Golpeando puertas

Diario Sur, , 08-10-2014

El jefe del imperio tiene una patata caliente que no ha sabido o podido digerir. Se llama Guantánamo. Antes, conocíamos ese sitio por aquello de guajira guantanamera, guajira guantanameeeeera… La afortunada mescolanza de la primera estrofa de José Martí con ese ritmo pegadizo en la voz de Celia Cruz. Pero ahora el topónimo es sinónimo de vergüenza. Hablando de esa clase de vergüenzas, confieso que me enteré hace bastante poco que Dachau no era sólo el nombre de un infame campo de exterminio sino también el de un precioso villorrio aledaño a Munich, donde radicaba, que, a pesar de los pesares, ha mantenido su nombre. Llama la atención cuando llegas a la estación del tren y vez el cartel. Se te vienen a la memoria imágenes que a pesar de ser desagradables nunca deben ser olvidadas.

Cuando se eligió al actual presidente de los Estados Unidos de América esperábamos que diera una solución al sitio donde estaban recluida una pléyade de ciudadanos sospechosos de ser terroristas. Era una de sus promesas electorales más clamorosas y más llamativas para los que creemos en el estado de derecho. Ha expirado su primer período y ya vamos mediando el segundo, definitivo y último – por aquello de la enmienda inspirada en Roosevelt – y allí siguen, mirando el Caribe, 149 cautivos. Cierto es que desde que se crea o habilita esa prisión militar, en 2002, se llegaron a albergar allí 779 víctimas. Digo víctimas porque, aunque no abrigo ninguna simpatía por los terroristas, creo que merecen un juicio y, si son encontrados culpables por un tribunal que los juzgue con las garantías oportunas, que se les aplique todo el rigor que se merezcan. Pero mantenerlos en una especie de limbo jurídico indefinidamente no es de recibo. Según las estadísticas que he consultado, de la cantidad original, 9 se han muerto allí y 621 han sido enviados a, por lo menos, 52 países, el nuestro entre ellos que ha acogido a 5. La mayor parte han viajado a Afganistán, casi doscientos, y a Arabia Saudita, un buen puñado. Ha sido como una diáspora. Países de Asia, Europa, África y América han recibido a los presuntos malvados. A Estados Unidos han llegado sólo 2 y a su gran aliado, el Reino Unido, 14. Los hay en todas partes, en Letonia, en Eslovaquia, Turquía, Georgia, en Chad, en Cabo Verde… hasta en Somalia con el hambre que se pasa allí. En Yemen hay un lote y en Pakistán, un montón. Pobre gente. Ignoro el criterio que se ha adoptado para recolocarlos. No sé si se han devuelto a sus países de origen o la distribución se ha hecho por orden de llegada.

De los que esperan destino, 78 podrían ser liberados inmediatamente siempre que algún país les de cobijo. Otros 38 están en una curiosa categoría: detención indefinida, un sistema que, a lo mejor, le habría gustado a nuestro anterior Ministro de Justicia que se había inventado una cosa similar para sustituir la prohibida prisión perpetua por nuestra Constitución, prisión revisable o algo así se le había asignado como nombre al engendro. Ignoro la suerte de los restantes 33. Un número que evocaba la edad de Cristo hasta que los mineros chilenos se quedaron encerrados en un pique.

El señor Obama se ha dirigido a varios países vendiéndoles el producto invocando razones humanitarias. No hay duda que existe esa clase de razones pero se me escapa por qué siguen en esta insoportable situación quienes están en condiciones de ser liberados. Si lo están, que lo sean sin dilación y si no, juzgados. Y no es cuestión de ir pidiendo por las esquinas. Los Estados Unidos son bien grandes y cabe un montón de gente allí. Y no deben haber sido tan culpables si se han podido reinsertar más de las tres cuartas partes de los originales. Hace más de cinco años que ordenó el cierre del centro de detención pero no le han hecho mucho caso.

Cierto es que entre nosotros existen unos centros, de internamiento de extranjeros, se llaman en los que se recoge a los llamados ilegales, indocumentados o inmigrantes sin papeles y allí permanecen por menos tiempo, por suerte, mientras se decide qué hacer con ellos.

Recordamos cada año la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos reunimos los Decanos de los Colegios de Abogados, Consejeros del Consejo General de la Abogacía Española y personajes importantes y destacados en ese campo pero Guantánamo sigue allí.

Como el hombre sincero de donde crece la palma, quisiera que, antes de morirme, desaparecieran del globo todas estas flagrantes injusticias.

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