar el transporte público si existe.

Por estos motivos, desde Estados Unidos y otros muchos países desarrollados se están buscando nuevas referencias para construir modelos de desarrollo humanamente sostenibles y entre otros, les interesa mucho el modelo vasco. La Universidad de Columbia en Nueva York forma parte de Agirre Lehendakaria Center porque le interesa conocer las claves del cómo (conjunto de decisiones) y sobre todo el porqué (factores culturales y valores) que nos han permitido darle la vuelta a una situación verdaderamente complicada, construyendo un modelo respetuoso con las personas y comprometido con los derechos humanos. Somos razonablemente competitivos y sostenibles porque ambas agendas van de la mano. Una no funciona sin la otra.

Escocia también está viviendo un proceso similar. El principal argumento a favor de la independencia no ha sido exclusivamente la legítima reivindicación política sino la necesidad de construir un modelo de sociedad socialmente sostenible frente a las políticas conservadoras de Westminster. Ahora que acaban de recuperar instrumentos de recaudación e inversión similares a los nuestros, volverán a mirar a Euskadi para compartir nuestra experiencia y les recibiremos con los brazos abiertos. Este es el tipo de colaboraciones internacionales que necesitamos para proyectar la marca Basque Country al mundo. Si lo hubiéramos hecho mal, el Financial Times nunca les habría comparado con nosotros.

Esta es nuestra gran oportunidad, proyectarnos al mundo como un pueblo de referencia para el desarrollo humano sostenible y la innovación social. Nuestra historia es evidentemente mucho más compleja y difícil, pero tenemos todo el derecho a poner en valor lo mejor de nosotros mismos. Lo más útil de esta actitud es que reforzará una narrativa positiva de lo vasco en el mundo y nos obligará a hacer las cosas mejor cada día. La alternativa es olvidar quienes somos, de dónde venimos, hacia dónde queremos ir y comportarnos como nuevos ricos; cuando nunca lo hemos sido.

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